Chihuahua, Chih.
Existe una conexión especial entre comer y hacer el amor. Todo aquello que agrada al cuerpo predispone al goce; una buena mesa incita al placer.
Sólo se necesita abrir la mente al placer y disfrutar a la vez de la buena mesa y el mejor sexo. Pero no se trata de recurrir a recetas afrodisíacas de dudosa eficacia, sino de cocinar y de comer pensando en el placer, de sentirlo y de transmitirlo. Comer, conversar y amar están íntimamente relacionados con el contento del corazón.
La buena cocina se parece más que al laboratorio de algún científico al taller de un artista. El científico sigue metódicamente las indicaciones de una receta; el artista, en contraste, se convierte en un instrumento de la libertad y la imaginación. Cocinar y amar, más que ciencias, son artes; y la sazón es la obra de esos artistas. Sus exposiciones más memorables suceden en la mesa y en el lecho.
La alcoba, puertas adentro, debe abrirse a un paisaje de luna en donde se pueda aullar, en un lugar que permita los incendios, cuatro paredes que protejan la libertad y la entrega más plenas.
La buena cocina es ingenio y suculento hechizo; la alcoba libertad y entrega plenas. La sazón que sobre el mantel o la sábana se expresa es un arte que se nutre del cultivado sentido de la estética culinaria y erótica, la justa combinación de ingredientes, la magia en el uso de las especias y los besos, y un puñado de creatividad espolvoreada y unas caricias destinadas a que florezca la música del amor.
El erotismo es la exuberancia de la vida; es la fusión con el otro y la supresión del límite, es el desenfreno, es el instante en que, unidas, las personas –seres discontinuos- logran darse continuidad como si fueran un solo cuerpo. El ser amado para el amante es la trasparencia del mundo, su parte buena, su lado solar.
Dos seres fugaces, precarios y perecederos se unen tan profundamente que pueden sentirse completos, completados, únicos y eternos.
La vida erótica es, después de los hijos, el patrimonio de mayor riqueza para la pareja.
La abundancia y la generosidad del amor en libertad derramados sobre la sábana. La cama es el lugar donde se confiesan las pasiones, donde las fantasías logran su concreción, donde lo voluptuoso ya no se reprime sino se libera, donde el sátiro y la ninfa se encuentran en las selvas o los bosques penumbrosos desatando sus fogosos temperamentos, el lugar donde te libertas de los yugos morales, sociales, laborales, religiosos, en fin, la fortaleza en la que se cultiva la intimidad que los hará tener un mundo secreto y autosuficiente.
La mesa y la alcoba, hasta donde se pueda, deben ser generosas y diversas en sus propuestas. A la gastronomía se le describe como una flor exótica a la que no le gusta abrirse en medio de rigores económicos; para algunos otros es rito, drama cósmico, arte mayor, cuya muestra evidente del milagro es la sazón aquí en la mesa como en el lecho donde la lengua oficia sus liturgias: “en un universo de diálogos callados, de afectos recios y de pocas palabras, las voces del amor se escuchan con la lengua; a eso le llamamos la sazón”
¿Qué es en realidad la sazón? Es un acto misterioso. Muchos pueden cocinar, pero son pocos quienes poseen la magia y el arte en sus manos. Quizá quien es poseedor de ese don tiene un desarrollo especial del sentido del gusto, o tal vez la buena sazón tenga que ver con un paladar sensible y delicado que sabe detectar la mezcla exacta de ingredientes. Un buen cocinero, como un buen amante, sabe combinar los ingredientes de manera armónica, como se mezclan en un lienzo los colores; no ignora que los sensaciones exuberantes que florecen con una pizca de azúcar o una mirada envolvente, una hojita de laurel, o una ráfaga de clavo, un concierto de dos manos sobre una piel de sedas turcas. Hay combinaciones temerarias, insólitas que pueden llegar a ser una experiencia inolvidable para el sentido del gusto. Las especias contrastantes dan a la cocina el toque fino. La pimienta en los postres, la canela en el estofado, el estragón en el pollo. Un buen gourmet debe tener un paladar dispuesto a experimentar nuevos mundos; un buen amante debe viajar por ese territorio de escalofríos y de suaves quejas que es el otro cuerpo y aventurarse en territorios vedados buscando novedades placenteras que expandan el canon del gusto.
Seduce con la comida, utiliza tu propio cuerpo para probar toda clase de delicatessen: sobre el pecho, en el ombligo, en la boca, sobre las piernas... y en otras zonas más íntimas.
Tú eres para tu pareja el mejor platillo. Ofrécete en tu mejor presentación. Emplatar lo que vas a disfrutar es el toque mágico. Sobre el plato se coloca con elegancia aquello que se ha cocinado con esmero y con una sazón inspirada. Un buen plato es agradable a la vista. El colorido de la comida se combina de tal modo que alcanza la altura del arte; y ya cuando lo comes encuentras esa combinación de texturas y sabores.
Lo mismo sucede con las mujeres que antes de tumbarse en la cama –donde se emplatan- se han demorado en el baño donde el agua ha recorrido mundos deliciosos y ya con las fantasías ardiendo se someten al ritual de las cremas y las fragancias, de la lencería y el negligee. Y entre sábanas se te ofrecen.
¿Se te hace agua la boca?
Mientras sucede el proceso del emplatado, paralelamente se elige y se prepara el maridaje; es decir, aquello que acompañará al platillo principal. Un buen vino -los añejos son los mejores-, la música –siempre seleccionada por quien lleva las riendas de la noche loca-, y la atmósfera necesario para el disfrute total de todo lo que se ha cocinado en la cocina y en las fraguas de una fogosa imaginación. Todo está listo, en la cama como en la mesa. Bon apetit.
Dime cómo comes y te diré cómo eres en la cama. Y nada mejor que cenar con esa persona para comprobarlo. Se recomienda que la primera cita se reúnan siempre sentados en una mesa. Su apetito puede revelarte la potencia de su libido. Su forma de comer te hablará sobre sus formas en la cama: delicado, brusco, meticuloso, avasallador, dado a los excesos... Obsérvalo bien. ¿Saborea o simplemente traga? ¿Mordisquea y juega con la comida? ¿Chupa y se relame? ¿Se demora para degustar los bocadillos y los saborea? Pues algo parecido hará después contigo. ¿Es expresivo, y come con alegría y desenfado, de buen diente y mejor apetito? Será buen amante. ¿Conversan y escuchan buena música, bailan cuando comen o emiten murmullos mientras saborean? Son buenos amantes. ¿Se dispone al disfrute en la mesa, liberándola de todo conflicto y cultivando atmósferas tersas y envolventes? Es buen amante. Si buscas un hombre protector, fíjate en si, cuando te da a probar de su plato, te ofrece la mejor parte. “Y si usa su propia cuchara para que pruebes su postre, cásate con él”, sentencia Tracy Cox. Si el comensal que está abierto a probar sabores nuevos y exóticos puede ser la mejor pareja para practicar el Kamasutra o el sexo tántrico.
Los libros de este autor, Alfredo Espinosa, se encuentran a la venta en Librería Kosmos, a un lado de las Fuentes Danzarinas.
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