Chihuahua, Chih
En 2002 declaré que el siglo que acababa de comenzar sería la tumba de la identidad nacional: "Con la transición política acabó ese Mexico nacionalista y patriotero" .
Mi optimismo no se confirmó y pasados unos años el nuevo siglo contempló una extraña restauración del viejo nacionalismo.
En otra entrevista me quejaba de que el partido de la izquierda, el PRD, estaba "perdiendo su espacio político natural, que era el de la izquierda socialdemócrata, y que parece cambiarlo por un radicalismo de pacotilla, porque no es un verdadero radicalismo" .
Al año siguiente hubo mucha agitación porque el presidente Fox había declarado que consultaba con su mujer sus decisiones políticas.
Yo me burlé del escándalo, y dije que "el presidente puede consultar con la ouija, el espíritu de algún muerto, como lo hizo Madero con el espíritu de su hermano, o con su mujer, lo que no veo es la necesidad de hacer de esto un espectáculo público" (Reforma, 9 de marzo de 2003).
Otro tema originalmente banal se convirtió en el gran acontecimiento político de 2005: el desafuero de López Obrador, quien se había saltado la ley al abrir un camino, cosa que había sido legalmente vetada. El que era entonces el jefe de gobierno del Distrito Federal sin duda cometió una pequeña ilegalidad, un problema menor si no fuera porque el desafuero le podría impedir ser candidato a la presidencia.
El escándalo fue mayúsculo y López Obrador lo aprovechó hábilmente para fortalecerse políticamente. Durante el juicio de desafuero fui entrevistado; entre otras cosas, esto fue lo que dije: “Estamos ante una falsa disyuntiva… nos han orillado a elegir entre desafuero o no desafuero, entre estado de derecho o conveniencia política… La clase política ha entrado en decadencia y todos son unos irresponsables que han llevado hasta el estruendo un problema marginal que ha ocultado los verdaderos problemas.
El discurso de López Obrador fue vulgar e insultante: “Revela un temperamento antidemocrático.
Está equivocado al pensar que vivimos una situación similar a la de 1910. Él está apostando a una profunda crisis política y está convencido de que la mayoría del pueblo está con él.
Está intentando crear una crisis de legitimidad. Pero le creo cuando dice que no busca la violencia”.
Mis palabras fueron una señal de que se acercaba un gran cisma en la intelectualidad de izquierda.
El mismo día, en el mismo diario, Carlos Monsiváis dijo que el desafuero era una desfachatez y una canallada.
En realidad, fue un gran error político cometido por Fox, que cayó en la trampa que le había tendido López Obrador, quien al cometer una pequeña violación a la ley tentó al gobierno a lanzarse contra él para impugnarlo, con toda la razón legal de su parte, pero sin tomar en cuenta que por un asunto banal era absurdo intentar sacar de la carrera presidencial a un político popular.
López Obrador perdió las dos siguientes elecciones presidenciales, pero en su lucha por el poder provocó una envenenada división en el país. Cuando al final logró saciar su sed de poder, al llegar a la presidencia en 2018, el país ya se encontraba escindido en una forma muy tóxica.
En octubre de 2006, para mi gran alegría, se publicó Antropología del cerebro en España. Ese año en México fue muy tumultuoso, pues las elecciones presidenciales acabaron en una gran confrontación.
López Obrador no aceptó su derrota, trató de dar un golpe al tribunal electoral e inició un estruendoso movimiento de protesta, que incluyó la ocupación de varias calles y avenidas céntricas por sus partidarios.
Como ya había terminado mi libro, me dejé atraer por la coyuntura política. Volvió a salir el Bartra postmexicano.
No pude abstenerme de intervenir con mis opiniones y de meterme en el barullo de la esfera política. A partir de esos momentos políticos críticos mis reflexiones sobre el problema de la conciencia fueron más desordenadas y aleatorias. La continuación de mi trabajo sobre el cerebro se vio frenada. El Bartra posmoderno que había iniciado una metamorfosis quedó un poco marginado.
México también vivía una peculiar metamorfosis, que se manifestaba en las convulsiones que sufría la democracia ante las amenazas populistas.
En diciembre de 2005 publiqué un pequeño artículo en la revista Nexos en el que mostraba claramente mi preocupación por lo que ocurría en la izquierda. Allí señalaba que la izquierda, en cierto modo, era la responsable moral de la transición, ya que ella había sido desde 1968 la gran impulsora de la democracia.
Allí decía: Desgraciadamente, una parte importante de la izquierda ha dado un giro conservador y le presenta la espalda a la nueva condición democrática. Los ejes de este giro pueden ser ubicados con precisión: las fuerzas políticas impulsadas por el EZLN y las que encabeza López Obrador han auspiciado una reacción contra la cristalización de la democracia.
En lugar de fomentar la expansión de una nueva cultura democrática, estas fuerzas han contribuido -cada una a su manera- a la expansión de las viejas expresiones dogmáticas, nacionalistas, populistas, paternalistas y autoritarias que se identifican con el extinto bloque socialista y con la larga dictadura del PRI. (Nexos, No. 338, 1 de diciembre de 2005)
En mi cuaderno de textos manuscritos del año 2006 no hay nada relacionado con la antropología de cerebro. Casi todo son notas sobre política, incluyendo algunas reflexiones sobre el momento electoral.
Citaré varias de estas notas para reconstruir mis opiniones y sentimientos ante ese momento crítico de la vida política mexicana.
El 17 de mayo anoté: En la competencia electoral del 2006 la izquierda (el PRD) ha cometido un terrible error de apreciación: considera al régimen de Fox no como una "transición democrática", sino como un gobierno represivo y cuasi-fascista.
Lucha contra un adversario al que en ocasiones compara con el nazismo (por la propaganda agresiva). Cree que hay una guerra (sucia) contra los intereses populares. Considera que ha habido un desastre económico durante los cinco años de gobierno de Fox. Cree que la gente ya no aguanta tanta opresión. Piensa que hay un complot de la extrema derecha católica.
En realidad, el PRD se enfrenta a una derecha moderna que tiende al centro. Los elementos de derecha dura ("El Yunque") son poco significativos y su importancia se ha exagerado. Por ello, en la esgrima electoral, la izquierda da estocadas a un fantasma. Por ello no puede tocarlo. La mayor parte de la gente cuyo voto no está completamente decidido no percibe esta "catástrofe" y tiende a rehuir las apreciaciones apocalípticas del Peje.
Ese es el problema: la izquierda vive una especie de "fin de los tiempos" y cree que llega el juicio final. No Dios, sino el pueblo, juzgará las obras de los poderosos. Pero el demonio quiere hacer trampas. Me parece que con esta actitud el PRD va directo al fracaso.
Yo estaba convencido de que los errores del PRD y de López Obrador los llevaban a una derrota electoral. No entendían el carácter del candidato de la derecha, Felipe Calderón, propuesto por el PAN.
En otra nota del 28 de mayo explicaba mis razones: El PRI parece estar en profunda crisis. Su candidato no logra salir del tercer lugar en las encuestas (25%). Los tecnócratas zedillistas se inclinan a llamar a votar por Calderón. Los duros de la derecha (Bartlett) se inclinan por López Obrador.
La parte del Sindicato de Trabajadores de la Educación que la maestra Elba Esther Gordillo encabeza se acerca a Calderón. Esta migración de votos priistas que huyen del naufragio, junto con 15% de indecisos, hace que los resultados electorales sean difíciles de pronosticar.
De todas maneras, creo que la mayor parte de los tránsfugas del PRI y de indecisos se inclinará por Calderón. En el supuesto de que ahora estén empatados PAN y PRD (el PAN tiene una ventaja pequeña), los nuevos votos darán el triunfo a Calderón. Mucha gente cree que el Peje no aceptará los resultados. Tampoco los aceptará Madrazo (el pacto entre partidos posterior podría modificar esto). Su actitud puede causar tensiones, pero es de suponerse que los gobernadores y los caudillos del PRI y del PRD frenarán el conflicto.
Durante el periodo previo a las elecciones me había abstenido casi totalmente de intervenir públicamente, pero en las reuniones de intelectuales no me cansaba de argumentar mi idea de que Obrador no ganaría las elecciones. Todos creían que yo estaba equivocado.
Una notita en mi cuaderno del 14 de junio, a dos semanas de las elecciones, decía: Los principales voceros de la intelectualidad creen que ganará el Peje. Unos lo deploran (Krauze, et al.) y otros lo celebran (Monsiváis, etcétera). Yo soy uno de los pocos que, además de no simpatizar con el Peje, cree que ganará Calderón. Pero soy un ave rara.
Unos pocos días después, sin embargo, comencé a tener dudas y veía mi situación como una tragedia, ya que consideraba que era mas avanzado votar por la derecha que por la izquierda, pues yo veía al populismo como más atrasado que el liberalismo.
Mi inquietud se manifestó en una reflexión escrita el 25 de junio: ¿Podría yo cometer el error de suponer una cierta inclinación racional en la masa de votantes? Si predomina la irracionalidad, el retorno de la cultura populista y de la práctica autoritaria son perfectamente posibles e incluso probables.
Una actitud racional se inclinaría más por una derecha moderna y muy inclinada hacia el centro, y se alejaría de una izquierda conservadora e incluso reaccionaria. Preferiría el discurso articulado y sensato de Calderón a la dislalia populista de López Obrador. Pero ¿Por qué deberían predominar las inclinaciones racionales? Si estoy equivocado ganará López Obrador las elecciones.
Mi creencia de que no podría ganar el populismo, según lo que anoté en mi cuaderno, se basaba en varias consideraciones. Advertía un predominio de humores derechistas en el país y no observaba signos de izquierdización cultural. Además, el Peje había atacado a la clase media y a los empresarios, y por ello no creía que el PRD tuviese el apoyo de importantes sectores de las capas medias y de la pequeña burguesía. Exponía estas ideas a mis amigos.
El día anterior a las elecciones, mi amigo el periodista catalán Joaquim Ibarz organizó una cena en su casa. Allí tuve una fuerte discusión con Porfirio Muñoz Ledo, quien sostenía que Obrador ganaría abrumadoramente y que yo estaba loco de dudar lo evidente.
Lo apoyó con entusiasmo Lorenzo Meyer, que era uno de los intelectuales más cercanos a Obrador. Los numerosos periodistas extranjeros en la reunión, sobre todo de España y Estados Unidos, me miraban con escepticismo.
El 30 de junio, en una notita de un cuaderno, comenté la reunión: En una fiesta ayer en casa de Ibarz me encuentro a mucha gente, intelectuales, politicos, periodistas. Soy el único que sostiene que ganará Felipe Calderón.
Están Andrés Oppenheimer, Lorenzo Meyer, Sergio Aguayo, Porfirio Muñoz Ledo, Ginger Thompson (NYT), Rubén Aguilar (vocero de Fox: él sí dice que ganará Calderon, pero para eso le pagan), etcétera. Erubiel Tirado (del IFE) me dice que las encuestas no publicadas siguen dando la ventaja al Peje. Ya veremos mañana.
Roger Bartra Muriá
Nació en la Ciudad de México el 7 de noviembre de 1942.
Hijo de exiliados catalanes.
Antropólogo, sociólogo, escritor y ensayista.
Se formó en la Escuela Nacional de Antropología e Historia y en La Sorbona de París.
Miembro de la Academia Mexicana de la Lengua
Algunos de sus libros:
Campesinado y poder político en México (1982)
El salvaje en el espejo (1992)
Las redes imaginarias del poder político (1996)
La fractura mexicana: izquierda y derecha en la transición mexicana (2009)
La sombra del futuro. Reflexiones sobre la transición mexicana (2012)
La democracia fragmentada (2018)
Chamanes y robots: Reflexiones sobre el efecto placebo y la conciencia artificial (2019)
Regreso a la jaula. El fracaso de López Obrador (2021)
El mito del salvaje (nueva edición ampliada) (2022)
*Publicado el 23 de octubre de 2022.