Chihuahua, Chih.
I.- En los años recientes, las reformas educativas han construido un conjunto de postulaciones pedagógicas en forma de slogans, que pretenden dar una mayor importancia a diferentes componentes del Sistema Educativo Nacional: el alumno al centro, la escuela al centro, los maestros al centro…
Al colocar la centralidad de la educación en el alumno, se destacan los procesos de enseñanza-aprendizaje que atraviesan a este sujeto educativo. Al ubicar la escuela al centro, se resaltan los procesos de gestión educativa que los diferentes actores (directivos, maestros, padres, alumnos, etc.) construyen para atender y resolver los problemas escolares, más allá de las cuatro paredes del aula.
Al poner al centro a los maestros, se subraya su actuación en los procesos de enseñanza-aprendizaje a nivel aula, y en otras tareas escolares.
La política anunciada por el Secretario de Educación, Esteban Moctezuma, para viabilizar los trabajos del ciclo escolar 2020-2021 en el contexto de emergencia de la pandemia, forma parte de los desplazamientos de la centralidad educativa.
En los hechos, durante el ciclo escolar que inicia en los siguientes días, el slogan educativo resulta más que claro: “La televisión al centro”.
En los últimos años, la centralidad educativa ha sido desplazada del alumno, a la escuela, al maestro y, desde ahí, a la televisión.
¿Qué está detrás de los desplazamientos de la centralidad educativa en los últimos años de la historia de la educación en México?
Lo primero que se identifica, son un conjunto de reformas jurídicas, administrativas y curriculares que se han repetido de manera constante desde 1992 hasta la fecha.
Una y otra vez, se han cambiado las leyes, las políticas educativas, los contenidos de los programas de los distintos niveles educativos y los libros de texto.
Hay una inercia reformadora, que inició en 1992 con la aprobación del Acuerdo Nacional para la Modernización Educativa durante el sexenio de Salinas, que pasó por las reformas educativas de los gobiernos panistas de Fox y Calderón, que se extendió hasta el sexenio de Peña Nieto, y que desemboca en los cambios educativos del año 2019, en el actual gobierno.
¿En dónde está, entonces, la centralidad educativa: en el alumno, en la escuela, en los maestros, en la televisión, en algún otro actor o territorio educativo que pueda ser ponderado como lo más importante del Sistema Educativo Nacional?
En los últimos años, la centralidad educativa en México se ubica en un conjunto de desplazamientos de la política que se hace detrás de los escritorios, en las oficinas de los altos funcionarios educativos.
Si la centralidad educativa ha quedado sujeta de un conjunto de desplazamientos y vaivenes, tendríamos que estar hablando de la movilidad y la transformabilidad de esta centralidad educativa. En el fondo, los desplazamientos de la centralidad educativa son una forma del juego: “¿Dónde quedó la bolita?”.
Desde el lunes pasado (3 de agosto de 2020), después de la conferencia mañanera en la que se aclaró que el ciclo escolar 2020-2021 será montado sobre los rieles de la televisión, han surgido más preguntas que respuestas:
¿Cuáles son las responsabilidades educativas que estarán asumiendo los maestros durante el ciclo escolar que inicia el 24 de agosto? ¿Cuál va a ser el papel de los padres de familia en la educación de sus hijos en los meses siguientes?
¿Qué le corresponde hacer a los alumnos ante la televisión y en otras tareas propias del aprendizaje?
¿De qué formas el currículo de los distintos niveles y grados educativos va a quedar mediado por la televisión? ¿Cómo estarán siendo evaluados los alumnos?
¿Cómo quedarán distribuidos los tiempos educativos, más allá de las sesiones televisivas? ¿Por qué razones, en este momento específico, se ponen en marcha modificaciones curriculares que le abonan aún más a la incertidumbre educativa?
En los últimos años se identifican un conjunto de incertidumbres y extravíos de las políticas educativas en México.
Los tecnócratas que han dirigido los destinos de la educación en México han practicado una alquimia que resulta desconcertante.
En el contexto de la pandemia, la propuesta de la SEP para el inicio de las clases en los días siguientes, es una alquimia que desplaza la centralidad educativa hacia la televisión, que deja un cúmulo de dudas e inquietudes.
Lo anterior va mucho más allá del contexto de emergencia, en medio de la pandemia. Los desplazamientos de la centralidad educativa y la incertidumbre que se han generado en los últimos años, son un conjunto de indicios de una crisis educativa más profunda, que se ha precipitado en estos días.
Mientras la SEP juega el juego de, “¿Dónde quedó la bolita?”, que desplaza la centralidad educativa hacia la televisión, las preguntas se apilan una sobre otra y tal parece que la agenda educativa seguirá contagiada de zozobra en lo que sigue.
Esteban Moctezuma y otros integrantes del gabinete educativo, sujetan y desplazan los pequeños vasos opacos, que siguen escondiendo la bolita de la centralidad educativa, sobre la mesa del ciclo escolar 2020-2021.
En estos días las conferencias vespertinas de la SEP se han convertido en un mecanismo para dar información a cuentagotas. La información proporcionada por Moctezuma Barragán y sus cercanos, es una información a medias, que juega con un suspenso inducido.
Los funcionarios educativos mueven los vasos opacos, mientras la bolita de la centralidad educativa se desplaza ante los ojos de todos. Y al fondo, se escuchan un cúmulo de preguntas que son una sola pregunta: “¿Dónde quedó la bolita?”
II.- La segunda versión de la política educativa “Aprende en casa”, tiene como base un conjunto de decisiones que apuntalan al neoliberalismo.
Por un lado, el gobierno federal estará pagando a cuatro televisoras 450 millones de pesos para transmitir las clases. Los beneficiados son: TV Azteca, Televisa, Milenio y Grupo Imagen. En la actual crisis de la pandemia, que trae consigo una crisis económica, el gobierno estará capitalizando de manera directa a las televisoras.
Por otro lado, las televisoras se estarán beneficiando con los impactos bursátiles de una decisión que las convierte en aliadas del gobierno federal.
La decisión tomada por la SEP tiene como telón de fondo una alianza educativa y política, entre las televisoras y el proyecto de la 4T.
Al día siguiente de haber sido anunciado la política educativa que coloca la televisión al centro, las acciones del Grupo Televisa y de TV Azteca en la bolsa de valores aumentaron considerablemente.
El precio de las acciones de Televisa subió un 14.54% y las acciones de TV Azteca aumentaron un 16.12% (“Acciones de Televisa y TV Azteca se disparan en la bolsa”, El Economista, 4 de agosto de 2020). El beneficio bursátil fue inmediato. Los beneficios políticos se estarán viendo en los meses siguientes.
Detrás de la decisión tomada de forma centralizada por la Secretaría de Educación Pública, está la figura de Esteban Moctezuma Barragán, que ha sido un operador político de primera línea del empresario Ricardo Salinas Pliego, propietario de Tv Azteca. Antes de asumir el puesto como Secretario de Educación, Moctezuma Barragán estuvo a cargo de la Fundación Azteca.
En meses pasados, ya en el contexto de la pandemia, el grupo Salinas fue beneficiado con un millonario contrato para asegurar bienes de la SEP:
«Un contrato de 969 millones de pesos adjudicado por la Secretaría de Educación Pública (SEP) el pasado 30 de marzo, vino como anillo al dedo para grupo Salinas, propiedad de Ricardo Salinas Pliego… La SEP, dependencia a cargo de Esteban Moctezuma Barragán… otorgó el contrato de servicio de aseguramiento de bienes patrimoniales; carga y embarcaciones, semovientes y flora” a Seguros Azteca Daños.» (“La SEP al rescate de Salinas Pliego”, revista Proceso, 12 de abril de 2020).
Los beneficios que Ricardo Salinas Pliego y otros empresarios de la televisión han obtenido del actual gobierno federal, dejan en claro que las relaciones entre el poder gubernamental y el poder mediático de las televisoras en México, transitan por los mismos caminos que los sexenios anteriores.
Los beneficios económicos y los beneficios políticos son de ida y vuelta. Se percibe que la maquinaria neoliberal sigue en funcionamiento, bien aceitada y calibrada, avanzando a través de la Secretaría de Educación Pública y de otras secretarías de gobierno.
III.- Hay quienes afirman que la decisión tomada por la SEP para implementar la política educativa de “Aprende en Casa” en su segunda versión, es lo mejor que se pudo haber hecho, que en el contexto de emergencia de la pandemia no se puede hacer más. Desde luego que se pudieron tomar otras decisiones, que no estuvieran centradas en la televisión y que evitaran los beneficios económicos a las empresas que antaño eran concebidas por los morenistas, como integrantes de la “mafia del poder”.
Enseguida se plantean dos posibilidades que son alternas a la decisión ya tomada:
1º Una primera decisión alterna, sería dar inicio al ciclo escolar hasta el momento en que se termine la emergencia sanitaria, cuando el semáforo estuviese en verde.
El problema que se hace presente, es la manera de concebir el tiempo educativo desde una lógica pragmática y utilitarista. Cuando se suspenden las clases por periodos largos suelen emplearse conceptos como: “ciclo escolar perdido”, “semestre perdido”, etc. Esta manera de pensar concibe a los tiempos escolares bajo una lógica de productividad capitalista.
¿Qué es un “ciclo escolar perdido”, qué es un “semestre perdido”? Es un tiempo que no produce el cumplimiento de objetivos (aprendizajes esperados), que no produce calificaciones, ni títulos que son concebidos bajo una lógica credencialista. Lo que se concibe como “tiempo escolar perdido” es un tiempo improductivo que resulta indeseable para la lógica capitalista de la educación.
La maquinaria de productividad educativa debe avanzar a costa de lo que sea, debe capturar entre sus mecanismos de funcionamiento a las vidas de las personas.
Los alumnos, los maestros, los padres y otros actores, son concebidos entonces, como piezas de una gran maquinaria que tiene que ser forzada para producir educativamente.
La decisión tomada por la SEP convierte a la maquinaria educativa en un tren televisivo al que todos tendrán que subirse. Hay una velocidad a la que avanzará este tren, hay una distribución de tareas y tiempos, y hay también un conjunto de obligaciones que tendrán que cumplirse al ritmo que marque la televisión.
Pero el tiempo educativo no se pierde, ni se gana. Más bien, el tiempo educativo se vive, cuando se le concibe de manera radical desde las propias vidas de las personas. Estamos hablando de una humanización del tiempo educativo, que coloca como centro a las vidas de las personas de carne y hueso, que tienen miedo, que se angustian ante los acontecimientos de la pandemia, que sufren por la crisis económica que se extenderá durante meses, que esperan un acompañamiento y una solidaridad donde acogerse.
Dos preguntas se hacen necesarias en esta parte: ¿Es posible construir otra lógica del tiempo educativo, una lógica que no cosifique a las personas al convertirlos en simples piezas de una maquinaria indetenible? ¿Es posible construir una lógica humanizante del tiempo educativo?
2º Una segunda posibilidad, sería una política educativa de simplificación curricular en amplio sentido. Simplificar los tiempos educativos, los contenidos, las tareas a desarrollar, los procedimientos y los objetivos por cumplir. De tal manera, que la atención a las labores educativas no se convierta en una losa demasiado pesada para los alumnos, los padres, los maestros y otros actores educativos.
Estamos hablando de una pedagogía de lo fundamental y de lo mínimo en el contexto de la emergencia sanitaria. Durante el ciclo escolar que está por iniciar, se estaría abordando lo más fundamental (lo más importante, lo más significativo) por aprender. A su vez, se estaría abordando lo más elemental (lo más básico, lo más simple). Lo anterior daría lugar a una descarga curricular que estaría impactando de manera directa en las vidas de las personas.
En una pedagogía de lo fundamental y de lo mínimo, los maestros desempeñarían un papel central, junto con los alumnos y los padres, tomando decisiones de manera conjunta y haciendo uso de los recursos del medio para enfocarse en lo vertebral, dejando a un lado los abultados programas educativos de los diferentes grados y niveles.
Desde luego, habría que dejar en claro: qué es lo más fundamental y los más elemental, que tendría que ser abordado. Esa decisión, sería tomada de común acuerdo entre los actores educativos, desde una perspectiva dialógica y en base al consenso, a partir de Paulo Freire.
La pedagogía de lo fundamental y de lo mínimo en el contexto de la pandemia, tendría la forma de un bastón para que las personas se apoyen mientras suben una cuesta que resulta accidentada y sinuosa en su transcurso. Pero, tal parece que en la actual coyuntura se optó por una tomar una decisión que convierte a la educación, en una pesada cruz que se tiene que cargar mientras se avanza de subida, a campo traviesa.
En el fondo, detrás de la decisión tomada, está una deshumanización del acto educativo, una cosificación del acto educativo.
Los alumnos tendrán que pasar horas, de manera pasiva y en silencio frente al aparato televisor, como simples depositarios del saber educativo. Los padres tendrán que hacer lo necesario para que sus hijos se mantengan atentos a lo que sucede en las imágenes y las voces que se transmiten por televisión. Los maestros también tendrán que dar seguimiento a la programación televisiva, y convertirse en acompañantes de lo que pueda suceder...