Chihuahua, Chih.
Las medidas restrictivas ordenadas por el gobierno de Chihuahua, ante el preocupante crecimiento del número de contagios y decesos en el estado de Chihuahua, además de necesarias, y quizá decretadas tardíamente, adolecen, como las anteriores, de un disminuido análisis en el detalle de la aplicación de las medidas ordenadas.
La principal de ellas es la del total olvido, o abandono, de las consecuencias de las restricciones, ya no solo en el total de la economía, sino en la microeconomía personal o familiar.
No hay margen a la duda.
Para enfrentar esta pandemia no hay otra medida (hasta ahora) que la abrupta y extendida disminución de la movilidad social, la que deberá aplicarse con estricto apego a la legalidad existente.
No es necesario detenerse mucho en la profunda desconfianza de la sociedad hacia sus gobernantes, de ahí que la aplicación de las medidas restrictivas que deban aplicarse debe realizarse con la mayor transparencia y con la mejor difusión de las razones y objetivos a alcanzar.
Por supuesto que no atraen las simpatías mayoritarias tales medidas, pero es indudable que estamos en un momento en el que ante los evidentes errores de las autoridades en el manejo de la epidemia, se suma, y no es un factor menor, la increíble y desmesurada desatención social a las medidas preventivas.
No tiene razón el presidente López Obrador cuando, para argumentar el porqué no usa cubrebocas, dijo que “La gente es muy responsable, México está viviendo un momento estelar por el grado de conciencia de nuestro pueblo, es lo mejor que ha sucedido, un cambio de mentalidad, la gente es muy responsable”.
No es así, basta con salir a la calle, oír las fiestas en las noches de fin de semana, o presenciar los múltiples casos de grandes concentraciones de personas en todo tipo de reuniones y lugares, sin tomar en cuenta la necesidad de la mayor parte de los trabajadores en el país, que son informales y, por tanto, deben salir a trabajar pues de no hacerlo no percibirán ingreso alguno.
Y no, no vamos bien en la contención de la pandemia, a pesar de los dichos presidenciales que sostienen que “sin medidas coercitivas, cierres completos de actividades y sin restringir libertades, vamos avanzando, vamos saliendo”.
Por supuesto que se necesitan medidas aplicadas irrestrictamente por la autoridad, pues o detenemos el crecimiento del contagio, o nos enfrentaremos a la peor de las tragedias sanitarias jamás imaginadas.
Baste señalar que según varias investigaciones médicas, alrededor del 80% de los contagios tienen su origen en las reuniones familiares y privadas.
Pero aplicar todas las medidas restrictivas debiera tener en el fondo, de inmediato, la aplicación de un vasto, profundo y generalizado programa de atención a las consecuencias económicas de la casi total parálisis de las actividades económicas.
Si se ordena una medida de esa magnitud, el gobierno debiera tener un mínimo diagnóstico de las repercusiones en el ámbito familiar de cientos de miles de chihuahuenses que no podrán acceder a las actividades que les permitían obtener los ingresos necesarios para el sustento.
De ese diagnóstico debieran derivarse las cantidades de recursos económicos necesarios para apoyar con subsidios a quienes los necesitaran y exigir del gobierno federal la inmediata aplicación de un programa emergente en ese sentido, porque, si bien son necesarios los equipos médicos otorgados por el gobierno de la república, no basta esa ayuda, porque está dirigida a superar, o enfrentar de mejor manera el colapso hospitalario, y que bueno que así sea, pero la debacle económica de cientos de miles chihuahuenses podrá generar peores escenarios.
Por todo ello, el gobernador Corral y el presidente López Obrador deberán dejar de lado sus pretensiones políticas y elaborar, de inmediato, el plan emergente de la economía chihuahuense, porque, al parecer, en lo referente a la salud van caminando juntos.
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