Chihuahua, Chih.
Verdes pinos bordeaban el camino. La inexorable aurora acariciaba sus gélidas copas y el olor a hierba fresca envolvía el ambiente, cargándolo de la suave quietud, que solo brinda la naturaleza. El sol iba borrando las antropomorfas figuras que diez horas antes, la noche, en complicidad con la Luna y la Sierra, había empezado a dibujarse y a teñirse de un gris-oscuro (tristeza).
Ahora, en cada rincón surgía la Verde Vida y la Blanca Quietud. La noche y el letargo había pasado y sobre la mañana se erigía el nuevo día.
Mas ¿Qué era tanto apuro en aquella aparatada hondonada? ¿Por qué tanto correr de hombres? Algunos casi niños, pero llevando a cuestas en esa niñez, la rebeldía que es propia, y la madurez y la convicción que solo algunos espíritus elegidos dispersos alcanzan.
Fusiles, hombres, valor. Tríada de la vida y de la muerte. Fusiles, hombres, valor, se confundían esa mañana con la Naturaleza. Fusiles, hombres, valor, se desencadenarían en esa Aurora, al igual que a veces la Naturaleza, con una lluvia de balas, un huracán de cadáveres, una tormenta de heroísmos.
Nadie supo en aquel viejo y destartalado cuartel como empezó todo. Algunos dicen que dialogaron por un rato pidiendo una rendición, otros más afirman que el sol subió de pronto, deslumbrándolo todo y destruyéndolo todo.
La verde vida y la blanca quietud, transmutó de pronto, merced la alquimia del valor y del deber, en humo, llantos, gritos y blasfemias. La juventud, rebeldía y valor disparaba todos los cartuchos de la inconformidad como nuevo Mesías que venía a salvar a la Humanidad. La juventud, rebeldía y valor lanzó todas las bombas y proyectiles a su alcance y en ellos su propio desinterés y su acendrado amor por su pueblo, para derribar los primeros muros que albergaban la justicia social que un día, hacía ya muchos años, había sido aprisionada en muchos de los rincones de la Patria y que día con día se la amenazaba con darle muerte.
La juventud, rebeldía, valor, combatió aquella mañana contra hermanos de raza, pero más que todo, contra la injusticia; encarnada en los inocentes de verde olivo, que pendían como Peonzas del trágico hilo del salario y del deber que solo la muerte logrará romper. De pronto... los fusiles callaron. Los hombres enmudecieron.
El valor quedó esparcido en el campo de batalla como el rocío de esa misma mañana, barbechando así todo ello, el a veces amargo campo de la Historia, donde el germen de ocho valientes y varios inocentes pudiese dar las mieses de la Revolución.
La batalla había acabado, y con ella algunos hombres. ¡Era lo de menos! ¡El Ideal no cejaría! Otros hombres, fusiles y valor, quien sabe cuándo vendrían a reemplazar a los primeros, mientras la justicia social siguiese aprisionada.
Después, ya nadie supo qué pasó. Pero meses más tarde a muchos kilómetros de aquel cuartel infernal, en un alto y elegante edificio, se abría una exposición de pinturas, y en ella hubo un cuadro que llamó la atención que hizo recordar todo aquello. Ocho hombres que yacían en el suelo; ocho mesías que intentaron redimir a su pueblo; ocho valientes que murieron por su amada causa,
“Ellos sabían por qué”. Ese era el título del cuadro y parecía algo extraño, pues se pensó que tal vez no sólo esos ocho cadáveres “ellos sabían por qué”, sino que había otros vivos, que tal vez sabían mejor por qué. Los latifundistas, los pervertidos políticos y pseudorevolucionarios, los capitalistas y todos los explotadores, ellos sabían también por qué.
Por qué ellos..."