Chihuahua, Chih.
*Mensaje retocado dirigido por el autor en la presentación de la Nueva Plataforma de INPRO, el jueves 15 de febrero en el auditorio de la Comisión Estatal de Derechos Humanos.
Por qué nos hemos quedado ciegos. No lo sé, quizá un día lleguemos a saber la razón. Quieres que te diga lo que estoy pensando, Dime, Creo que no nos quedamos ciegos, creo que estamos ciegos, Ciegos que ven, Ciegos que, viendo, no ven. José Saramago, penúltimo párrafo de la novela, Ensayo sobre la ceguera.
Introducirnos en la sugerente y copiosa narrativa de José Saramago (nacido en 1922, como acto de protesta abandonó Portugal y se fue a vivir a España. En 1998 recibió el premio Nobel de Literatura, murió en 2010), resulta aventurarnos en una realidad humana y social, contrastante, paradójica y estrujante. No exagero. De una manera poética y descarnada, te mueve el piso. La literatura de Saramago cimbra los cimientos científicos, teológicos, humanos y políticos de nuestro tiempo.
La fecunda imaginación del genio portugués nos preparó. Primero en 1995 en la novela Ensayo sobre la ceguera, la gente de improviso se quedó sin ver, así de insólito; luego, de una manera premonitoria y hasta sarcástica, en la obra Ensayo sobre la lucidez, terminada en 2004, se burla de la política y la democracia cuando los ciudadanos deciden votar en blanco hasta en un 83%. Continúa con la ironía existencial, ahora los seres humanos tendrán vida eterna, aquí en la tierra, a partir de que la muerte decide jubilarse y deja de trabajar, según nos comparte en la novela Intermitencias de la muerte, publicada en 2005.
Los que conocieron a Saramago sabían que Pilar del Río, el amor de su vida y compañera hasta el final, venía a ser asistente, traductora y hasta correctora del escritor; varias obras del Nobel aparecen dedicadas a ella. En los últimos años notó a su amigo, esposo y cómplice, un tanto extraño. Pilar lo observaba retraído cuando escribía con discreción y reticencia, hasta un tanto huraño, sin compartirle los avances. Le pedía libros para consultar, pero no le compartía hojas en borrador para corregir y pasar en limpio.
El proceso de leucemia avanzaba, a la par que José iba dejando la vida, de manera pausada, en los párrafos de una obra de contundencia similar, a las tres obras anteriores donde ponía a prueba la endeble condición humana. De golpe, a los seres humanos se les desconectó la memoria. La obra acabada y total se encontraba en la cabeza de Saramago y en cada página terminada dejaba retazos de piel a medida que mermaban los glóbulos rojos en su sangre.
Por decreto el hombre dejó de recordar, se apagó la memoria; nacía con un ADN sin recuerdos y avanzaba en edad con un disco duro humano, casi limpio sin necesidad de datos personales. El pensar quedó reducido al presente inmediato y práctico, al minuto del hoy, sin posibilidad de evocar. Algunos antecedentes familiares se encontraban en su dispositivo personal. La ciencia había llegado al extremo de expropiar el pensar y sentir humanos.
El tiempo y la tristeza acabaron con Saramago, cuando apenas llevaba escritas 30 páginas de su novela Desahucio de la memoria o Cuando el hombre perdió los recuerdos. Como un fantasma presentido o anhelado, sigilosa llegó la muerte. Pilar leyó el avance de la obra, con un profundo dolor en su corazón se dijo: ahora entiendo y recuerdo. José no alcanzó a dejar terminado el inminente desastre humano.
En sus últimos días a Saramago le dio miedo quedar atrapado en su propio mundo imaginario y temía una mañana amanecer con la memoria y los recuerdos en blanco, como un personaje más de la novela, víctima de su propio genio creador, de ahí su recelo y resquemor con Pilar.
Ejemplos le hubieran sobrado a Saramago donde la realidad desbordaba a la imaginación. El especulador financiero, George Soros de 87 años de edad, sorprendió al auditorio en el Foro Económico Mundial, llevado a cabo a finales de enero pasado, en el Monte de Davos en Suiza, al cuestionar abiertamente a Google y Facebook, al intuir un peligro: “algo muy dañino y posiblemente irreversible le está sucediendo al pensamiento humano en nuestra era digital”, y señalaba las consecuencias: “Quienes viven en la era digital corren el peligro de perder su libertad espiritual y, por lo tanto, pueden ser fácilmente manipuladas”, declaró el magnate.
Hermann Bellinghausen se aproxima de manera directa al problema: “La comunicación instantánea en texto, imagen, audio y datos de cualquier índole se suma a los nuevos usos de la memoria, o de su posible desuso en términos cerebrales, ahora que es más fácil y expedito consultar que recordar”.
Bellinghausen aporta un ejemplo concreto: “Cuando Google Maps y demás aplicaciones GPS hayan apagado el hipocampo humano, el aprendizaje espacial de nuestro cerebro retrocederá más atrás que el de las ratas… esa función del ser y la conciencia… va de salida”. Fundamenta: “Hemos puesto nuestros rumbos, referencias, puntos de partida y destino en manos del Departamento de Defensa de Estados Unidos, en un sólo lugar, la base aérea Schriever en Colorado controla los 31 satélites de GPS que orbitan la Tierra”.
En la misma dirección reflexiona Eduardo Caccia: ¿Se nos están atrofiando la memoria y otras capacidades cognitivas? Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos, escribió Borges. Ahora habrá que decir que no sólo somos lo que recordamos sino lo que hacemos para poder recordar lo que olvidamos. El futuro apunta a la extensión artificial de la memoria. ¿Seguiremos siendo “humanos”?, se pregunta el autor.
La obra inconclusa de Saramago iba más allá. Como ateo profeso acudió a la Sagrada Escritura como punto de partida y de llegada de su última narrativa. Partió del Génesis donde la sabiduría del hombre, sin temor ni culpa, se aproximó a la sabiduría de Dios. El hombre con su poder divino de la tecnología y la ciencia llegó a la osadía de crear al hombre. El poder Supremo de la criatura divina humana osó, temerario, a crear, cuidar y destruir la vida.
El hombre rechazó postrarse ante el becerro de oro porque se reverenciaba a sí mismo. Una tribu inspirada de la familia divina, gracias a ciencia, a la magia financiera y la sabiduría de localizar y destruir riqueza natural, acumuló el tesoro de la humanidad en las manos de la casta bendecida (el 1% de las habitantes del planeta) y con derecho sagrado excomulgó la palabra desigualdad. Del otro 99%, la mitad, gracias a la ciencia y tecnología divinas permanecía agradecido y educado religiosamente disfrutando de los bienes y bondades del paraíso; a la otra mitad no se le daba la productividad y en consecuencia consumía menos, de tal manera que gran parte resultaba desechable natural, víctima del hambre, de la guerra entre pobres o por virus y epidemias genéticos.
En el último capítulo de la obra pendiente de Nobel portugués, una pequeña comunidad lúcida, de esas que escapan al milagro universal, (como en las novelas de Saramago) excluida de las bondades y del confort global, miraba con transparencia que la trinidad sagrada: hombre divino, ciencia y dinero, tenían pies de barro. Las últimas páginas al leerlas generaban pánico y escalofrío porque aparecían con furia y estruendo los jinetes del Apocalipsis y el hombre Dios se destruía a sí mismo y al planeta. Se apaga la vida y la luz al llegar el fin de mundo, en la obra inconclusa de Saramago, el Desahucio de la memoria.
Mil disculpas, por distraerlos y dar un largo rodeo para llegar al motivo principal de esta Presentación: el cambio de plataforma de la Hemeroteca de INPRO.
La inquieta aventura, iniciada por un generoso equipo de soñadores y soñadoras, allá por 1976, es decir, hace más de 40 años, convencido de que con la información y el análisis de la realidad, conservando la memoria, contribuiría al cambio social y político, continúa vigente.
Hoy en 2018 INPRO, trabaja con la misma inspiración; Con un Equipo de talento, moderna tecnología en desarrollo y proceso, metodología y teoría analítica, acorde a los nuevos tiempos.
Avanzamos inspirados en el principio de origen. De una manera muy puntual, el Papa Francisco en la Encíclica Laudato Si (el Cuidado de la Casa Común) ratifica el quehacer del INPRO, precisamente hoy, en esta noche tecnológica, de fiesta y convivencia: “El objetivo no es recoger información o saciar nuestra curiosidad, sino tomar dolorosa conciencia, atrevernos a convertir en sufrimiento personal lo que le pasa al mundo, y así reconocer cuál es la contribución que cada uno puede aportar”. INPRO camina comprometido con su misión y vocación primigenia, apostándole a la memoria social de Chihuahua.