
Chihuahua, Chih.
¿Desde dónde canta Juan Gabriel? Desde un yo victimado que, pese a sus heridas, declara como su único patrimonio inenajenable un corazón noble y bondadoso.
Reconoce antiguos sufrimientos, desengaños actuales, y sufre por ellos, pero se reserva el derecho al desquite. Juan Gabriel ríe al último y mejor, y en su revancha exhibe una alegría morbosa y contundente contra quien resulte responsable por abandono, humillación, burla u ofensas. Y lo canta con una afectividad sin matices ni medias tintas.
Cuando Juan Gabriel proyecta sus afectos en sus canciones, lo hace con ambivalencia, es decir, con una disposición mental y emocional en la que manifiesta, al mismo tiempo y ante la misma persona o situación, sentimientos diametralmente opuestos y actitudes totalmente contradictorias: amor y odio, temor y deseo, culpabilidad y justificación, orgullo y menosprecio de sí mismo, etc.
Pero como no se atreve a odiar directamente a la persona que lo frustró al negarle los abrevaderos afectivos de la infancia, orienta esos sentimientos malsanos hacia otras personas que, habiéndolo desengañado en posteriores experiencias amorosas, se convierten en los sujetos idóneos para su desquite. Además, se puede dar el lujo de contrastarlos con el amor de una madre idealizada, muy lejana de la real.
Sin embargo, Juan Gabriel ha demostrado su nobleza al considerar el amor materno, pese a todo, como el más importante. En público, acepta sin juzgar el comportamiento de su madre, lo ensalza y lo idealiza. Estando en Madrid, cantando con Rocío Dúrcal en primera fila, Juan Gabriel dijo:
“Quiero dejar constancia de una cosa aquí en Madrid: que yo no fui quien resucitó a la señora Dúrcal, porque yo no soy nadie con ese poder para resucitar a una persona, porque si eso fuera, preferiría resucitar a mi madre, que tanto quiero”.
¿Existe hipocresía en esas declaraciones? Es difícil saberlo. Lo que sí es claro es que, con esas palabras, el público se le entregará. Pero ya sabemos que lo público, para un artista, suele corresponder al ámbito de las necesidades del mercado y de la imagen; lo privado, en cambio, a lo psicológico y emocional. Y en ese último espacio, Juan Gabriel no parece ser congruente con los buenos propósitos públicos. En el ámbito privado ha deplorado y criticado a su madre.
Los psicólogos revelan que si el sentimiento de odio hacia una persona causa angustia, el yo puede facilitar la salida del amor a fin de ocultar la hostilidad. En estas circunstancias, el amor es una máscara que encubre el odio. Ante la dificultad para expresar su malestar contra la madre, se vale de otra persona para adjudicarle el odio que, en realidad, fue generado por la progenitora.
¿Qué distingue al amor como formación reactiva del amor verdadero? El principal rasgo distintivo del amor reactivo es la exageración: es excesivo, exorbitante y afectado. Otra característica es su compulsividad: se habla constantemente del tema, sin variaciones ni flexibilidad, y se le otorgan elevados ideales de virtud y bondad.
Estas apreciaciones, sin duda, son aplicables a los afectos que Juan Gabriel suele dedicar a su madre y que despliega en sus composiciones.
“Existen, además, otros Juan Gabrieles —confiesa él mismo—... Sin embargo, hay uno, el más importante, el Juan Gabriel verdadero, el que realmente Dios conoce porque Él lo ha creado, el Juan Gabriel que un día se presentará ante Él; y las imaginaciones, vanidades, envidias y odios se habrán esfumado, y entonces todos sabrán quién es Juan Gabriel”.