Agotamiento

Agotamiento 5 de junio de 2016

Luis Javier Valero Flores

Chihuahua, Chih.

El día de hoy saldrá a votar poco más del 40% del total de mexicanos inscritos en el padrón electoral.

Además de las elecciones a gobernador en 12 entidades y de las elecciones de mitad de sexenio en Baja California, la Ciudad de México elegirá a una parte de los integrantes del Congreso Constituyente que habrá de redactar y aprobar la Constitución de esa entidad.

Como nunca antes un grupo tan numeroso de entidades presentaba unas elecciones tan competidas; la incertidumbre sobre el resultado electoral está presente en al menos 6 de los estados que hoy votan, entre ellos, para sorpresa de muchos, se encuentra Chihuahua y un sinnúmero de municipios.

No es fortuito que exista tan elevada competitividad a nivel nacional; a los factores locales, que cuentan mucho, lo que hoy ocurra tendrá efectos concretísimos en el desarrollo de la contienda presidencial del 2018.

El gobierno federal y su partido atraviesan por una profunda crisis de credibilidad, las calificaciones que los ciudadanos le otorgan al presidente Enrique peña Nieto, en todas las encuestas realizadas, son las más bajas que mandatario alguno haya recibido, por lo menos desde la existencia de órganos electorales separados de la estructura gubernamental.

Sin embargo, la crisis va más allá pues abarca al total de los partidos y al sistema político vigente.

Se agotó este modelo de representación política y la necesidad de la renovación, de la aireación de la administración pública es urgente, lo demuestran los elevados índices de crítica ciudadana a los partidos y candidatos.

El hartazgo, la impotencia, el desapego a la “cosa” política, la falta de confianza en las instituciones, el “chapulineo” de candidatos y dirigentes -no solamente de puesto en puesto, sino de partido en partido-, la permanente actitud partidaria de evadir, eludir o violar la normatividad electoral, son sólo algunos de los rasgos de nuestra “incipiente” democracia electoral.

Es de tal grado la crisis, que la conformación de una cultura ciudadana es, hoy, uno de los asuntos más lejanos a la vida cotidiana de la mayoría de los mexicanos, basta con relatar el primer encuentro de un brigadista -de cualquier partido, o de cualquier candidato independiente- con un ciudadano, generalmente mujer, cuando ésta abre la puerta. La ciudadana, al escuchar y ver la indumentaria del brigadista, frecuentemente pregunta ¿Y ustedes, qué me van a dar?

Otro aspecto que ilustra el bajísimo nivel esa cultura, son los mecanismos usados por todos los partidos para atraer a los ciudadanos a sus actos masivos; la atracción principal no son los discursos de candidatos y dirigentes, no, esa la constituyen los grupos musicales que mayores audiencias posean.

Si bien los aspectos anteriores son secundarios, lo cierto es que son reflejo del atraso de nuestra democracia electoral, y no sólo de ésta, pues en el resto de la vida social, la participación ciudadana es escandalosamente baja; en todos los ámbitos, en el barrio, colonia o fraccionamiento; en el sindicato (cuando existe), en el entorno laboral; en el ámbito escolar, en torno a los problemas colectivos como los ambientales, los del transporte, de los servicios públicos, etc., sucede lo mismo.

La larga existencia del régimen del partido “casi único” prohijó la idea absolutista, en la mayoría, de que, una vez derrotado, todo mejoraría.

Pero las fuerzas opositoras y sus partidos no construyeron el entramado social-político que habría de sustituir al viejo régimen y en lugar de “construir” su “hegemonía” democrática -es decir, en la transformación de los mexicanos en individuos partícipes, racionales, en el cultivo de las mejores tradiciones cívicas- se subsumieron y se asimilaron a aquellas viejas formas de relación de los partidos con la sociedad, y del gobierno con sus gobernados.

Por ello, no es casual que los salarios de los funcionarios públicos mexicanos sean de los más altos del mundo, semejantes a los de las mayores economías del planeta, a pesar de la disparidad de la población gobernada, de los niveles de ingresos de sus gobernados y a pesar de los presupuestos manejados por la clase política nacional y la de aquellos países y, además, que tales niveles salariales se eleven constantemente y sean defendidos por todos los partidos políticos, con algunas, pocas y honrosas excepciones transitorias que no han sido acompañadas de una propuesta incisiva, insistente por reducirlos.

Por otra parte, la alternancia partidaria, prácticamente en todos los puestos de elección popular -salvo varias entidades y muchos municipios- no modificó los niveles de vida de la mayoría de la población y ha mantenido -con pequeñísimas variantes- los niveles de pobreza extrema existentes en el país desde hace, por lo menos, 30-40 años.

Por si fuera poco, los crecientes grados de corrupción gubernamental, que, según la percepción mayoritaria, son responsabilidad de la totalidad de los partidos políticos, han abonado grandemente a la creciente tendencia abstencionista.

A lo anterior debemos sumarle la pérdida absoluta de las fronteras ideológicas entre los partidos y los candidatos. A muchos protagonistas políticos poco les importan los colores partidarios, lo que vale son los proyectos personales y la sobreestimada figura personal, todos se creen “padres de la patria”, ¡Ah, y poco les falta para serlo!

Pero tal enfermedad abarcó, también, a no pocos aspirantes a las candidaturas independientes, con el agravante que la clase política, preocupada por la posibilidad de perder muy importantes espacios de poder, espantados por el candidato independiente de Nuevo León, hoy gobernador, Jaime Rodríguez, “El Bronco”, (que apenas, el viernes, ¡Oh, Coincidencia! le dio un susto a los partidos al anunciar acciones penales contra el ex gobernador Rodrigo Medina) aprobaron las reformas para incluirlas en los presentes procesos electorales, pero con tantas impedimentas para el común de los ciudadanos que las volvieron, prácticamente, coto de los hombres más ricos de la sociedad.

Peor aún, la incorporación de las candidaturas independientes le ha aportado un ingrediente más negativo, la de que debieran ser las aportaciones privadas las únicas que financiaran las actividades de los partidos.

Y varios de los candidatos independientes así lo pregonaron, nos dijeron que los partidos políticos se “gastaban” los dineros de todos nosotros en las campañas electorales, que era mejor que “le metieran” dinero del propio.

No sucede así, las mil y una maniobras realizadas por la absoluta mayoría de los partidos y candidatos para obtener recursos económicos y no reportarlos a los órganos electorales es lo común y no, la salvedad, por desgracia.

Así, probablemente no pronto, pero al paso de los años se develarán los increíbles montos de dinero ilícito aportado a las campañas.

Su influencia, al momento de ejercer los gobiernos, será decisiva, también, por desgracia.

No es lo único que deberíamos cambiar (y muchas cosas más), también el sistema electoral. Lo que ahora tenemos son gobernantes elegidos por la minoría de los ciudadanos, es preocupante, pero lo es más el hecho de ser fruto de la minoría mayor de los votantes de cada elección.

La mayoría de los gobernantes llegan con el 35-40% de los votos, en el mejor de los casos. Su falta de legitimidad crece en la medida que crece la competencia electoral.

Urge cambiar tal forma de elección. Una variante podría ser el establecimiento de la segunda vuelta electoral.

Si ninguno de los candidatos obtiene el 50% más uno de los votos en la primera vuelta, entonces los ganadores del primero y segundo lugares debieran competir en la segunda, para lo cual estarían obligados a establecer negociaciones -de cara a la sociedad- que implicaran programas de gobierno y espacios en los gabinetes para las distintas fuerzas políticas, abiertamente, con compromisos públicos, que serían necesarios para que los votantes de cada fuerza política, en virtud de la identificación con ellos, pudiera votar por uno ú otro candidato.

De ese modo, el triunfador de la segunda vuelta obtendría más de la mitad de los votos y su legitimidad sería fruto de la concertación de fuerzas políticas y, entonces, el voto útil de ahora se pudiera ejercer, válidamente, en esa segunda vuelta.

Finalmente, el asunto de los diputados plurinominales.

Por supuesto, no deben desaparecer, al contrario, deberíamos encaminarnos a un régimen de plena representación proporcional, es decir, que todos los legisladores fueran “pluris”, pero producto de la votación ciudadana.

Un primer experimento se desarrollará hoy en la Ciudad de México.

Los integrantes del Congreso Constituyente que hoy resulten electos lo serán por esa vía. El porcentaje de votación obtenido por cada partido significará el porcentaje de representantes alcanzados en el Congreso.

Previamente, cada partido designó el orden de sus candidatos, igual que hoy sucede con las listas de plurinominales, con la diferencia que allá es una sola lista.

Es un pequeño paso, pero, suponemos, que en el sentido correcto.

Bueno, es todo ¡A votar!

[email protected]; Blog: luisjaviervalero.blogspot.com; Twitter: /LJValeroF

Luis Javier Valero Flores

Director General de Aserto. Columnista de El Diario