Chihuahua, Chih.
(Texto de José Luis Domínguez -poeta y ensayista prestigiado- sobre AMARGO ANIMAL, de Alfredo Espinosa)
«Alfredo Espinosa es un auténtico "homme de letres" que ha publicado a la fecha más de una treintena de libros y ha practicado, hasta dominar con maestría, los géneros difíciles llamados poesía, ensayo y novela.
Asimismo, ha obtenido premios tanto estatales como nacionales e internacionales que le han otorgado un prestigio, un renombre una merecida fama como escritor y, en consecuencia, es nuestro más digno representante actual de la comunidad artística de Chihuahua frente al resto del país.
Una característica que me parece sumamente importante es el hecho de que Alfredo Espinosa es uno de los primeros escritores chihuahuenses cuya trayectoria la ha realizado desde la provincia.
Lo cual es ya romper los viejos paradigmas, los viejos esquemas, los viejos moldes, las viejas creencias de que para ser un buen escritor se debe abandonar el terruño natal.
William Faulkner, ya lo dijo, en otras palabras, y Espinosa sigue esa consigna, “Haz de tu aldea, una aldea universal”. Y son estos territorios impunes de Chihuahua donde se desarrollan la mayoría de las tramas novelísticas, ensayísticas y poéticas de este polígrafo y polímata chihuahuense.
Alfredo Espinosa también desarrolla, a lo largo de su obra literaria, la teoría de la fragmentación, la misma que en nuestra sociedad ha venido a acarrear la idea moderna del globalismo económico.
La teoría de la fragmentación nos habla de que el mundo, nuestro mundo, se disuelve, se desmorona, se fragmenta, se diluye como finísimo polvo entre los dedos del tiempo. Las maneras en las cuales esta fragmentación se manifiesta son diversas.
Espinosa ha elegido dos en particular: la disolución de la moralidad y la utopía como espejismo. Y aunque sigue siendo un iconoclasta pertinente, es decir, un eterno inconforme, o eterno adolescente necesario en su postura política ante este mundo ancho, ajeno y desigual, también es cierto que ha sido el primero de los escritores que ha dignificado el oficio del escritor. El poeta también come, es una de sus frases más representativas, de muchas que ha ostentado para intentar darle al artista el lugar que en la mayoría de las ocasiones la politiquería ramplona de nuestro país no ha sabido brindarle.
En cuanto a la primera de las características de la teoría de la fragmentación mencionada líneas atrás, argumentada como tema toral y como tratamiento en varios de sus libros, la disolución de la moralidad, su constante aparición nos recuerda en Alfredo Espinosa a esos antiguos moralistas ocultos tras la máscara del carnaval de los excesos: André Gide, Arthur Rimbaud, Charles Baudelaire, el conde Lautreamont, Oscar Wilde, Emile Ciorán, poetas y escritores malditos en su mayoría pertenecientes a la vieja escuela literaria franco-inglesa.
Hay otros dos novelistas chihuahuenses que instauran los otros modos de la teoría de la fragmentación.
El primero de ellos es el juarense Willivaldo Delgadillo, quien, con "La virgen del barrio árabe" abreva en las fuentes de la eterización del ser, en la disolución de la personalidad a través del personaje-holograma, y por lo mismo, intangible, irreal. El segundo escritor es el narrador cuauhtemense Raúl Manríquez, con "La vida a tientas" y “Días de septiembre” cuya propuesta fragmentaria será, básicamente, la del desarraigo.
La recurrencia de motivos o imágenes en la narrativa de Alfredo Espinosa son de orden arquitectónico y dramático. Dicha recurrencia lingüística ha resultado ser una de las mejores vías de acceso a la esencia emocional y estética de la obra literaria de este autor chihuahuense.
Y es que, siendo un poeta, no ha podido evitar que su prosa también vaya acentuadamente marcada con ese mismo carácter que la lírica conlleva. Esa búsqueda de recurrencias, casi tautológicas en Espinosa, de marcas textuales poéticas utilizadas en forma iterativa, obsesiva, mismas que acentúan los valores preeminentes de su obra, se encuadran perfectamente en la técnica que utiliza los procedimientos e instrumentos operativos de tipo estilístico.
Los símbolos y las obsesiones de y por lo gótico, así como de ciertas frases cliché e ideas temáticas, desperdigadas a lo largo de su obra poética y ensayística, tienden un puente inusitado con su novelística.
Alfredo Espinosa ha sido siempre un escritor con una alta conciencia crítica, testimonio de ello lo dan muchos otros ensayos y artículos publicados suyos tanto en periódicos como en revistas, en cuyas líneas cuestiona a algunos gobernantes en turno de una manera directa y contundente.
Por eso el tema del poder nunca podría estar fuera del rango de sus intereses como tema literario.
En el primero de los tres apartados que componen el libro, titulado “Humo triste”, aparecen ocho poemas cuyo tono denso y elegíaco ha sido claramente permeado por el Génesis bíblico en su capítulo 3 en el que se lee de cuando Dios, después de expulsar a Adán del Paraíso, lo condena en el versículo 19, con estas palabras: “quia pulvis es, et in pulverem reverteris, que significa todo lo que es al polvo, al polvo volverá”.
En los versos de las primeras páginas del libro de Alfredo Espinosa se inclina esta verdad hacia el hecho cruel, pero cierto, de que a todos nos espera, querámoslo o no, ese “memento mori”, es decir, el tener que recordar, conforme avanza nuestra vida en la tercera edad, que habremos de morir.
Pero en lugar de encausarlo por la vía del hondo espiritualismo, lo hace por medio de ese humor negro o auto-sarcasmo digno de los poemas nihilistas (antes de que el nihilismo surgiera como tal) del rey poeta Netzahualcóyotl, sobre todo, en el sombrío tono de uno de sus poemas más célebres titulado “Intuyo lo secreto”, en el que se nos narra lastimosamente (y digo narra porque el buen poema al cantar va contando, como en La odisea o en la Ilíada), que cuando ha transcurrido la mayor parte de la vida del ser humano, como una pintura vieja nos vamos “borrando”, es decir, nos vamos desmaterializando (y conste que Netzahualcóyotl está a años luz de que la humanidad conozca la palabra holograma) y que se habrá de terminar en un horrendo lugar llamado de los sin carne.
En el segundo de los apartados, esta idea de “borrarse o de irse borrando” aparece en el poema “Álbum familiar”, también en “Un poco de la luz danzando”, o, de sesgo o como alusión, en ese triste hecho de la extinción de la dinastía Tang en China, y en “Noticias de sí mismo”.
Incluso, en virtud de los contextos digitales, interviene el “play station” con el cual un padre y su hijo juegan al exterminio de uno de los pueblos fundadores de una gran civilización tan importante como la árabe, con esa misma indiferencia o hastío de una sociedad moderna apática e indiferente de lo que ocurre en el mundo.
La benéfica influencia de Jorge Luis Borges se encuentra en “Otro poema de los dones”, de Alfredo Espinosa, que más que otra cosa es un homenaje al escritor argentino. Y no supe definir quienes se asoman en el espejo del poema titulado “Aquí está todo Shakespeare y la Ilíada”, si Borges o Joseph Conrad o ambos.
En el tercero y último de los apartados, “Amargo animal”, el tono usado por nuestro poeta chihuahuense es el mismo que permea todo el libro, pero con la variante del uso constante del pensamiento epigramático que irrumpe en la mayoría de sus poemas, recordemos que el epigrama es esa composición breve en la cual con precisión y agudeza se expresa un motivo satírico, y la sátira es un discurso punzante, mordaz, picoso, con el que el poeta tiende a censurar o a ridiculizar o a burlarse de sí mismo y de todos.
Cuando leo y casi escucho en mi cerebro el tono de muchos de los poemas de Alfredo Espinosa, en esta tercera parte de su libro, recuerdo algunos versos del poema de Ramón López Velarde que definen mejor al poeta que habla, cito:
“Yo sólo soy un hombre débil, un espontáneo
que nunca tomó en serio los sesos de su cráneo.
He oído las rechiflas de los demonios sobre
mis bancarrotas chuscas de pecador vulgar,
y he mirado a los ángeles y arcángeles mojar
con sus lágrimas de oro mi vajilla de cobre”».