Chihuahua, Chih.
“El olvido está lleno de memoria”: Mario Benedetti.
En estos días, analistas políticos como Luis Javier Valero y el Profr. Martín Chaparro, discurrieron en El Diario de Chihuahua, acerca de una eventual alianza entre el PRI y el PAN.
Ambos profesionales coincidieron -en distinta magnitud, y desde diversas trincheras-, con diversas palabras, que una eventual coalición entre el tricolor y el blanquiazul en la entidad, vendría a ser un despropósito.
Estando de acuerdo con este punto de vista, a continuación esgrimiré los porqués.
A lo largo de décadas, el PRI y el PAN han sido adversarios históricos. Siendo el partido político más antiguo (sólo era superado en antigüedad por el extinto Partido Comunista Mexicano, que vio la luz en los albores de la Revolución Mexicana, en 1919), el PRI surgió (en 1929, con el nombre de Partido Nacional Revolucionario (PNR)), como el depositario de los ideales revolucionarios, bajo la égida del Gral. Elías Calles.
Sus sucesivas transformaciones llevaron a que el manto de la lucha armada, le fuera haciendo “justicia a toda la sociedad”, de tal suerte que al consolidarse su sucesor, el PRM (Partido de la Revolución Mexicana), durante el cardenismo, éste estuvo conformado por cuatro sectores: el obrero, el campesino, el popular y el militar.
La metamorfosis del PRM al PRI, por su parte, implicó que la influencia del PRI se extendiera a la sociedad toda. Aunado a ello, el alemanismo, con su aura de civilismo, impactó al naciente “partidazo”, pues el sector militar, baluarte del gobierno del Gral. Cárdenas, fue hecho a un lado de la estructura formal del PRI, no obstante la virtual relevancia que siguieron teniendo las fuerzas armadas durante la “presidencia imperial” (1929-2000) (Enrique Krauze, dixit).
En este lapso, el PRI se concibió y se proyectó como un partido vertical, ajeno a las lides democráticas, mismas que tuvo que abrazar, más por pragmatismo que por convicción. Esto, porque, si bien para la década de 1970, el apotegma del “partido de la revolución” ya acarreaba un desgaste importante (sobre todo por lo acontecido durante el ’68 y décadas subsecuentes), la ulterior aceptación del neoliberalismo vino a ser una especie de profanación de los preceptos revolucionarios que por décadas habían regido al partido y a México.
El PAN, en cambio, surgió en 1939, originalmente para oponerse a la expropiación petrolera, decretada durante el cardenismo.
Aunque, bajo el ideario de Manuel Gómez Morín, sucumbía un ideario liberal, en el blanquiazul siempre coexistió una corriente conservadora, arraigada en el Bajío Mexicano.
Bajo su historia, han confluido en su seno diversas corrientes, desde la democracia cristiana, que tuvo cierto cenit en la década de 1960, hasta la derecha proempresarial que comenzó a impactar a partir de la de 1970, y se tornaría, a la postre, en una figura decisiva en la constitución del organismo partidario.
Históricamente, fueron un partido que buscó la democracia. Ejemplo de esto es que, hace años, Enrique Krauze apuntaló en Letras Libres que Manuel Gómez Morín buscaba la división y la imparcialidad democrática que se lograría hasta mucho tiempo después, décadas eventualmente.
Por años fueron un partido menor, incapaz de competirle vis a vis al otrora todopoderoso tricolor. Sin embargo, la carrera comenzó a emparejarse en la década de 1980, cuando diversos sectores de la clase media norteña y del empresariado, mostraron su descontento con las políticas económicas decretadas al calor del gobierno de José López Portillo.
Ahí, la participación del blanquiazul fue muy relevante, pues, a partir de 1983, se conformó en Chihuahua una columna de ayuntamientos que hicieron posible pensar en el cambio de un sistema agotado.
El rol del PAN en el Verano Caliente de 1986 es fundamental; piedra de toque en el largo camino que siguió el país para encaminarse por la transición democrática.
A pesar de tener perspectivas antitéticas de la vida política, considero que el modelo neoliberal logró unificar, por lo menos relativamente, las posiciones de ambos partidos, pues si hasta 1982, el consabido péndulo había operado en los gobiernos tricolores (teniendo hasta gobiernos virtualmente volcados a la izquierda, como el del Gral. Cárdenas o el de Luis Echeverría), desde el sexenio de Miguel de la Madrid (1982-1988) el péndulo se estacionó en el flanco derecho por espacio de treinta y seis años, y las políticas económicas y sociales fueron virtualmente las mismas.
De hecho, en una especie de contradicción extraña, el gobierno de Peña Nieto resultó aún más neoliberal que los de Fox y Calderón, pues urdió, vía el Pacto por México, aquellas reformas neoliberales que los presidentes panistas no lograron cristalizar, no obstante la realización de numerosos esfuerzos políticos y retóricos.
El membrete impactaba, incluso, a los propios miembros de la clase política, pues había pocas diferencias entre un Ernesto Cordero, un Luis Videgaray y un José Antonio Meade, llegando a ser, incluso, condiscípulos y egresados de la misma institución universitaria.
A pesar de este extraño maridaje que el neoliberalismo hizo con las ideologías (en todo el mundo, no sólo en México), considero que el PRI y el PAN deben volver a sus orígenes para volver a conquistar a los votantes.
El PRI debe retornar a la sociedad; y el PAN a su lucha por la democracia, sin abrazar los tufos de ultraderecha que retumban sobre el mundo.
Además, sería fatal que habiendo luchado, cara a cara con la ciudadanía para derrotar al gobierno corrupto de César D., el PAN se aliara con su viejo adversario, en aras de luchar contra el enemigo común, que parece ser MORENA y que, además, viene in crescendo.
Aún falta tiempo, pero veremos qué sucede.
El pragmatismo ha sido un balazo en el pie para la política en el mundo.
El olvido parece seguir estando lleno de memoria, como dijo alguna vez, certeramente, Mario Benedetti.