La gestión de la derrota

La gestión de la derrota 20 de abril de 2024

Mariela Castro Flores

Chihuahua, Chih.

Desde el comienzo de su participación en política de manera formal, la presencia de las mujeres en la vida pública podría contar en sus hechos paradigmáticos el primer Congreso Feminista de Yucatán realizado el 13 de enero de 1916, con mas de 600 delegadas de distintos sitios del país, en el que se discutieron temas sobre la liberación y emancipación de las mujeres del yugo de las tradiciones, los cambios de planes de estudios para que de las “ciencias del hogar” se les dieran opciones para aprender artes, oficios y obtener suficiente conocimiento para acudir a la universidad, planificación familiar, así como la posibilidad de desempeñar cargos públicos; desde entonces, el tema de los derechos políticos sigue estando en controversia.  

De 1916 a 1947, año en el que el gobierno del presidente Miguel Alemán reconoció el derecho de las mujeres a votar y ser votadas en procesos municipales y de ahí, al 3 de julio de 1955 fecha en que las mexicanas sufragaron por primera vez en una elección federal, se ha tratado de disipar de las narrativas oficiales dos cosas primordiales: mencionar que fueron los movimientos FEMINISTAS los que por detrás impulsaron, motivaron, organizaron la lucha y la resistencia para ganar el sufragio y segunda: que tras poquísimos ejemplos de mujeres que en la vida política, siempre ha habido mujeres funcionales al sistema y que, terminan siendo anuladas en sus carreras políticas, figuras y representación.      

Salvo casos excepcionales, como el de Griselda Álvarez de León, que tuvo la oportunidad de ser la primera gobernadora del país, por el estado de Colima en 1979, por provenir de una familia de gran bagaje político, -su padre y abuelo fueron gobernadores de la misma entidad- sumado a que, lo que le ganó afianzarse en la contienda fue su discurso meritocráticamente privilegiado que, marcó una brecha sustancial entre los derechos sexuales y reproductivos y los derechos político-electorales. Su lema de campaña, fue: “Vivamos un tiempo nuevo de plena igualdad con los hombres; sin privilegios que no requerimos, pero sin desventajas que no merecemos”. Con ello, en las negociaciones que definieron su candidatura se estableció no incluir la demanda cada vez más abierta sobre la urgente atención a políticas públicas de salud reproductiva para el control natal. 

Son de entenderse las limitaciones de aquellos tiempos, las imposibilidades y barreras que se enfrentaban; sin embargo, desde aquella escisión de pactar en vez de ir por todo, la carrera por los derechos de las mujeres y las niñas se ha visto sujeta a negociaciones a partir de la consideración de que políticamente podemos ser tuteladas. 

La larga lucha por la paridad ha logrado representaciones equitativas en Congresos locales y federales sin que este se traduzca a que sean sustancialmente útiles y significativas; el mismo conflicto sigue presente y así, llegamos a este momento de la historia en el que dos mujeres se disputan la más alta tribuna del país; empero, ¿realmente son ellas las que están detrás del poder?

Desde que el régimen de cuotas que procura la paridad electoral instaló las primeras medidas vinculatorias de inclusión de las mujeres para partidos políticos en sus candidaturas, se comenzaron a ejercer malas prácticas para evadir los ordenamientos legales que obligaban la presencia femenina en la contienda; se sigue en la brecha y la normativa ha seguido construyendo rutas efectivas y candados para garantizar la representación, ahora también de personas de pueblos originarios y LGBTTIQ+; aunque no es de asegurarse que la inclusión garantice la no discriminación o la eliminación de violencias institucionales o estructurales hacia estos sectores.

En la carrera por la presidencia de la república vemos a una candidata de la coalición opositora luchando por mantenerse de pie en la contienda. 

Sus constantes tropiezos, declaraciones sinsentido, presentaciones desafortunadas, no han logrado otorgarle un solo momento que esté a la altura del momento histórico que como mujeres, cursamos.  

Y es lamentable.

Es de lamentar porque fue elegida por los partidos que integran su coalición para ser sacrificada. Sin ambages podemos decir que de tener mínimas posibilidades de ganar, la oposición hubiera definido para un varón la candidatura en la búsqueda de remontar preferencias. 

Es muy evidente el abandono de la candidata en la contienda; no solo se puede observar en la falta de proyecto, de claridad para determinar cuál es el público o el sector al que se está dirigiendo, en la imposibilidad de sostener a un grupo de intelectuales “orgánicos” que la legitime, de empresarios que la respalden a pesar de que ella se jacta de serlo, el descuido en su imagen personal y proyección, no solo discursiva, también de una logística propia de una candidatura presidencial. Se nota por mucho la carencia de asesores de imagen, incluso de recursos económicos.  

Xóchitl no ha logrado cuajar más allá de la animadversión de las capas superficiales de las clases que aspiran a ser medias y medias para votar no por ella, sino contra López Obrador y que ven en Claudia Sheinbaum una réplica sucesoria sin personalidad propia, porque la misoginia es pareja y se vierte en ambos lados. 

Múltiples columnas de opinión se han dedicado a ponderar lo único que de ella es posible: su imagen personal, como Guadalupe Loaeza afirmando que su “cabello lacio con buena caída” es motivo de envidia o lo publicado hoy en Reporte Índigo por Roberto Trejo que pretende hacer de interés periodístico que Gálvez se sintió “incómoda y fingida” por optar por un traje sastre para primer el debate presidencial, cuando eso en el timing del proceso ya quedó atrás y podrían ser reseñados otros eventos como su desafortunada visita a la Universidad de Guadalajara, por ejemplo.

Xóchitl es el claro ejemplo de las mujeres que se animan a contender por un espacio en la vida pública por medio de la vía electoral: les dan candidaturas perdedoras, los institutos políticos que las posicionan posteriormente obstaculizan las alianzas que las pueden empoderar y les niegan recursos económicos para sus campañas. 

Caso contrario Claudia, porque sus implicaciones son diametralmente distintas: el voto por ella es votar por la continuidad, es decir, sostener el proyecto de nación puesto en marcha por Andrés Manuel.

En todo caso, es lamentable que, a estas alturas de la historia, sigamos sin poder hablar de que la política se vive en un tiempo que les corresponda a las mujeres.

@marielousalome

Mariela Castro Flores

Politóloga y analista política especialistas en género y derechos humanos.