Chihuahua, Chih.
“On the road again,
just can’t wait to get on the road again”: Willie Nelson.
Luego de una complicada semana, en la cual el conteo de votos recibidos en las elecciones presidenciales de los Estados Unidos se demoró casi una semana (luego de haber tenido verificativo el pasado martes; debido al contexto de la pandemia y del envío de votos por medio del servicio postal), el ex vicepresidente de esa nación en la era Obama, Joe Biden, finalmente fue declarado como Presidente Electo; esto, tras cosechar los votos electorales de Pensilvania, que le dieron el número mágico de 290 votos electorales (el mínimo era 270), pudiendo así tomar posesión a partir del próximo mes de enero del 2021.
Aunque aún hay un largo camino por recorrer (Trump no ha dejado de cejar que judicializará la elección, con apoyo de su equipo jurídico), creo que la apretada victoria de Biden tiene claroscuros.
Si bien, abona en la esperanza a la población de los Estados Unidos y las Américas, aún está por verse si una eventual gestión Biden implica una ruptura con el pasado (como lo demanda una generación de norteamericanos, cada vez más descontentos con el establishment de su país), o si es una especie de continuismo con los mandatos anteriores al de Trump, cuando se dio una especie de eclosión, pero a partir de un liderazgo negativo, como ha resultado ser el de Trump, quien, baste decir, no tenía experiencia política previa a su asunción como habitante de la Casa Blanca en 2017 (solamente una volátil relación con los partidos políticos de su país, pues, nunca fue un republicano de cepa, como sí lo fueron los Bush en su momento).
Bajo esta tesitura, considero positiva la pírrica victoria de Biden (pues no fue arrolladora, como vaticinaban algunos encuestadores). Esto, porque el ex Vicepresidente de los Estados Unidos y veterano senador por el estado de Delaware, resulta ser la antítesis de Donald Trump en todos los aspectos, lo cual, por sí mismo, ya es un hecho positivo.
Esto no es tan sólo un eslogan o pensamiento de campaña, sino una realidad que habla por sí misma: si Trump carecía de experiencia política, más allá de una retórica incendiaria y hasta humillante; Biden la posee, con creces, pues fue parte de la Cámara Alta de los Estados Unidos por casi tres décadas, además de Vicepresidente durante la gestión de Barack Obama (2009-2017) en la cual, su liderazgo fue refrendado; si Trump es un sujeto quien polariza y no sabe debatir, sino que vocifera sofismas, Biden es un individuo que convoca al diálogo.
Prueba de ello, es que su candidatura no solamente unificó a los diversos liderazgos del Partido Demócrata (Bernie Sanders terminó dándole una espaldarazo, ante un eventual continuismo de la era Trump), sino que, algunos republicanos descontentos con la era Trump, de gestiones tan diversas como la de Reagan, Bush padre y Jr., así como allegados al finado senador y ex candidato presidencial, John Mc Cain, e incluso Mitt Romney (rival de Obama), terminaron endosando su candidatura, convencidos del peligro que entrañaba la continuidad de Trump al frente del Despacho Oval.
Esta suma de voluntades, además del hartazgo de una parte de la población con el ataque perenne; la retórica divisoria en las comunicaciones y en las redes; el empoderamiento de grupos de ultraderecha; y, sobre todo, la mala gestión de la pandemia, que ha llevado a los Estados Unidos a tornarse en una de las naciones con mayor número de contagios a nivel mundial (y la consabida decadencia económica), llevaron a una porción relevante del electorado, a retirarle la confianza que le otorgaron en 2016.
Si las cifras se ratifican, Donald Trump vivirá la suerte de Jimmy Carter y George Bush Padre, quienes son los únicos mandatarios norteamericanos de la era contemporánea, cuyos mandatos no han sido refrendados.
Sin embargo, ya antes, Herbert Hoover sufrió una suerte similar, en 1932, cuando su prestigio como administrador, empresario y filántropo se vio puesto en tela de juicio, tras caer los Estados Unidos en el tristemente célebre “Crack del 29”, cuando la economía del vecino país del Norte se derrumbó, los diversos sectores de la sociedad lo resintieron y la población, harta de aquella situación, decidió despedirlo de su encargo y llevar a la Casa Blanca a Franklin Delano Roosevelt (1933-1945) quien tuvo tanto éxito con su New Deal y su Keynesianismo, que, hasta la fecha, ha sido el único presidente norteamericano en despachar por tres mandatos consecutivos (porque entonces se permitían dos reelecciones).
En valor posicional, y por las similitudes de su trayectoria, podría Trump tornarse en una especie de Hoover contemporáneo. Empero, habría un punto importante a resaltar: mientras Hoover fue olímpicamente vapuleado por un emergente Roosevelt; Trump tuvo bastantes votos con respecto a su desempeño errático; mientras Hoover era abucheado en los mítines y concitaba el hartazgo de una ciudadanía harta de la crisis; aún hubo sectores, en esta contienda, el célebre slogan que hizo de Trump una especie de “rockstar del showbussiness y del espectáculo” en 2016: Make America Great Again.
Para algunos de los sectores desplazados del neoliberalismo, el lema de Trump sonó como una oda a los tiempos gloriosos de los Estados Unidos, y una posibilidad de volver a aquellas temporalidades.
Aunado a ello, habría que agregar un diferencial extra, existente entre Biden y Trump. Mientras el primero se ha mostrado a favor de ser inclusivo y de reconocer la diversidad inherente a los Estados Unidos (la inclusión de Kamala Harris, en su fórmula, como Vicepresidenta, es ya un hecho paradigmático); el segundo ha negado esa posibilidad abiertamente.
Trump parece secundar el viejo mantra del Estados Unidos blanco y protestante, donde las minorías ocupan una posición secundaria en el concierto.
Prueba de ello es que su gabinete ha estado compuesto, mayoritariamente, por hombres blancos de edad avanzada (Mike Pence, Mike Pompeo, Wilbur Ross), sólo pocas mujeres (Betsy DeVos, Nikki Haley) siendo, la segunda, la única perteneciente a las minorías (De Vos pertenece a la misma élite descrita con antelación); mientras, las minorías, han contado con una participación exigua, destacando Ben Carson (gran cirujano afroamericano, y el único de esa comunidad en el gabinete, relegado al Departamento de Vivienda) y Alexander Acosta, cubanoamericano quien se desempeñó, de manera efímera, como responsable de la cartera del trabajo.
Por lo menos, en los símbolos, parece haber un cambio entre el pensamiento de Trump y el exhibido, hasta ahora, por Biden y su círculo de confianza.
Ya se verá si, parafraseando a don Jesús Reyes Heroles “en política la forma fue fondo”, o sólo fue una interpretación más de la política del gatopardo (cambiar todo para que todo siga igual).
Sin embargo, ante una realidad tan aciaga, el triunfo de un hombre cuerdo, parece una bocanada de aire fresco, en un entorno en el cual la esperanza no parece ser abundante.
Hace 16 años, el fallecido Premio Nobel de Literatura, José Saramago, dijo que “sería catastrófico tener otros cuatro años a (George) Bush Jr. al frente de la Presidencia de los Estados Unidos”. Ciertamente, su dicho se convirtió en un negativo adagio.
Por el contrario, la víspera de la elección, el también escritor norteamericano, Paul Auster, dejó entrever que Trump era una amenaza para la democracia en los Estados Unidos.
Tomando esta premisa, al parecer, habrá democracia, por lo menos, hasta la mitad del presente decenio (no sabemos lo que nos depare el futuro).
AMLO Y BIDEN
Siendo Vicepresidente de los Estados Unidos, en 2012, Joe Biden se entrevistó con los punteros de la elección presidencial de México: Enrique Peña Nieto; Andrés Manuel López Obrador; así como Josefina Vázquez Mota.
A pesar de la reticencia de algunos analistas, AMLO acudió al llamado, y en apariencia, hubo un diálogo cordial. Pienso que, debido a la ligazón que existe entre ambas naciones, la tónica continuará siendo la misma, pues AMLO conoce de la relevancia de la interacción de ambas naciones de Norteamérica.