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Cambio esperanzador 3 de diciembre de 2018

Mega Radio 860, Juárez

Luis Javier Valero Flores

Chihuahua, Chih.

La toma de posesión de Andrés Manuel López Obrador como el 66o. Presidente de México estuvo llena de mensajes y de eventos a cual más de simbólicos.

Es un hecho histórico. Es el primer presidente postulado por un partido de izquierda. No es cualquier triunfo electoral, llega luego de por lo menos dos episodios claramente fraudulentos, el de las elecciones de 1988, con Cuauhtémoc Cárdenas como candidato y en el año 2006, en la primera postulación del tabasqueño.

El movimiento posterior tuvo fuerzas para llegar al 2012 y enfrentar una elección en la que el régimen y su partido, el PRI, construyeron un triunfo cuestionado por el monto de los recursos empleados. Televisa fue fundamental para construir la candidatura del ahora ex presidente Enrique Peña Nieto.

Luego de esta candidatura, muchos le apostaron a que AMLO no tendría el arrastre necesario para afrontar el 2018.

La sorpresa es mayúscula. En tan solo tres años el Movimiento de Regeneración Nacional -Morena-, desde su nacimiento, pasó de ser la cuarta fuerza política -en 2015- a la inobjetable primera, después de arrasar en las elecciones presidenciales, en el Congreso de la Unión y en las legislaturas estatales, en las cuales tiene mayoría en 19 de ellas, además de un enorme número de alcaldías, incluidas, por lo menos, 13 capitales estatales.

Es una enorme fuerza, avasallante.

Dueño absoluto del escenario, López Obrador asumió en medio del más grande número de dignatarios y representantes gubernamentales extranjeros y lanzó una de las más contundentes críticas al neoliberalismo, en voz de un mandatario.

En México el neoliberalismo es sinónimo de corrupción, sostuvo, a unos centímetros del principal impulsor de las reformas estructurales, Enrique Peña Nieto, después de Salinas de Gortari.

Nervioso, seguramente iracundo, Peña llegó al extremo de hacer ¡Anotaciones! ¿Para qué, si ya nadie le iba a preguntar, si ya no tendría oportunidad de emitir discurso alguno, que mereciera la atención nacional?

Como lo repitió a lo largo del país durante la larga campaña electoral de doce años, López Obrador le achacó a la corrupción el principal problema del país y no es, según sus apreciaciones, una cosa llegada al país de manera abstracta, no. Es lapidaria su conclusión: “En el periodo neoliberal la corrupción se convirtió en la principal función del poder político…”.

El recuento de los gobiernos de esta etapa, inaugurada por el presidente Miguel de la Madrid fue aplastante.

Ese diagnóstico es extremadamente revelador pues mostró, también, cuáles serán las principales rutas del gobierno que pretende realizar la Cuarta Transformación del país, en un temerario intento de comparar este período con la Independencia de México, con el período de la Reforma juarista y con el de la Revolución Mexicana.

Y si el acto de toma de posesión en la Cámara de Diputados, el acto formal, protocolario, fue espectacular, el celebrado en el Zócalo se impregnó de simbolismos. La decisión de llevar a representantes de las etnias originarias y que ahí se realizaran distintas ceremonias, para hacerle entrega del mando, fue uno de los actos más estremecedores que político mexicano alguno haya protagonizado en el México moderno.

Podrá decirse, sin caer en extremos, que Andrés Manuel asumió, ahí, en esa ceremonia sincrética, la dirigencia de un país, el del mundo indígena.

Y como le dijo el ciclista, cuando iba rumbo al Congreso, López Obrador no tiene derecho a fallar.

Dieciocho años atrás, una muchedumbre congregada en el Angel de la Independencia, le gritó a Vicente Fox “No nos falles”.

Las distancias y las diferencias son enormes, la esperanza es la misma y Andrés Manuel López Obrador tiene la historia personal como para abrigar la esperanza de que cambiarán las cosas.

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Luis Javier Valero Flores

Director General de Aserto. Columnista de El Diario