El amor es un enigma y la pareja es su nido

El amor es un enigma y la pareja es su nido 16 de diciembre de 2024

Alfredo Espinosa

Chihuahua, Chih.

1.- El amor es impredecible: sucede como las nubes, y como ellas, no elije sus formas ni sus rumbos.

Dos poderes se enfrentan, dos carencias afectivas buscan satisfacerse. Intuyen que el amor es, sobre todo, un instinto. Por eso, en el gallinero, en el establo, en la selva y en nuestra sociedad, el macho desea a muchas hembras, y las hembras desean al mejor macho. Pero si su majestad el amor está presente la persona que es anónima tendrá un nombre pronunciado en su oído; quien era cualquiera, X, será única; quien era perecedero, será inmortal.

El primer movimiento del corazón es la posesión del otro (a). He ahí el conflicto, porque el amor, por antonomasia, es libre y requiere de su vuelo para sobrevivir.

El amor obedece a una trama preestablecida. Aunque cada historia posee matices que la convierte en peculiar y única, el amor se escribe sobre un pentagrama tradicional desde donde se trinan sus dichas e infortunios.

En “El Banquete” de Platón, uno de los filósofos asistentes, Aristófanes, habla acerca de los andróginos, seres que poseían en sí mismos ambos sexos, y que por tanto no necesitaban relacionarse con otros porque estaban satisfechos emocional y sexualmente, pero los dioses envidiosos de su felicidad los dividieron y, además, les voltearon la cabeza que les impedía ver de frente a sus complementos. 

Casi a ciegas, a tientas, una mitad busca a la otra, tratando de embonar el uno con el otro. La imagen es sugestiva y no en pocos casos posee una verdad contundente. Los que se aventuran al encuentro amoroso se internan en un laberinto y a tientas, empellones y reacomodos, logran unirse al otro(a) de la misma manera que lo hacen los engranes de las poleas.

Desde entonces buscamos a la media naranja, pero ¿cómo se conoce a la persona que habrá de amarse? ¿Por qué a veces elegimos no nuestra media naranja sino la mitad de una toronja?

El flechazo de Cupido, la eficiente seducción de Don Juan, la coquetería irresistible de esa mujer, la fatalidad o la química, la astucia o la tenacidad del cazador, el embone de las poleas inconscientes, son algunas de las razones que explican que la atracción súbita, el relámpago del enamoramiento, la resuelta orientación del deseo, la construcción de los afectos, han sido exitosas: el hambre encuentra su antojo; el náufrago se ase a su tablita. Uno (a) encuentra en otro (a), su pareja, su media naranja, su peor es nada, y a veces, si tiene suerte, al amor de su vida. 

Pero sólo cuando se involucra el corazón y se profundiza el compromiso podemos estar hablando de amor.

La comprensión de todo lo que la persona amada ha despertado la vuelve extraordinaria y difícilmente repetible, por eso se comulga con ella, se le acepta como es, con defectos y cualidades, como si en realidad fuera parecida a la imagen que forjamos. Esa persona suscita todo lo que en nosotros se mantenía en estado larvario: la ternura, la pasión, el interés, la alegría, el azoro.

Y cuando nos encontramos con el amor cantamos los salmos de la pertenencia, el himno del orgullo de haber sido arraigado en el corazón del otro (a).

La vida en pareja, en uniones libres o en matrimonio, es una apuesta moral, un compromiso con un tipo de código que persigue hacer más perdurable el lazo; pero este lazo debe ser afectivo o no es. 

La vida en pareja es la aceptación de un compromiso romántico, de la marca de un territorio, de una alianza en el cuidado del otro, socios en la empresa del patrimonio familiar, y es un destino libremente decidido. 

Es ágape y eros dispuestos a convivir en el restringido espacio del matrimonio. 

El amor, idealizado por el romanticismo o exaltado por la pasión, deja de ser un dios pero también deja de ser un demonio para humanizarse con sus miserias y sus atributos. 

Los ídolos se caen, las nubes se disipan y quedan dos personas reales, desnudas, y hermosas en su esplendorosa y mísera humanidad. El otro, la otra, es una persona total, y no una bacante, príncipe, hada, ídolo, semidiosa, hetaira, etc., sino solamente una persona que ofrece lo que es, y al mismo tiempo, recibe todo lo que el otro es.

La persona amada se recorta de entre todos, se colorea, y los sentimientos se concentran en ella como si fuera única, se intensifican las emociones y los sentidos, se profundizan en ella nuestros afectos. 

Esa persona nos sorbe el coco, es la responsable de los vuelcos en el corazón, de las mariposas en el estómago:

Pero el amor no sólo vive de canciones, requiere milagros, según le gustaba decir a Jorge Luis Borges, pruebas y confirmaciones permanentes. Y una de esas confirmaciones es tener su propio nido. El casado, casa quiere, dice el sabio dicho popular.

2.-

Se tocan, se frotan

hacen fuego

los cuerpos

doblegados, sometidos a las torceduras

del deseo:

la pareja es el monstruo

que alma exige para expresarse,

algo de mítico recuerda, una animal fantástico

dioses griegos combatiéndose

criatura insaciable, sierpes ondulantes,

algo alado, de pronto, ingeniería que aúlla

y gime, un torpe artefacto que vuela un poco,

se desploma

y en sombras se deshace