¿Quién causa tantos desvelos? Celos

¿Quién causa tantos desvelos? Celos 23 de diciembre de 2024

Alfredo Espinosa

Durango, Dgo.

La esencia del amor es la libertad, pero para quien ama, la libertad de la persona amada es intolerable. Quien ama desea que esa persona le pertenezca absolutamente. Quiere unirla a sí con grilletes, o herrarla como si fuera una res, o más civilizadamente, firmar ese contrato de pertenencia, hoy llamado matrimonio, pero eso no lo salva de los cuernos.

La libertad es el conflicto más poderoso del amor. Su mayor felicidad es cuando dos se funden en uno; y el peor infierno es cuando dos juran ser uno y resultan, por lo menos, tres.

La posesividad, casi inevitable en el amor, lleva a los tormentos más acerbos. Esa es la raíz de lo trágico. Todos los días leemos en las notas rojas de los periódicos acerca de los crímenes más atroces cometidos por la desmesura del amor.

El demonio de la posesión es el demonio que espolea los celos, los delirios paranoides. Las desconfianzas son permanentes. Impide toda libertad a la persona que ama, y que sin embargo ha encontrado indicios, sospechas, ha oído chismes, comportamientos distintos en el animal de costumbres que más quiere, de que algo no camina como antes, y la vigila, la asfixia, la ahoga. Es una obsesión. Las palabras que en ciertas noches embriagaban, “eres mía, soy tuyo”, porque daban pertenencia y arraigo en los corazones, se vuelven en contra de la pareja cuando uno de ellos dice “ya no puedo más” y el otro (a) responde “eres mío y de nadie más”. 

La obsesión consiste en exigirle afecto como antes se lo otorgaba, o de modo más generoso y explícito a quien se ama, pero esa persona ya no puede o no quiere darlo.

De pronto, en un parpadeo, la persona amada se convierte en un arma letal, oh ella que había sido el nombre de la dicha.

La obsesión es la renuncia a la libertad. Todo su ser se fija a una persona, a una idea, a una circunstancia que no logra poseerla como antes según la necesitaba o creía merecerla. La tenacidad de esa dependencia encubre, en realidad según lo ha demostrado Erick Fromm, un miedo a ser libre. Romper la dependencia o la adicción implica vérselas con su propia soledad y poner a prueba sus propios recursos derrotados. De pronto, se le desteta, se le desengaña y comienza a patalear, a hacer berrinches y panchos, a prometer una reconquista, cambios personales, a pedir un tiempo más. No comprende que cuando el amor se acaba, se acaba.

Alguno de los dos ya no puede vivir de esa manera; pero el otro(a) no puede vivir sin el uno(a). En oscuros momentos como éste Lope de Vega (Español 1562 – 1635), tuvo una lucidez que horroriza:

¿Quién mata con más rigor? Amor

¿Quién causa tantos desvelos? Celos

¿Quién es el mal de mi bien? Desdén

¿Quién más que todos también

una esperanza perdida,

pues que me quitan la vida

amor, celos y desdén?

Y cuando el amor es más posesión que desprendimiento, los celos son más intensos. El finiquito del amor, que el otro (a) no comprende porque lo sigue necesitando, aunque no haya hecho gran cosa para cultivarlo, mueve la locura emponzoñada que hibernaba en su corazón. Y el volcán estalla en celos. Celos: sentimiento de la honra mancillada, guardianes de la reputación, custodios del qué dirán, pinchazos al ego.

A la posesión se le defiende con furia. El sujeto del amor se convierte en un objeto valioso (“eres la gema que Dios/ convirtiera en mujer/ para bien de mi vida”) que hará que el propietario acreciente su patrimonio y su importancia social. Esa es una de las razones por las que no puede desprenderse de un sujeto-objeto ya sin vida, sin amor.

La pertenencia que juraron entre besos y arrumacos se convierte ahora en un hierro que marca la propiedad y ésta exige a quien ya no quiere estar ahí que continúe su residencia en su establo, en el hogar que ahora es una cárcel, incluso cuando el libérrimo amor haya volado a otros cielos.

Entre los que se aman hay tatuajes, juramentos, pactos de sangre, convenios, contratos, pero el amor es indomeñable; sólo acepta sus prisiones si a ellas, gustoso, se entrega; y aún esclavizada, la persona construirá una nueva ilusión inalcanzable para quienes la aprisionan. 

Mas si se le apresa con imposiciones, chantajes u otras argucias, el amor se escapará de sus custodios y buscará hacer nido en otro corazón. Aunque salir de esa cárcel implique rodar de unos brazos a otros. 

La entrada de un tercero a la vida amorosa de la pareja pone en jaque las convicciones, el código moral en el que se ha movido. Sacude la vida de quienes lo albergan en sus corazones y, un simple pañuelo puede desencadenar una catástrofe en un alma suspicaz, una mirada que fugazmente se detiene en otros ojos, un conflicto que enciende entre dos una pasión inesperada.

La pertenencia posee un nombre oscuro: la posesividad. Y se ejerce con el control, la manipulación, el chantaje. Pero que haga panchos no quiere decir que no sufra; lo hace y como un perro.

Los celos son un amor negro y trágico. Es la pérdida del bien más preciado: el sosiego y el contento del corazón. Y cuando esto se pierde, coincidirás con Otelo: “Ni adormidera, ni mandrágora, ni todos los brebajes narcóticos del mundo te curarán jamás devolviéndote el dulce sueño que tenías hasta ayer”.

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