Chihuahua, Chih.
Muy por el contrario de lo que siempre se nos ha pretendido hacer creer, la comprensión sobre lo que implica un debate, es muy corta y estereotipada en nuestro país; frente al intercambio de ideas en el que debieran confluir una tesis, confrontarla con su antítesis para construir verdad o conocimiento, lo que solemos ver es una confrontación verbal -en ocasiones violenta- donde en apariencia gana quien más fuerte golpea; si se deja abatido al contrincante, fuera de base o desarmado, mejor.
Nulo ejercicio dialéctico, pobre pieza de entretenimiento.
Al margen del esquema propuesto y realizado por la institución electoral, lo “novedoso” fueron las preguntas realizadas por la ciudadanía que, sin novedad alguna, fueron evadidas y sin excepción ningún candidato/a respondió. La máxima aproximación fue decir que, en efecto, las problemáticas requerían atención, pero jamás enunciaron los “cómos”.
Acusaciones directas serias tampoco fueron respondidas, como si las personas que aspiran a gobernar no tuviéramos derecho a la verdad.
En aras de la equidad, las y los acusados no contaron con tiempo para responder de propia voz en un espacio medianamente neutral y no eventos a modo, como el caso de la conferencia de prensa realizada por la abanderada del PAN para darle vuelta a la avalancha de acusaciones que se preveía le fueran realizadas esa misma tarde en el debate o el “debate” realizado por COPARMEX -empresarios aliados de Maru Campos- que fue una especie de alfombra roja para el delfín Bonilla, que solo en espacios de esta naturaleza podría no salir malparado por su falta de oficio político, carisma y experiencia.
Los derechos humanos, seguridad y el ambiente fueron la inquietud ciudadana.
Respuestas populistas a grandes problemáticas fueron expresadas, sin importar su desconocimiento de las instituciones o que fueran violatorias de los mismos derechos humanos.
En materia de atención a la violencia de género solo se usaron lugares comunes para “proponer” cosas que ya existen. Por otro lado, resulta incomprensible la actitud beligerante y sumamente agresiva de Miguel Riggs y el Caballo Lozoya, en una comunidad que ha sido tan golpeada por la delincuencia, crimen organizado y la guerra ¿a quién podría parecerle una buena idea que a una sociedad que se sostiene en un duelo permanente, puede responder de forma positiva a sus agresiones? ¿A quién se le ocurrió que jugar al papá regañón que pega podría dar resultado?
La violencia genera violencia y su uso indiscriminado tolera su ejercicio. Por eso debió haberle parecido bueno a Marco Bonilla ejercer violencia política contra Lucía Chavira Acosta, política y defensora derechohumanista con larga trayectoria en el servicio público, que sin ser candidata ni formar parte del proceso electoral actual, solo por ser mujer, la agredió con la pretensión de sacar de sus casillas a su compañero de vida al momento de supuestamente “debatir”.
Fue obvio que el testaferro de la socia de Cesar Duarte tenía la clara encomienda de hacer el trabajo sucio que la misma Maru no podía hacer para no “mancharse” la imagen.
Y es que la confronta es vieja y data desde el debate organizado por el IEE en el año 2016, cuando la abogada Chavira se mostró por mucho superior a la panista que, desde entonces, daba visos de los resultados en los que acabaría su gestión pública. Simuladora, ineficiente y fraudulenta. Con ese contexto, surgen un par de reflexiones:
Habiendo montado Maru Campos una estrategia de victimización para ganar simpatías mientras tejía argucias legales para postergar la acción de la justicia para los cinco delitos de los cuales se encuentra vinculada a proceso, ¿no estudiaron a fondo el delito de violencia política? Primero, para definir que la duartista no la ha padecido ya que se le acusa por sus actos de corrupción, no por ser mujer; como sí la padeció Lucía teniendo como perpetrador a Marco Bonilla.
Prácticamente la denostó en su persona y su carrera por ser esposa de quien es, lastimando su dignidad personal porque, si en un espacio con la proyección de esta naturaleza, se afirma -siendo mujer- que lo obtenido con esfuerzo propio no existe y/o fue concedido por los favores de alguien más, desde luego que deja en una situación de indefensión, sobre todo, porque la audiencia modifica la percepción de la mujer en cuestión, además, por no contar con derecho a réplica, ya que ella no está participando de manera directa en el proceso electoral que corre.
Caso distinto con Maru, que por mucho decirse violentada sus delitos no desaparecen y no aparecen los recursos públicos que desvió.
La segunda reflexión se coloca en hacer entender las implicaciones que el delito de violencia política entraña, porque cuando se ejerce puede no solo afectar a una sola mujer, también puede hacerlo con un grupo o una comunidad y en este caso, la agresión de Bonilla incide en la esfera política, civil y social. Ahora resulta que las mujeres con aspiraciones políticas, carrera política o profesional propia, tendrían que responder por asociación a lo que los hombres de su vida hacen o deban limitarse a ser reconocidas en medida de que ellos lo son o dejen de serlo.
La funcionaria universitaria ahora con licencia, ya promovió la denuncia formal en la que como constitutivo del agravio, mencionó: “la manifestación del candidato del PAN muestra una total actitud de misoginia y una práctica discriminatoria que resta valor a mi persona, reproduciendo un estereotipo de género que se caracteriza por menoscabar la presencia de las mujeres en el ámbito político, reduciéndolas a ser objeto de negociación entre hombres”, por la declaración del contendiente panista a la alcaldía de que la candidatura de la agredida fue resultado de una negociación.
¿Así pretenden combatir la violencia de género? ¿Cometiéndola?
Las mujeres no necesitamos que nos defiendan, como “propondría” otro violento candidato naranja a la gobernatura, deseamos ejercer nuestros derechos sin padecer violencia.
Con distintos modos e intensidad, pero la violencia contra las mujeres se dejó ver en los debates; Marco Bonilla, por lo pronto y con denuncia ya formal, por violencia política.
Como mujer chihuahuense, definitivamente estoy convencida que no merecemos agresores como gobernantes.
@MarieLouSalomé