¿Cómo escribiremos esta historia?

¿Cómo escribiremos esta historia? 11 de abril de 2020

Mariela Castro Flores

Chihuahua, Chih.

 

Esta pandemia sigue polarizando a la sociedad, desde quienes no desean postrarse al rigor del complejo momento que nos toca vivir, hasta quien por convicción política asume la responsabilidad del cuidado propio, el de su familia y de la comunidad, porque se nota quien prioriza el bien común sobre el individualismo, quien, por consideración, solaza lazos solidarios de organización comunitaria para no salir de casa y de apoyo con quien no le queda más remedio que tener que hacerlo.

 


En estos días en el que vemos el cielo más azul y escuchamos cantar a los pájaros -que siempre estuvieron ahí pero que hoy brillan frente a la ausencia del mundanal ruido-  no dejamos de leer, escuchar, vociferar a las agoreras voces de la ignorancia y el fanatismo, exigir medidas extremas que rayan en el fascismo que pretenden limitar al máximo las garantías de las personas sin importar su condición, necesidades y realidades; son estas mismas personas las que agreden a personal médico y sanitario, promueven el cierre de hospitales, que se permiten ser violentos y discriminar como si este aparente estado de excepción ofreciera alguna dispensa. Son estas mismas personas las que desde siempre, su agenda política nacida de la ignominia es buscar cancelar derechos a otras personas.

 


Preocupa la falta de alternativas o herramientas emocionales para enfrentar los riesgos, el encierro, el aislamiento forzado, ciertamente nadie nos educó o preparó para esto; no obstante, podemos coincidir en que la violencia y las agresiones nunca serán una medida aceptable de mediación de absolutamente nada.

 


Ese es el punto al que deseo llegar: las dispensas morales que nos permitimos en situaciones de esta naturaleza.

 


Como sociedad, en Chihuahua lo que estamos viviendo no tiene parangón. La guerra contra el narco que nos aquejó por más de 12 años nos acostumbró a convivir con el horror cotidiano; los discursos de odio y rechazo derivados de la tragedia bastaban hasta el momento en que alguien cercano o querido se convertía en víctima de secuestro, desaparecía o era ejecutado, las mujeres asesinadas por razones de género, víctimas directas o indirectas (huérfanos/as) crecían exponencialmente y hasta que el infortunio tocaba en nuestras puertas se tornaba real. 

 


Fenómenos sociales como el feminicidio, el juvenicidio, la criminalización y estigmatización de las víctimas encontraron perfecta cabida en una sociedad que paradójicamente, estaba lastimada y aun así se negaba a ser empática. Quizá, porque no supo en aquel momento orientar su dolor. Si bien no tiene comparación aquel momento y este, bien podríamos retomar algunas lecciones.

 


Por ejemplo, el que la tragedia no deberíamos tocarnos la cotidianidad y la vida para sentirnos aludidos a las recomendaciones que urgen para aplanar la curva, en el entendimiento de que las defunciones no se van a detener y menos ahora, con los reportes indicando que, si bien en una muestra de civilidad Chihuahua no registra un alto índice de contagios, la letalidad si va al alza.

 


Así que, ¿cómo vamos a narrar este episodio de la historia? ¿cómo construiremos esta narrativa? ¿desde los datos científicos? Estos, si bien sirven para mantener de buen ánimo la moral ciudadanía porque encabezar políticamente una contingencia con el personal con autoridad en la materia, da certidumbre; sin embargo, como contraparte no comunican lo suficiente para darle rostro a la adversidad.

 


Platiquemos pues desde el rostro de las víctimas, podemos comenzar por decir sus nombres, que eran madres, padres, amigos, hijas, abuelas de alguien, del vacío en el sitio que dejan, de que no se podrá ocupar el espacio donde ya no están, de la falta que harán, de la presencia en la ausencia y el hueco frente a la fotografía que se encuentra siempre frente a nuestro sillón.

 


Y, ¿por qué? En esta ocasión no es por quién obsequiosamente prodiga balas.

 


Es porque hay personas que teniendo oportunidad, prefirieren ignorar las recomendaciones básicas, salir, hacer fiestas, reunirse a departir o de vacaciones sin importarles que su negligencia criminal va a matar a alguien de forma brutal, dejándola sin aire y sintiendo vidrio molido en el pecho quizá demasiado rápido puesto que apenas se confirma la enfermedad no da tregua para evaluar opciones, negando la posibilidad de despedirse por el aislamiento que si se estará en obligación de respetar y sin un funeral con abrazos de consuelo y todo, por la negativa de proyectarnos más allá de nuestras pulsiones egoístas.

 


Sigamos pues, desde quiénes somos y a quién le depositamos nuestros afectos, quiénes son esas personas a las que queremos; pensemos como sería ver vulnerada de forma tan violenta nuestra realidad. Si le parecen una apelación sentimentaloide mis palabras, no le refuto nada; le hablo desde ser madre de dos hijos, uno, que perdió su trabajo y posibilidad de resolver su día a día porque el sector donde se desempeña cerró en su totalidad sus operaciones, y el otro, forma parte del personal sanitario que no puede bajar bandera en este periodo de contingencia.

 


Desde luego me preocupan, ellos y usted, sus familias y el resto de las personas que evito se enfermen por no salir, no pensando en que yo misma puedo exponerme, sino más bien, en la firme convicción de que, si sigo las indicaciones y abrazo resignadamente mi encierro, contribuyo a no enfermar a nadie más. A estas alturas no sabemos si así es una posibilidad real, aunque la mera suposición, la mínima probabilidad, no nos la podemos dispensar.

 


Hay formas para narrar la tragedia, le invito a considerar la que se escribe poniéndole rostro a las víctimas.

Porque es la que la humaniza.

Y es que la tragedia se vuelve creíble, irremediablemente cierta, el día que nos alcanza.

Que no se apague el ruido que genera nuestra presencia.

 


Que no nos suceda.

 


#QuedateEnCasa

Mariela Castro Flores

Politóloga y analista política especialistas en género y derechos humanos.