Chihuahua, Chih.
(Remembranza histórica a 74 años de la expropiación petrolera)
“El niño Dios te escrituró un establo y los veneros de petróleo, el Diablo”: Ramón López Velarde, Suave Patria (fragmento)
“Yo quisiera gritar que ese tal oro negro no es más que un negro veneno…”: Roberto Carlos, El Progreso (fragmento).
El petróleo ha sido un recurso natural no renovable que ha tenido una controversial existencia en los pueblos del mundo de la era moderna, cuando dejó de ser aquel material fósil del subsuelo y, vía su refinación y procesamiento, ha podido ser transformado para ser utilizado en los aditamentos que requieren las sociedades industriales y postindustriales.
En algunos países ha sido símbolo de desarrollo y progreso (Dubai, por ejemplo). En ciertos, retrato de buenas épocas, cuyas bonanzas condujeron a sus ciudadanos a la decadencia (Venezuela).
Mientras en otros lugares, como en México, la propia historia petrolífera tiene hondas luces y sombras, por el simbolismo que el petróleo genera a los ciudadanos mexicanos; máxime, cuando fue el Gral. Lázaro Cárdenas quien, hace casi tres cuartos de siglo, decretó su nacionalización, en lo que devino uno de los más fuertes hitos históricos de todo el siglo XX dentro de la historia del México contemporáneo (así como baluarte del nacionalismo revolucionario).
El petróleo también ha producido discordias: la Standard Oil de Rockefeller llegó a ser tan poderosa en los Estados Unidos, que Theodore Roosevelt se aprestó a dividirla, blandiendo, ante todo, la legislación norteamericana.
En México sucedió algo semejante: algunos historiadores señalan que las compañías que tenían la potestad de explotar los hidrocarburos en suelo nacional -antes de la expropiación cardenista- eran verdaderas ínsulas de poder, donde la legislación mexicana parecía ser letra muerta.
Justamente, esa situación se vivió desde el Porfiriato (1877-1911) y se prolongó durante los primeros años de la posrevolución. En los tiempos anteriores a la Revolución Mexicana, las beneficiarias de los recursos del subsuelo eran compañías extranjeras.
Tanto las minas como los combustibles fósiles eran explotados, mayormente, por capitalistas norteamericanos y europeos, quienes veían por su propio beneficio y no por el de la nación; de ahí que se gestaran las primeras huelgas en Cananea, Sonora, y posteriormente en Río Blanco, Veracruz; pues los mexicanos eran -en múltiples casos- tratados como ciudadanos de segunda, con largas jornadas laborales, y ni siquiera los derechos mínimos que ya comenzaban a ser exigidos en las naciones desarrolladas.
Con el fin de atajar este problema, la Constitución de 1917 dispuso que los recursos del subsuelo le pertenecían a la nación, y que su explotación era potestad exclusiva y/o preponderante del estado nacional.
Sin embargo, los capitalistas extranjeros no se quedaron muy tranquilos. En un primer inicio, trataron de buscar retroactividades para continuar beneficiándose del mismo estado de las cosas.
El tratado Lamont-De la Huerta, signado en los albores de la posrevolución, era muestra clara de esto. Durante las décadas inmediatas a que la lucha armada hubo concluido (la de 1920 y parte de la de 1930), el revolucionario ideal de los recursos que beneficiasen al pueblo de México, seguía siendo un rosario de buenas intenciones en la mayoría de los casos.
Así, puede decirse que, durante el gobierno del Gral. Lázaro Cárdenas (1934-1940) comenzó la ruptura. A pesar de haber sido cercano al Gral. Elías Calles durante parte de la égida revolucionaria y su larga era de influencia; supo desmarcarse de él, y llevar a cabo una política más de corte nacionalista, mirando hacia la izquierda del espectro político.
Si algunos incautos pensaban que Cárdenas sería un “adalid más del Maximato” (como en su momento lo fueron Portes Gil, Ortiz Rubio o el Gral. Abelardo Rodríguez); Cárdenas dio muestras claras de que su gobierno daría un claro golpe de timón, y abonaría a recuperar la perspectiva social que poco a poco se fue diluyendo conforme el relato de la revolución se burocratizaba.
Si los gobiernos anteriores habían tratado de “administrar el problema petrolero”; durante el cardenismo se tomó el toro por los cuernos. Viendo que las petroleras extranjeras se negaban a seguir los laudos dictados por la Suprema Corte, el Gral. Cárdenas decretó la expropiación petrolera un día como hoy, pero de 1938. Fue ahí cuando se conformó la compañía PETROMEX (la cual, a la postre, pasaría a ser conocida hasta la actualidad como PEMEX).
A pesar de que la polémica decisión no estuvo exenta de problemas, tanto Cárdenas como su sucesor, el Gral. Manuel Ávila Camacho, supieron hacer frente a tan atinada decisión (se maneja de manera extraoficial que la aceptación tácita del gobierno norteamericano fue pragmatismo ante la coyuntura, pues parte de las compañías expropiadas eran parte de Royal Dutch, con capital británico y holandés) .
Prueba de ello es que, al calor de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), los gobiernos de México y Estados Unidos lograron un entendimiento. Ante la política de la “Buena Vecindad”, signada por los gobiernos de Ávila Camacho (1940-1946) y Franklin Delano Roosevelt (1933-1945), el gobierno mexicano acordó venderle petróleo a los Estados Unidos y suspender la venta las naciones del eje (Alemania, Italia y Japón), facción rival en la guerra en cuestión, con la cual el propio México entraría en conflicto posteriormente.
En otras cuestiones, podemos decir que, a partir de la expropiación (el 18 de marzo de 1938), el petróleo mexicano se convirtió en palanca del desarrollo nacional, contribuyendo, de manera importante, con la expansión económica e industrial que experimentó México durante buena parte del siglo XX.
Si bien la petrolización económica se produjo de manera paulatina, encontró su cenit en la década de 1970. Cuando se discutía la viabilidad del “Desarrollo Estabilizador” emanado del ruizcortinismo, y tanto Echeverría como López Portillo hacían parches y malabares para sostener el modelo político-económico emanado de la posrevolución, la coyuntura perfecta llegó con el “Boom Petrolero”, cuando, a finales de la década de 1970, el pescador Rudesindo Cantarell descubrió inmensos yacimientos petrolíferos en el Golfo de México (justo donde hoy están situados el Complejo Cantarell y la Sonda de Campeche).
Aunque esta historia acabó mal, debido a la mala administración y al despilfarro, el petróleo le dio viabilidad a una nación que empezaba a buscar otras alternativas. Sin embargo, el metarrelato petrolero ya no tuvo cabal entrada con el modelo neoliberal.
La gesta heroica cardenista, que fue baluarte del viejo PRI, comenzó a ser minimizada paulatinamente. ¡Ni qué decir en los tiempos del ex Presidente Vicente Fox (2000-2006) cuando -no obstante la buena administración de los mismos- los altos precios del petróleo terminaron convertidos en gasto corriente!
En términos generales, los tecnócratas de todos los colores menospreciaron a PEMEX. La veían como una reliquia del pasado, la cual había que abrir al mercado para que fuese operativa y otorgase ganancias.
Su propia visión social se fue reduciendo al grado de que lo mercantil pasó a ser lo más relevante; incluso, en la reforma energética surgida al calor del Pacto por México -en el gobierno de Enrique Peña Nieto-, se realizaron acciones en sentido contrario: los petroleros fueron sacados del Consejo de Administración de la compañía (y Romero Deschamps no dijo ni pío), mientras dejó de ser paraestatal a “empresa productiva del estado”, eufemismo con el cual se pretendía poner a competir a una corporación de estado, que buscaba el bienestar del país y detonar su desarrollo, con las grandes corporaciones internacionales ¡increíble!
Aunque -por lo menos formalmente- los tecnócratas nunca buscaron vender PEMEX, la compañía perdió relevancia durante el curso de las décadas pasadas.
Afortunadamente, con el advenimiento de la 4T, parece haberse recuperado el viejo relato. A pesar de los claroscuros, parece que el gobierno actual ha entendido bien la mística de tan histórica empresa: no se han negado los contratos a terceros; pero se busca el bienestar de las mayorías, en lugar de un acertado reporte de ganancias.
La narrativa de esta administración nos dice que, en efecto, el gobierno busca rescatar PEMEX: sanear las deudas, a la par que procura el bienestar de las grandes mayorías del país.
Ojalá que se pueda cumplir el objetivo.
Sin embargo, cuando despertamos… el espíritu del Gral. Cárdenas parecía estar ahí (utilizando como símil al cuento del “Dinosaurio” de Monterroso). Y esto, parece ser una buena noticia.
Porque, aunque las energías limpias son el futuro; las evidencias nos han demostrado que será un hecho gradual y no intempestivo.
Prueba de ello, la subida de los combustibles en los últimos tiempos, el gobierno no se ha equivocado en ello! ¡Veremos qué nos dice la historia!