Chihuahua, Chih.
I.- En el fondo, las escuelas no están cerradas. En el contexto de la pandemia por Covid-19 uno de los sectores que no se detuvieron en ningún momento fue la educación.
Por algunos meses, pararon la industria y el comercio en México, pero no la educación. Lo que se pone en evidencia en los meses de la pandemia es la ubicuidad de la educación, que puede ocupar territorios inauditos. Por inercia estructural, en la modernidad la educación se deposita en las escuelas. Pero la educación puede ser trasladada a la casa, las calles, las ciudades, la televisión, el internet, las computadoras y los teléfonos celulares.
La educación pretende abarcarlo todo, hasta el más lejano rincón de la geografía de un mapa, hasta lo infinito que se vislumbra en los números de la matemática, hasta la última palabra para nombrar el mundo bajo el manto sagrado de la gramática, la ortografía y la caligrafía.
Todavía no queda claro, cómo es que el ímpetu de totalización de la filosofía que fue depositado en la metafísica, se convirtió en uno de los motores de la educación en la modernidad.
En el plano de la metafísica, la filosofía pretende nombrar de forma determinante la totalidad de lo absoluto. En el plano del currículo y de la expansión de la obligatoriedad, la educación pretende abarcar el mundo entero. El ímpetu de totalización de la filosofía se ha convertido en un ímpetu de totalización educativa a lo largo de los últimos siglos.
II.- Lo que ha quedado demostrado en el contexto de la pandemia, es que hemos sido colonizados por la educación estatal. Pudiera admitirse, que la colonización de la educación dirigida por el Estado es una de las mejores invenciones de la modernidad.
Pero toda colonización, incluso la educativa, tiene sus luces y sus sombras. A casi dos años de la emergencia sanitaria, se debate sobre abrir o no las escuelas, y las discusiones son encarnizadas. Lo que se identifica detrás de este debate son las maneras de administrar el ímpetu educativo de la modernidad que se ha convertido en una jaula histórica de proporciones inauditas.
Los habitantes del siglo XXI somos adictos a la educación.
Nuestra adicción a la educación en la era moderna está directamente relacionada con el culto al progreso indetenible. Es inadmisible que podamos darnos el lujo de detener la maquinaria del progreso que se deposita en el motor de la educación. A lo largo de la modernidad el progreso y la educación son conceptos simbióticos, es imposible entender uno sin el otro. En el siglo XXI el progresismo de la educación es una fe que ha tomado dimensiones religiosas.
III.- Las llaves para abrir las escuelas y retornar a la formalidad de la educación en el contexto de la pandemia son una contradicción en movimiento.
¿La educación es una obligación o es un derecho?
El artículo 3o de la educación establece la obligatoriedad educativa, que se instauró en México desde la segunda mitad del siglo XIX. Por otro lado, en la declaración de los derechos de los niños(as), la educación no tiene la forma coercitiva de una obligación impuesta por el Estado, sino que es un derecho.
La educación es una obligación que ha pasado a ser concebida como derecho, o un derecho que se reclama obligatorio.
Jurídicamente, las obligaciones tienen una forma coercitiva que llega incluso a la punitividad del castigo por parte del Estado. En este mismo plano, los derechos se reclaman como un beneficio personal que reside en la lógica de las garantías individuales. Esta doble condición jurídica de la educación, permite ver las contradicciones de la jaula educativa en la que estamos capturados los habitantes del siglo XXI.
Otra de las contradicciones que se observa en los debates sobre abrir las escuelas se identifica en las coincidencias entre la izquierda y la derecha en México.
Desde hace meses el presidente López Obrador reclama la apertura total de las escuelas, desde la educación básica hasta las universidades. En la misma sintonía que el presidente se ubica la política educativa del gobierno de Claudia Sheinbaum, en la ciudad de México, que ha ordenado mantener abiertas las escuelas durante la cuarta ola de la pandemia.
En ese mismo tono, se identifica el posicionamiento del superdelegado federal en Chihuahua, Juan Carlos Loera, quien en sus redes sociales manifestó su apoyo al movimiento “Abre mi escuela”.
En un artículo publicado hace unos días, Mariela Castro Flores evidenció las conexiones del movimiento “Abre mi escuela” con la derecha y el sector empresarial en México (“¿Abrir las escuelas?”, El Diario de Chihuahua, 5 de febrero de 2022).
Resulta extraño que personajes de la izquierda mexicana como López Obrador, Sheinbaum y Loera, coincidan en la misma postura de los militantes de la derecha (ultraderecha) que reclaman abrir las escuelas. A lo largo del gobierno de López Obrador han sido señaladas enfáticamente las diferencias entre la izquierda y la derecha, pero se ha procurado guardar silencio sobre las coincidencias entre ambos proyectos ideológicos.
Lo que está detrás de las coincidencias entre los militantes de la derecha y la izquierda que reclaman abrir las escuelas, es la ideología del progreso. En términos ideológicos hay una coincidencia entre el progresismo de izquierda de la 4T y el progresismo de derecha de las instituciones de educación privada que se movilizan para abrir las escuelas.
Las llaves para abrir las escuelas en el contexto de la pandemia, están sujetas por una mano derecha que parece ser izquierda. A fin de cuentas, las cerraduras de las puertas escolares giran de la derecha hacia la izquierda, en el mismo sentido que las manecillas del reloj.
El movimiento es circular y se desplaza en torno a la ideología del progreso indetenible, que está plagada de contradicciones y paradojas.