Madrid, España.
La lucha contra las consecuencias del cambio climático pretende limitar la dependencia de la actividad industrial y social de los llamados combustibles fósiles, de manera destacada el carbón y el petróleo, con lo que se prevé que emerja una nueva economía verde, que provocará una drástica caída en el nivel de influencia e ingresos en los países productores y exportadores de petróleo, entre los que se encuentra México, con fuertes pérdidas en sus ingresos.
Según un informe de la Agencia Internacional de la Energía Renovable (AIER) presentado en la cumbre del clima que se desarrolla en Madrid (COP25), el mapa geopolítico sufrirá una profunda transformación con el nuevo paradigma de la economía verde.
Frente a la dependencia de los combustibles fósiles, como el petróleo o el carbón, el sistema de producción de los futuros intercambios comerciales generará nuevas fuentes de abastecimiento para mantener la actividad industrial, sólo que en teoría serán menos contaminantes y con menos efectos para el medio ambiente. Es decir, que los países con recursos naturales como cobre, aluminio, hierro, manganeso, grafito y titanio, pero también otros elementos menos conocidos como antimonio, berilio, cobalto, galio, germanio, indio, litio, platinoides, renio, tántalo, telurio, tierras raras y vanadio se convertirán en los nuevos poseedores de lo que ya se denomina el petróleo del siglo XXI.
Estos productos, además de generar energías más limpias, también son fundamentales para la generación de productos tecnológicos a los que la sociedad del siglo XXI se ha hecho cada vez más dependiente, como el teléfono celular o las computadoras, con lo que estos países se ubicarán en el centro del juego geopolítico global, al tener los elementos necesarios para el control de la producción, transformación y comercio de estas materias primas.
El informe de la AIER augura que los países exportadores de petróleo perderán su capacidad de influencia global, mientras la de los importadores se verá reforzada, al tiempo que estima una pérdida de ingresos hasta por 7 billones de dólares, de aquí a 2040, para las economías productoras de petróleo y gas, lo que se traducirá en una creciente inestabilidad económica, social y política en dichos países, así como en un aumento de las tensiones geopolíticas regionales.
Este periodo de inestabilidad tendrá sus momentos más álgidos cuando se lleve a cabo, si es que de verdad se firma un compromiso global por la reducción de los gases de efecto invernadero, tal como se firmó en el Acuerdo de París de 2016, durante los periodos de transición. Es decir, cuando se sustituyan los combustibles fósiles por otras fuentes de energía y producción, como los elementos mencionados y que serán cruciales en el mercado internacional de las próximas décadas.
Sin embargo, numerosos estudios científicos, como el realizado por el investigador Guillaume Pitron en su libro La guerra de los metales raros: la cara oculta de la transición energética y digital, los nuevos elementos naturales que sustituirán a los combustibles fósiles más contaminantes de hoy en día, también son generadores de contaminación y efectos ambientales perversos.
Una de las cuestiones que más preocupan en la cumbre climática de Madrid es la serie de consecuencias que tendrá la emisión de los gases en la calidad de los océanos, sobre todo en la paulatina y constante pérdida de oxígeno.
Así lo constata un informe presentado por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), que advierte que si continúa esta degradación de la calidad del agua en los océanos se registrará una amenaza para las especies marinas y los ecosistemas que habitan en los mares del mundo.
Según el informe, entre los factores fundamentales que provocan la pérdida de oxígeno en los océanos está la contaminación (eutrofización) originada por el vertido de nutrientes desde tierra (nitrógeno, fósforo) procedente de los fertilizantes agrícolas y las aguas residuales arrojadas a las zonas costeras.
Lo anterior provoca un crecimiento excesivo de algas, que a su vez agotan el oxígeno, a medida que se descomponen.
Otro factor que preocupa cada vez más a la comunidad científica es el calor que emana de los gases de efecto invernadero. Es decir, que en la medida que el océano se calienta, sus aguas superficiales contienen menos oxígeno disuelto, se estratifican las capas de agua y se reduce la mezcla con las profundidades del océano. Y al hacerse más lenta la circulación profunda, se reduce más el suministro de oxígeno a las aguas profundas.
Según el informe, que aumentó la alerta en la comunidad científica y en los activistas presentes en la COP25, actualmente hay 700 sitios en todo el mundo afectados con baja presencia de oxígeno, mientras en la década de los años 60 este inventario sólo incluía 45 enclaves.
Esto confirma que el contenido global de oxígeno del océano ha disminuido aproximadamente entre un 1 y 2 por ciento desde mediados del siglo XX. Y se espera que pierda entre 3 y 4 puntos porcentuales para 2100 en un escenario normal.
Si esto se confirma, las repercusiones de la falta de oxigenación no se limitarían a los mares cerrados, sino a los sistemas de afloramiento de las regiones de los orientales de las cuencas oceánicas del mundo. Con lo que se verán afectados algunos de los biomas más productivos del océano, que sustentan una quinta parte de la captura de peces marinos salvajes del mundo, formados por corrientes oceánicas que transportan agua rica en nutrientes, pero pobre en oxígeno a las costas.
Al margen de que la falta de oxígeno está empezando a alterar el equilibrio de la vida marina, y está favoreciendo las especies tolerantes con poco oxígeno (por ejemplo, microbios, medusas y algunos calamares) a expensas de las especies sensibles con poco oxígeno (muchas especies marinas, incluida la mayoría de los peces, como el atún, el marlín y los tiburones).
La COP25 tiene entre sus principales objetivos convertir la causa de la defensa de los océanos en una de sus prioridades, por lo que a partir de este lunes se empezarán a perfilar las conclusiones y compromisos de las delegaciones gubernamentales, para lo que se prevé también el arribo de altos funcionarios de la Organización de Naciones Unidas que den el espaldarazo final al acuerdo, entre ellos Antonio Guterres, secretario general del organismo.