El complejo arte de gobernar

El complejo arte de gobernar 15 de octubre de 2020

Hernán Ochoa Tovar

Chihuahua, Chih.

“Se puede ser un excelente candidato y un pésimo gobernante”, comentaba, la víspera de la elección presidencial del 2018, el analista político Leo Zuckermann. El adagio resulta certero, pues hay candidatos quienes son expertos en conectarse con la gente, y se mueven como peces en el agua en el ambiente electoral; pero a la hora de llevar a cabo políticas públicas, simplemente no son las más hábiles, a la hora de concretar los asuntos. Mientras, por el contrario, hay quienes son pésimos candidatos; pero resultan excelentes a la hora de llevar a cabo labores administrativas o de representación.

Contrario a lo que se espera, no hay una regla que pueda definir una tendencia estadística. Ha habido líderes o luchadores sociales quienes, al llegar al poder, realizan una buena labor; mientras , otros, sólo quedan con el prestigio que les granjeó el cargo conseguido. 

También están aquellos tecnócratas quienes adolecieron del poco contacto popular; pero, supieron, manejar la situación del país, con el bemol, nunca olvidado, de que sufrieron una especie de fría distancia con las masas, adjudicándole la marcha gubernamental a preceptos como la eficacia y la eficiencia; ello, pareciendo emular a Ronald Reagan en su muy controversial frase: “los problemas no se resuelven, tan sólo se administran”.

Entrando en materia, el hecho trasciende fronteras y latitudes. Mandela y Sánchez Cerén comparten orígenes en la lucha popular, y en una batalla, de décadas, contra el establishment y el status quo de sus naciones. Mandela era el abogado que desafió a la cúpula del apartheid, y purgó una larga condena en Robben Island; Salvador Sánchez, en tanto, un profesor politizado -como muchos y muchas de su generación-, venido desde abajo, quien, tras egresar de la Normal Salvadoreña, incursionó en la guerrilla, soñando, quizás, que “la imaginación era el poder”. 

Ambos pasaron a la institucionalidad: Mandela salió de la cárcel, siguió luchando contra la abolición del Apartheid, consiguió su propósito, y, tras una larga lucha, fue galardonado con el Premio Nobel de la Paz y llegó a la Presidencia de Sudáfrica en 1994. Sánchez, en tanto, fue testigo de los acuerdos de paz de Chapultepec, que suscribieron la guerrilla salvadoreña y el fue diputado y baluarte del FMLN durante un largo lapso. Tras la histórica victoria de Mauricio Funes, en 2009 fue nominado a la Vicepresidencia y al Ministerio de Educación, para, un lustro después, ser ungido como candidato de su partido, y, tras unos reñidos comicios, erigirse como el sucesor de Funes en la Presidencia del Salvador.

Aunque las trayectorias de Mandela y Sánchez Cercén, encuentran vasos comunicantes y coincidencias, sus resultados como gobernantes fueron diametralmente opuestos. Madiba recibió Sudáfrica hecho un polvorín, al borde la guerra civil, y él emergió como figura de comunicación, en lugar de prodigar la polarización, logrando llevar a su país, a una nueva era económica y política. 

Sánchez Cerén, en cambio, no pudo resolver los grandes problemas que aquejaban ancestralmente a El Salvador. Se le reconoce el haber universalizado programas sociales para combatir la pobreza; pero la inseguridad, la violencia y la migración, siguieron aquejando gravemente a El Salvador durante su quinquenio. 

Contenido por las fuerzas conservadoras en el parlamento salvadoreño, no logró la aprobación de leyes consustanciales a la izquierda, como son las de las sociedades de convivencia o la interrupción legal del embarazo; y, si bien, logró la elevación del salario mínimo, ello le granjeó la enemistad de la patronal salvadoreña (a contrapelo de lo sucedido en México, donde el aumento al salario, decretado por el gobierno de López Obrador, al inicio de su gobierno, contó con el visto bueno de las cúpulas empresariales). 

Aunque en política exterior, se alineó con los países progresistas del continente, los escasos cambios estructurales, probablemente llevaron a la desesperación popular, la cual castigó duramente su gobierno, y el FMLN no pudo refrendar un tercer gobierno. En cambio, la popularidad del añejo partido de izquierda se desplomó, y Sánchez terminó entregando la estafeta a un populista de derechas, como lo es Nayib Bukele.

En contraparte, Adolfo Suárez y Ernesto Zedillo eran (de alguna manera) hombres del sistema y, sin embargo, lograron cambios relevantes en España y México. Suárez parecía, hasta mediados de la década de 1970, un gris burócrata de las mazmorras del franquismo; y, sin embargo, logró darle la vuelta a la página a su pasado falangista. 

Concitó la unión de falangistas, derechistas y socialistas, en aras de lograr un mejor futuro en la España post-franquista. Si bien, la consolidación de la España contemporánea llegó con Felipe González, fue Suárez quien, cual artífice de los Pactos de la Moncloa, logró llevar al país ibérico a una senda de transiciones políticas, crecimiento y avances ideológicos. 

Zedillo, en tanto, pudo desmontar parte de la estructura del viejo régimen; y conducir a México a la modernidad electoral, con el beneplácito de las izquierdas y las derechas. Empero, aunque Fox fue un buen administrador, el desmonte del viejo estado corporativo no acabó de ocurrir, y algunos resabios de estructuras añejas en el sistema político nacional, han seguido dominando hasta la actualidad (incluso, persisten, en el seno de la 4T).

¡Hasta líderes como Lula, Chávez, Correa, Evo Morales y Mujica, tuvieron resultados distintos tras de sí¡ (Con Lula, Brasil emergió como el titán sudamericano y de las economías más pujantes del orbe; Morales, de la mano de su Ministro de Finanzas, Luis Arce, pudo cristalizar el Milagro Boliviano). 

Habrá que ver el sendero por el cual transita el Presidente López Obrador. Tiene, tras de sí, una aureola de luchador social, que le abonó prestigio para poder llegar a Palacio Nacional, en su tercer intento, en los comicios del 2018. 

A contrapelo de sus antecesores, AMLO cuenta, también, con un arrastre popular, y sabe hablar y comunicarse con el pueblo en su idioma. Sin embargo, sus desempeños administrativos han encontrado luces y sombras: fue un buen líder del PRD (durante su gestión, el otrora gran partido de izquierda, logró un relevante crecimiento electoral); un buen Jefe de Gobierno del DF, destacando por sus obras públicas y patrimoniales (rescate del Centro Histórico de la CDMX, impulso a Santa Fe, construcción del Segundo Piso del Periférico) y una relevante sinergia con el empresariado capitalino y la expansión de programas sociales (Adultos Mayores, Prepa Sí). 

Pero, como Presidente de la República, ha encontrado dificultades en diversos ámbitos, pues, aunque ha replicado el ejemplo de las ayudas sociales en el ámbito nacional; le ha tocado una realidad compleja en múltiples sentidos; máxime ahora, cuando estamos inmersos en esta pandemia interminable de COVID, con grandes retos a nivel global. 

A pesar de sus eventuales claroscuros, considero que López Obrador es un conocedor de la política, y él buscará hacer los ajustes necesarios, en aras de que la 4T cristalice sus objetivos. Su pretensión es pasar a la historia como un reformador; esperemos, por el bien de todos y todas, así sea. No creo que sólo quiera ser recordado como un gran candidato; sino como un Presidente que delineó y cumplió -en la medida de lo posible- sus objetivos. La narrativa se sigue construyendo. Nada está escrito.

Hernán Ochoa Tovar

Maestro en Historia, analista político.