Chihuahua, Chih.
Al paredón. A la guillotina. A la plaza pública a ser quemados vivos, como herejes o como brujas. Así se trata a quienes públicamente aceptamos haber votado por López Obrador en 2018. Algunos hemos manifestado nuestra desilusión, hemos mantenido una crítica consistente a su gobierno, hemos explicado el porqué de la ambivalencia que acompañó una decisión difícil.
Y lo fue sobre todo para quienes somos de centro-izquierda e imaginamos que AMLO -acompañado por personas y sectores progresistas- podría encarnar una "marea rosa". Pensamos que había dejado atrás el radicalismo, el anti-institucionalismo, y la rijosidad rabiosa que lo caracterizó en el pasado.
Creímos que los contrapesos construidos durante la transición democrática serían lo suficientemente robustos para contenerlo y encauzarlo. Supusimos que México había cambiado y sería inmune a la atracción seductora del presidencialismo protagónico.
Nuestra esperanza fue equivocada, similar a la de quienes creyeron que Carlos Salinas era un genio modernizador hasta el hermano incómodo y la crisis de 1994, Vicente Fox un demócrata consistente hasta el desafuero y el empoderamiento de Marta Sahagún, Felipe Calderón un conservador compasivo hasta la militarización mortífera, y Peña Nieto un representante del "Nuevo PRI" a pesar de permitir la corrupción desbocada en sus filas. Esas metamorfosis de dioses en demonios tampoco pudieron predecirse.
Y para quienes continúan regañándonos con la cantaleta sardónica del "No podía saberse", va el siguiente mensaje: háganse responsables del pasado, porque explica el presente. Asuman su paternidad responsable.
AMLO lleva años atizando el enojo, impulsando la enjundia y alimentando la exasperación contra el país de privilegios.
Y los privilegiados nunca han entendido que para frenar a un populista no bastaba con denostarlo; había que componer lo que denunciaba. Tendrían que haberlo hecho, y durante décadas quienes fuimos críticos del PAN y del PRI lo señalamos.
Hoy los que exigen el voto por la oposición deberían recordar cómo fueron sus gobiernos.
No crearon riqueza para distribuirla mejor, no despolitizaron la justicia, no acabaron con la expoliación oligopólica a los consumidores, no se preocuparon lo suficiente por la persistencia de una subclase permanente de millones de pobres, no combatieron la corrupción de forma frontal, no desmantelaron la partidocracia impune, no hicieron más incluyente al sistema económico ni más representativo al sistema político.
Quienes trastocaron la transición no entienden por qué AMLO ganó, por qué sigue siendo popular, por qué la oposición no logra convencer al electorado ni entusiasmarlo.
El resultado de no haber modernizado a México para las mayorías es el empoderamiento de López Obrador. Élites extractivas y antidemocráticas engendraron un hijo que ahora destruye lo bueno, sin corregir lo malo, y empeorándolo. El diagnóstico correcto ha derivado en pulsiones autoritarias que exacerban los males heredados.
Eso es cierto, y los datos duros en múltiples ámbitos -salud, educación, corrupción- lo comprueban. Pero los errores de AMLO no producen mágicamente un frente nacional anti-López Obrador, por algo que Rodrigo Castro Cornejo llama "la polarización afectiva": el temor y la aversión a los partidos tradicionales, al Establishment político, al ánimo anti-PRIANista.
Es una polarización enraizada en la narrativa presidencial, diseminada a diario desde la mañanera. "Ellos contra nosotros”.
Las élites contra el pueblo. Los que quieren defender sus privilegios contra los que quieren un proyecto alternativo de nación. Es una polarización que no deviene de la ideología, sino de la identidad. No es un clivaje de "derecha" versus "izquierda", sino de la vieja opción política versus la nueva transformación, la democracia "verdadera". El facsimilar versus la epopeya. El PRIAN versus la retórica exitosa del populista enardecido.
En una contienda de identidades, no importan los datos, ni la verdad, ni la razón, ni las preferencias programáticas, ni el discurso de la democracia en riesgo.
Y mientras tanto, la minoría moral sigue golpeando al votante AMLOísta con el tolete del "no podía saberse". Pero a cada macanazo, la oposición evidencia su incapacidad para comprender la acendrada aversión al PRI y al PAN.
Concibieron al monstruo, pero piensan que nació por generación espontánea.
*Publicado en Reforma, 15 de mayo de 2023