El falso apoyo a las mujeres y el trepidante oportunismo 29 de febrero de 2020
Mariela Castro Flores
Chihuahua, Chih.
Se viene la próxima jornada del 8 de marzo, el #8M mejor reconocido en redes sociales con un addendo, el #9M, día en que se realizará el Paro Nacional que cuenta con el antecedente histórico radicado en el años de 1910 cuando al celebrarse la II Conferencia Internacional de las Mujeres Socialistas, se estableció –propuesta realizada por Clara Zetkin- el Día Internacional de la Mujer Trabajadora, su antecedente inmediato fue 1909 cuando se celebró por primera vez el Día de las Mujeres Socialistas en Estados Unidos, un 28 de febrero.
En la Unión Soviética, por esas mismas épocas, Alejandra Kollontai logró establecer la misma fecha como una conmemoración oficial en su país, además de conseguir el divorcio legal y el voto para las mujeres soviéticas, desde luego, fue el rostro más emblemático de una lucha que aglutinó a miles de mujeres en su momento y otras decenas de miles más, cuando se consolidaron los beneficios de estas prebendas históricas de la lucha femenina y la reivindicación de sus conquistas a nivel internacional.
Pareciera esto algo muy llevado y traído pero una negligencia maliciosa, regímenes totalitarios disfrazados de democracia participativa y una misoginia internalizada que hacen sus veces de oligofrenia social, han pretendido borrar no solo la sustancia política de una conmemoración como esta, también su verdadero sentido político para frivolizarlo banalizando sus consignas, reclamos y exigencias aún vigentes.
La lucha de las mujeres obrero- socialistas de hace un siglo ciertamente lograron visibilizar las condiciones de explotación y precariedad en las que las mujeres se desempeñaban y aun que para nuestro país todavía se dejan ver resabios de esas ganancias, de forma global, no nos escapa la imperante necesidad no solo de dilapidar el sistema de seguridad social mínima de lo que antes se definía una “estado benefactor” para ir eliminando las condiciones que garantizaban mediante el trabajo, una ruta de dignificación, sana convivencia, también de salud integral, paz y estabilidad social.
En especial para las mujeres.
Con todo este bagaje, los movimientos feministas internacionales no dejaron de impactar a México porque también aquí, podemos contar una historia de movilización activa con una larga data, de más de 100 años a través de los cuales, nunca ha dejado de ser una constante confrontación con los grupos de poder que en el ejercicio del mismo y bajo los mandatos de un orden patriarcal, han limitado nuestros derechos, erosionado la posibilidad de ejercerlos y pretendido cada vez más, circunscribir más sus esferas de reivindicación ¿cómo? Convirtiendo en aceptables o bien visto el ejercicio de unos e instalándose en la férrea negativa del ejercicio de otros, por ejemplo, está “bien” o es deseable que se ejerzan derechos político-electorales pero de ninguna manera es “bien visto” que hable o se trabaje sobre los sexuales y reproductivos, sobre todo los que tienen que ver de manera estrecha con el libre ejercicio de la sexualidad o con el aborto; cuando finalmente todos se deberían poder ejercer sin condenas ni estigmas, en lo privada y lo público, sin carácter punitivo en lo social o del Estado.
A 104 años de años de los primeros congresos feministas en Yucatán, en los que el tema primordial abordado era la anticoncepción, las mujeres feministas mexicanas han seguido organizándose en la permanente inventiva para la creación de nuevas y diversas formas de luchar y resistir contra la falta de acceso a una vida de condiciones justas y libre de todo tipo de violencia machista, consiguiendo que nuestro país suscriba Tratados Internacionales en la materia y ya hace más de 30 años haber conseguido todo un marco jurídico que si bien es vasto, no ha logrado poner a salvo a las mujeres en este nuestro país, un país feminicida.
Lo anterior, suma a un contexto que la historia nos ha definido como revolucionario –una revuelta- en la que cada manifestación de elementos que percibimos nos repite lo que en otros momentos ya hemos visto: un momento enardecido por la violencia exacerbada contra un sector en lo particular (11 mujeres asesinadas a diario), medios de comunicación visibilizando violencias subterfugias que salen a la luz abonándole al clima de inestabilidad (cuestionabilidad de las grandes instituciones como la iglesia por las violaciones a menores y las universidades por quedar al descubierto las prácticas de acoso sexual y hostigamiento a alumnas y maestras que denuncian), nuevas formas de denuncia y ante su reciente creación, el cuestionamiento sobre su legitimidad (el #MeToo, #YoSiTeCreo), la toma de las calles como muestra de insurrección y de manifestación de la solidaridad comunitaria y por último, el cuestionamiento, estigmatización y criminalización a las personas que solo responden a la formas permanentes de exclusión, explotación y violencias que han padecido sistemáticamente (pintas que se acusan como actos vandálicos).
Como sucede en todo estallido social que conduce a una revolución, encuadrando al feminismo como movimiento social, es la cuarta ola en su esplendor lo que nos ubica en este preciso momento.
No es de manera pacífica que se ha construido el entramado de derechos de los que hoy disponemos, si las feministas “de antes” no son cuestionadas por la forma en que consiguieron el voto es porque están muertas, sin embargo; la lucha fue cruenta, costo muchas vidas, corrió demasiada sangre, muchas perdieron la libertad y a sus familias por conseguir el derecho a manifestar la voluntad política sufragándola.
Por eso no sorprende que partidos políticos como el PAN que solo es la representación formal de la iglesia dentro del Estado y el PRI que se ha aliado con los ultramontanos azules en diversas ocasiones para ofrecer los derechos de las mujeres como moneda de cambio para negociar pactos inconfesables a través de sus bancadas en todo espacio deliberativo, se sume hoy al Paro Nacional.
No sorprende su pragmatismo, su falta de decencia y sobre todo su desfachatez, porque es un dislate como se suman las incongruencias: la iglesia protege sacerdotes pederastas y los panistas los protegen con un manto de impunidad a la vez que legislan en contra de la libertad de las mujeres, en su mayoría son empresarios que desde sus centros de trabajo no generan condiciones dignas para las mujeres trabajadores y peor aún, para las que siéndolo y también son madres no les prevean turnos que permitan conciliar los horarios laborales y familiares homologando los de las empleadas con los escolares, para luego acusarlas –todos los señalados en su conjunto- de que son ellas, las responsables de la descomposición social por salirse de sus casas a trabajar y haber “descuidado a la familia”, cuando nadie señala a los padres ausentes ni a los patrones que no comparten el trabajo de crianza, doméstico ni procuran dentro del marco de la ley, generar condiciones de seguridad social mínima para sus empleadas y sus familias.
De eliminar la brecha salarial ni hablemos.
Si bien unos años atrás pareció haberse banalizado por completo la conmemoración del 8 de marzo cuando en los centros de trabajo regalaban flores, chocolates o bombones, la fuerza del movimiento feminista despertó para regresarle su identidad, verdadero sentido y posicionarlo nuevamente como lo que es y así, lograr que responda a los tiempos que corren representando el ímpetu de autonomía que solo se consigue reivindicando el derecho a tomar las calles para arrebatar lo que es nuestro porque jamás ha sido una graciosa concesión: nuestra total y entera libertad, la de nuestros cuerpos y el rechazo a cualquier imposición patriarcal.
El #8M mujeres, nos vemos en las calles.
El #9M nadie se mueve.
@MarieLouSalomé