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Mejorarlo en lugar de partidizarlo (otra vez)

Avatares del INE

Mejorarlo en lugar de partidizarlo (otra vez) 14 de julio de 2020

Hernán Ochoa Tovar

Chihuahua, Chih.

Si un legado ha dejado la imperfecta transición a la democracia en México, ha sido el del Instituto Federal Electoral (IFE), devenido en Instituto Nacional Electoral (INE) a partir de reformas realizadas en los tiempos recientes, en particular, durante el sexenio de Enrique Peña Nieto. Gracias a este órgano, los procesos electorales han dejado de ser organizadas por el estado, llevándose al cabo mediante un escrutinio especializado, ciudadano y relativamente independiente.

Hasta hace 30 años, las elecciones libres eran una especie de quimera en México. Si el Verano Caliente del ’86 (con su consabido fraude patriótico) había calado hondo; las elecciones presidenciales de 1988 se volvieron en una especie de mácula difícil de disolver. 

Si, hasta entonces, el gobierno federal podía presumir de “pluralismo” a través de una comisión electoral dominada por el Estado, para entonces, los bonos de esta alicaída institución habían caído demasiado bajo, motivo por el cual era necesario dar un golpe de timón radical, que entrañara incluso, horadar las estructuras autoritarias del Presidencialismo.

Creado a principios de la década de 1990, el primer IFE no fue del todo independiente, pues aún tenía vasos comunicantes con el gobierno, no obstante la profesionalización llevada al cabo durante esta etapa (que fue cuando surgió la credencial de elector con fotografía). Sin embargo, fue creando escuela para ir poniendo el piso parejo, y garantizar una relativa equidad en las futuras contiendas.

El resto, es historia: con la reforma electoral de 1996, llevada a cabo durante el gobierno de Ernesto Zedillo (1994-2000) (la cual, baste decir, tuvo el visto bueno de la oposición de derecha y de las izquierdas), se garantizó la equidad y la independencia del organismo. 

Fue entonces cuando llegó su belle époque. Si durante su primera época, con consejeros como Ricardo Pozas Horcasitas, José Agustín Ortiz Pinchetti y Santiago Creel, el IFE había documentado los excesos de Roberto Madrazo en el sureste, y condenado los mismos (no obstante la ulterior tibieza de la autoridad), durante la presidencia de José Woldenberg (1997-2003) se garantizó la transición en el Congreso (1997), así como la primera alternancia presidencial (2000) de la mano de Vicente Fox. Todo parecía encaminarse hacia una eventual democratización de México, así como de un posterior derrumbe del Estado autoritario, pues uno de sus cimientos, el control electoral, había sido afectado de manera indeleble, y el fantasma de los fraudes electorales parecía, poco a poco, ir quedándose en el pasado. 

Desgraciadamente, con la llegada de la primera alternancia, llegaron los cuotismos. La tendencia, durante los siguientes 18 años, fue la de repartirse el pastel entre los vencedores más grandes. 

Así, los partidos mayoritarios se repartieron el IFE (y otros organismos autónomos) nominando personajes cercanos o afectos a los mismos. En algunos casos, la izquierda fue tomada en cuenta; pero en otros, el reparto fue tan arbitrario que fue dejado de lado (caso 2003), no obstante la fuerza que detentaba en aquel momento, y que le hubiera merecido ser considerada en ese momento.

Prueba de ello, es que la camada de consejeros que fueron designados en el 2003, la fuerza de la izquierda fue soslayada, y la mayoría de los integrantes del Consejo General, bajo la batuta de Luis Carlos Ugalde, fueron fieles a la tecnocracia, pero se alteró el espíritu original que había dado vida al instituto, por lo menos, desde su primera etapa. Ello llevó a que, en las elecciones del 2006, su legado fuera puesto en tela de juicio, y comenzara a planearse una operación cicatriz, con el objeto de lavarle la cara y zanjar un poco el desprestigio que se alcanzó en las postrimerías poselectorales, cuando cientos de ciudadanos expresaron el desconcierto ante el deseado proceso que se había vivido, y el tibio actuar del IFE ante la coyuntura (aunque algunos analistas, argüían, esto se debía a la legislación electoral vigente).

A partir del 2008 intentaron cambiarse las reglas. Sin embargo, el IFE, ya no volvió a ser el mismo. A pesar de que se volvió a incluir a la izquierda y se le otorgó la presidencia del consejo en varias ocasiones (vía Leonardo Valdés o Lorenzo Córdova), las críticas por comicios inequitativos, actuación de poderes locales, desvíos de recursos o fraudes encubiertos, se volvieron más la regla que la excepción, y la anécdota, desde entonces, fue que los resultados se dirimían en los tribunales. 

La democracia, que habíamos creído alcanzar a finales de la década de 1990, se judicializó a niveles de espanto una década más tarde. 

Hasta la fecha, se han ensayado diversas modalidades para hacer que los comicios sean justos y asequibles a todos los actores. Empero, las inconformidades siguen existiendo. Si, a partir del 2008, el Consejo General se convirtió en un guardián panóptico de los medios de comunicación (en aras de que los partidos no devengaran sumas millonarias en contratación de spots); y si, a partir del 2014, los consejos locales se supeditaron al del INE, esto parece no haber sido suficiente. 

Ni las palabras de Dante Caputo (ex canciller de la Argentina en tiempos de Raúl Alfonsín) quien alababa la gestión del entonces IFE; ni la actuación del INE en 2018, cuando, de acuerdo a la legislación, fue un actor clave en la tercera alternancia, han logrado devolverle al alicaído instituto su prestigio de antaño. Contrario a ello, el Presidente de la República lo ha acusado algunas veces, en su alocución matinal, de ser un organismo caro, dejando entrever que las elecciones que tienen lugar en México son de las más caras del planeta.

Esto se ha traducido en suspicacia por parte de algunos observadores, quienes piensan, el gobierno de la 4T intentará poner de su lado al señero guardián electoral. 

A mi juicio, ese no debe ser el camino, sino recomponerlo, tomando lo mejor de experiencias pasadas. Volver a ese IFE ciudadano, con grandes personalidades, que era ajeno a veleidades políticas (pues Woldenberg y compañía mostraron un gran compromiso para con la incipiente democracia nacional). 

No es una tarea imposible. La coalición gobernante debe convocar a los mejores hombres y mujeres, y que ellos sean los guardianes de las elecciones. Pueden dejar un gran legado y recuerdo a las próximas generaciones y a la propia Historia Nacional. La moneda está en el aire. 

Se hace camino al andar (Como dijo el poeta Antonio Machado).

Hernán Ochoa Tovar

Maestro en Historia, analista político.