Chihuahua, Chih.
¿Cuántas veces a lo largo de su vida adulta ha escuchado decir “A mí mis papás me pegaban de niño y yo no estoy traumado”, o “A mí de niño me dejaban llorando solo hasta que me durmiera y tan mal no salí”, o “A mí me castigaban de niño y estoy bien”, o “Cuando yo me ponía de caprichosa, cuando niña, mi padre me encerraba en una habitación sola para que aprendiera”, o “A mí me decían que me iban a regalar con el viejo del costal cuando hacía berrinches” o “a mí mi madre con una mirada me controlaba, ya sabía cómo me iba a ir cuando llegáramos a casa”, “me dieron hasta con el cable de la plancha y hoy soy un hombre de bien”?
Se ensalza la cultura de la chancla y cada una de estas frases suele rematarse con un “A mi mamá y a mi papá les agradezco cada golpe y castigo, porque si no, quién sabe qué sería de mí”, disculpando en acto de alienación inconsciente, quizá, la tortura de la brutalidad emocional.
La semana que recién concluye, se votó en el Congreso local el dictamen con carácter de decreto que previamente había sido turnado a la Comisión de Juventud y Niñez, en atención a la homologación para la aplicación de las recomendaciones que el Comité de los Derechos del Niño ("CRC" por sus siglas en inglés) y que es el órgano de expertos independientes que supervisa la aplicación de la Convención sobre los Derechos del Niño y de sus dos primeros Protocolos (Protocolo facultativo relativo a la participación de niños en los conflictos armados y Protocolo facultativo relativo a la venta de niños, la prostitución infantil y la utilización de niños en la pornografía), por sus Estados Parte, ha realizado al estado mexicano.
Básicamente las modificaciones sugeridas para el Código Civil del estado de Chihuahua, radican en modificar en su redacción el supuesto derecho que tienen padres, madres, tutores legales, instancias, instituciones educativas y albergues que ejerzan patria potestad, a corregir a los menores, entendiéndose “corregir” a la normalización del castigo corporal de las infancias en aras de una adecuada formación que permita a su vez, una educación que posibilite la funcionalidad social de las personas en su edad adulta. Sin embargo, ese tipo de “educación” ha sido históricamente la convención social, incluso, en la forma de relacionarse en el entorno familiar. Es muy reciente el debate sobre nuevas formas de crianza respetuosa, amorosa y presente que permitan ir dejando atrás la violencia para con las infancias.
Porque el maltrato infantil es violencia, en cualquiera de sus aristas.
¿Qué se entiende por maltrato infantil? La violencia contra niñas, niños y adolescentes que incluye todas las formas de violencia física, sexual y emocional; así como descuido, trato negligente, explotación y tratos humillantes, los cuales tienen consecuencias a largo plazo para la salud de quienes la padecen, incluidos problemas de desarrollo social, emocional y cognitivo, aspecto que es poco reconocido.
Los efectos perduran en la vida adulta y remontar los efectos puede tardar décadas aun con un comprometido trabajo terapéutico, cuando se logra.
Entre las consecuencias se cuentan el estrés, la intolerancia a la frustración y se asocia a trastornos del desarrollo cerebral temprano, los casos extremos de ansiedad pueden alterar el desarrollo de los sistemas nervioso e inmunitario. Las personas adultas que han sufrido maltrato en la infancia corren mayor riesgo de sufrir problemas conductuales, físicos y mentales, tales como actos de violencia (como víctimas o perpetradores), depresión, consumo de tabaco y otras sustancias como paliativo para la ansiedad, comportamientos sexuales de alto riesgo como consecuencia de la falta de compromiso y responsabilidad emocional para con otras personas, también, la imposibilidad de establecer lazos afectivos permanentes.
Eso es en lo personal.
En lo psicosocial es sabido que como fenómeno la violencia avanza, aumenta e incrementa su grado de brutalidad derivado de su normalización. Y es que, si es normal palmear, pegar con correas, gritar, el abandono emocional que va desde la desaprobación permanente, miradas amenazantes, la ley del hielo o la ausencia en la presencia, ¿Por qué considerar que traducido ese trato entre adultos es reprobable? ¿Por qué es sencillo o aceptable golpear a menores sin capacidad de respuesta al ataque que reciben y la violencia entre adultos, no?
Las agresiones entre adultos son incluso un delito que se puede perseguir pero solo el 1.5% de los casos denunciados por maltrato infantil llega a juicio sin que esto garantice una condena.
Nota aparte es el abuso sexual infantil, en el que México ocupa el primer lugar a nivel mundial a niños, niñas y adolescentes, con 1 de cada 4 niñas y 1 de cada 6 niños que son abusados antes de cumplir los 18 años; en el 75% de los casos la persona agresora es parte de su familia, solo el 2% de las personas que reciben estos abusos denuncia; el resto no lo hace por recibir amenazas, sentir inseguridad, vergüenza, culpa y temor a afectar a su familia, en 23% de los casos la persona agresora es menor de 18 años de edad (menores abusando de menores), 4.5 millones de niñas, niños y adolescentes del país están siendo víctimas de este delito.
Coloquemos el tema en la mesa, discutamos ampliamente, integremos a las diversas infancias como protagonistas de estos debates porque es la reivindicación de sus derechos lo que está en juego.
Si deseamos caminar hacia una cultura de paz, de respeto a los derechos humanos donde haya niños, niñas y adolescentes que sepan respetar, tienen que ser respetados. El rescate de las nuevas generaciones depende de ello.
marielacastroflores.blogspot.com
@MarieLouSalomé