Chihuahua, Chih.
Muchos quedaron estupefactos ante la suntuosidad del evento; por fuerza llevó a rememorar otros, de épocas no tan lejanas, de protagonistas no tan cercanos a las simpatías populares.
Casi en automático dio origen a alguna frase de indignación: ¿Cómo es posible esto? ¿Acaso en el resto de sus actos y posturas irán a asemejarse a quienes han salido expulsados por la puerta trasera, al golpe de más de 30 millones de mexicanos indignados, avergonzados, humillados por tanto derroche, despilfarro y corruptelas?
Imposible no hacerlo.
La boda del vocero de Andrés Manuel López Obrador, César Yáñez, celebrada con toda la etiqueta, formas, ritmos y frivolidades, además de los excesos propios de las élites, fue un evento que dolió, que cala en lo más profundo de las convicciones de los militantes de la izquierda mexicana; es acto que, por sus características, es inaudito se haya dado en el entorno más cercano del tabasqueño convertido en presidente electo de México, a punto de asumir el máximo poder que un ciudadano puede poseer en el país.
Ofende a los demócratas que se haya realizado con el boato mostrado, no porque se infiera el uso de recursos públicos en su celebración, sino por la increíble ostentación realizada.
Vamos, que lo hiciera de ese modo el ex presidente Carlos Salinas de Gortari en las bodas de sus hijos, ni siquiera es sorprendente, por supuesto indignante, pero que lo haga, sin duda, el hombre más cercano a López Obrador, de veras que despierta una inmensa cantidad de sentimientos encontrados.
No puede haber tanta insensibilidad ¿A poco no sabían, y sobre todo el feliz casamentero, que se desataría una nube de críticas por la ostentación de dinero, de recursos, de amigos hoy convertidos en todopoderosos funcionarios del gobierno entrante?
¿Sabrían que hacer una boda de ese perfil produciría desaliento en millones de mexicanos, entre ellos los más pobres, de ver a los nuevos gobernantes festejar, divertirse, recrearse en las páginas de sociales y las políticas, como los gobernantes de ayer, de anteayer, de siempre?
Digo ¿No podrían haber realizado una sencilla, discreta y, tal vez, elegante boda en la intimidad de los más cercanos? ¿Para qué hacer un acto de tales dimensiones, que implicara hasta la puesta de vallas para impedir que la gente accediera a la exclusiva ceremonia?
Dos íconos de la política lo dijeron en términos parecidos. Jesús Reyes Heroles, ideólogo del PRI por antonomasia, acuñó la frase: En política, la forma es fondo.
Del mismo modo, muchos años atrás, Vladimir Lenin, el líder de la Revolución de Octubre en la antigua Rusia, lo había expresado de modo semejante: La forma es el reflejo de la realidad.
¿Se les podrá aplicar a los integrantes del nuevo grupo gobernante en México?
Difícilmente se podría aceptar ese aserto, pero las evidencias son más que apabullantes. Muchos de los simpatizantes e impulsores de la candidatura de López Obrador, de los morenistas que conciben del mismo modo la separación entre la vida privada y la pública; de los abnegados militantes de Morena y, por supuesto, de los integrantes de la avalancha de políticos y politicastros que por miríadas llegaron a los círculos del morenaje, nos avasallarán diciendo que en realidad ese evento no tiene importancia, que no refleja las verdaderas concepciones e intenciones de los nuevos responsables de la administración pública federal.
Puede ser, pero sus actos públicos -y la boda, vaya que lo fue- deberán guardar correlación con los actos privados; la sencillez del líder debe ser compartida por quienes le van a acompañar en los 6 más difíciles años de su vida.
Se van a enfrentar al monstruo de mil cabezas que es el país, sus problemas y la “mafia del poder”, que sí existe, que no es el PRI, que no es el PAN, aunque algunos de los integrantes de estos partidos sí lo sean, y que, para enfrentarlo, necesitarán del apoyo de millones de conciudadanos, entre ellos los que menos tienen, menos pueden y menos saben, como lo dijera inicialmente López Obrador, en lo que ahora parece enormemente lejana campaña electoral del 2006, en la que su lema fuera, “Por el bien de todos, primero los pobres”.
En ellos estaban obligados a pensar mientras daban cuenta de los sibaríticos alimentos que consumían, y al momento de bailar al ritmo de uno de los grupos más caros del momento actual, Los Angeles Azules.
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