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Sin Retorno

Volver a empezar 25 de agosto de 2024

Luis Javier Valero Flores

Chihuahua, Chih.

El venezolano Hugo Chávez resultó más demócrata que López Obrador y el morenaje. Le propuso aprobar una nueva constitución y se convocó a una elección. 

Para aprobarla se necesitaba una mayoría calificada de dos terceras partes de los votos. No la alcanzó y, sin empacho alguno, Chávez anunció que no habría nueva constitución.

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López Obrador y Claudia no convocaron a cambiar a la  Constitución ni a construir un nuevo régimen político, no.

Con la previsible aprobación mayoritaria del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, a mediados de la semana, ratificando la decisión del INE de otorgarle al morenaje mayoría calificada en la Cámara de Diputados, se habrá concretado el verdadero golpe de Estado ‘blando’. Quien lo ejecuta es el presidente de la república.

Pretende con una chicanada, propinada con todo el peso del poder presidencial, asumir una mayoría de 2/3 de los diputados que el electorado no le otorgó a Morena-PT-PVEM en las urnas.

Vamos, ni siquiera a la candidata presidencial el electorado le entregó esa cantidad de votos.

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El bloque gubernamental obtuvo una mayoría aplastante en la elección presidencial del 61% y una contundente victoria para diputados del 54%, pero no en los márgenes necesarios para efectuar los cambios exigidos tercamente por López Obrador.

Hoy, el partido que llegó bajo las banderas de la izquierda mexicana, de una parte de ellas, la que le apostó durante los últimos 30 años a la lucha electoral para transformar al país, se ha convertido en un remedo del partido oficial del viejo régimen.

En aquel régimen, el presidente era el todopoderoso, sí, pero estaba sujeto contrapesos establecidos de manera implícita en las estructuras del viejo régimen, porque contaba con estructuras y organizaciones que si bien se sometían al presidente, le recordaban que tenía límites temporales y que una vez terminado su período terminaba, también, su vida política.

Hoy no hay tal, el presidente López Obrador le impuso a su candidata la agenda electoral y ahora, ya como Presidenta electa, le ha impuesto a un importante número de los integrantes del gabinete, la agenda presidencial de los primeros meses y hasta los rasgos centrales de lo que será un nuevo régimen.

Por supuesto no será el régimen anhelado por generaciones de activistas, luchadores, derechohumanistas, académicos, intelectuales y organizaciones de la sociedad civil que propugnaron por uno en el que el respeto a los derechos humanos fuera el eje central de la actuación gubernamental.

En aquellos lejanos años el presidente de la República era no solamente el jefe del Estado mexicano, sino también el jefe de gobierno, de las fuerzas armadas, del Partido y, además, responsable de la política electoral en México, a través de uno de sus subordinados, el Secretario de Gobernación.

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Lo que hoy entrega López Obrador es radicalmente distinto a lo soñado, incluso a lo prometido por él a lo largo de 18 años en busca de la presidencia.

Traicionó a los esfuerzos de una sociedad que en los últimos 40 años intentó, por diversos medios, acotar el poder presidencial, presionando para la creación de órganos electorales autónomos, obligando al régimen a aceptar como norma constitucional la transparencia  y el acceso a la información pública como un derecho de los ciudadanos; obligándolo a crear organismos autónomos con la capacidad para vigilar y sancionar en materias claves de la economía mexicana, en la generación de la energía eléctrica, en el otorgamiento de las concesiones en telecomunicaciones y en el encargado de sancionar las actividades económicas para evitar los monopolios.

Traicionó a una sociedad que impulsó, presionó y alcanzó la creación de un organismo encargado de vigilar y sancionar las violaciones a los derechos humanos de los mexicanos, cometidos por las autoridades de todo tipo, con la creación de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, organismo que apareció de manera simultánea con los organismos estatales de los derechos humanos y como consecuencia de la creación de diversas organizaciones no gubernamentales derechos humanistas en todo el país.

Todo lo anterior será parte del pasado pues, ya con la artificial y falsa mayoría calificada que le otorgó el INE en la Cámara de Diputados, aprobarán la extinción de siete órganos autónomos: la Comisión Federal de Competencia Económica (Cofece); los institutos Federal de Telecomunicaciones y Nacional de Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos Personales; el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), y las comisiones Reguladora de Energía (CRE), Nacional de Hidrocarburos (CNH) y Nacional para la Mejora Continua de la Educación (Mejoredu).

López Obrador heredará a Claudia Sheinbaum un Estado militarizado pues ha impuesto, como eslabón final de su gobierno, que la Guardia Nacional pase a la Secretaría de la Defensa Nacional, con lo cual se pondrá el último clavo al ataúd de la seguridad pública en manos de civiles.

No es de ahora, la militarización, creciente, de la seguridad pública tiene 50 años. El paso final lo dará el presidente López Obrador pues la militarizará al 100%.

Lo harán en la peor demostración del fracaso de los mílites en esta materia. Los mexicanos asesinados en el presente sexenio rebasarán los 220 mil; más una igualmente dolorosa cifra de desaparecidos, que rebasa los 50 mil en el presente sexenio, en el que, como nunca, las bandas del crimen organizado han rebajado al Estado mexicano, a grado tal que el episodio de la captura-entrega del Mayo Zambada es la principal evidencia de la inutilidad del actual gobierno en esta materia.

Es un escándalo. A pesar de contar con un vasto sistema de seguridad y de espionaje, el gobierno lopezobradorista no ha sido capaz de detectar cuál fue el mecanismo por el cual ‘secuestraron’ al Mayo Zambada -en la versión de este último- ni del lugar exacto del cual salió el avión.

Vamos, no saben nada. Y no lo sabrán.

¡Qué ridículo!

Además, con un sistema de salud pública en la más profunda de sus crisis, agravada por la pandemia, que los exhibió con toda crudeza.

Dejará el presidente López Obrador un régimen que es, a no dudarlo, neoliberal, a pesar de todos sus discursos. No sólo no afectó a los intereses más grandes propietarios en el país, sino que pactó  alianzas con la élite empresarial de México, los convirtió en sus asesores y en los principales beneficiarios de su política económica, de tal manera que las fortunas de los 10 hombres más ricos de México, crecieron mórbidamente en su sexenio.

López Obrador adelgazó al máximo al Estado mexicano, medida que es una de las más neoliberales de la economía; lanzó al mercado de las estancias a cientos de miles de infantes, hijos de trabajadoras a las que, en lugar de crear la red del Estado mexicano de las estancias infantiles.

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El López Obrador, candidato del 2006, 2012 y el 2018 desapareció.

Aquel que pregonaba que como resultado de su gobierno, nadie se sentiría obligado a emigrar, en busca de una mejor oportunidad de mejores condiciones de vida, se transformó en el presidente que elogió el crecimiento exponencial de las remesas de dólares que los paisanos enviaron en cifras sin precedentes a México, como si fuera un logro de su gobierno.

López Obrador no es un hombre de izquierda, su partido, Morena no fue capaz de impulsar la construcción de la hegemonía del pensamiento de izquierda, no de la hegemonía electorera de Morena, sino del pensamiento de izquierda.

En cambio, en el proceso electoral en el que el presidente violó más veces la ley electoral, durante meses sometió a los integrantes de los órganos electorales a una presión sin precedentes; amenazó con cambiar el marco legal que hacen posibles, viables, creíbles, ciertas y legítimas las elecciones, y luego, previendo que necesitarían ganar los litigios post-electorales que desembocarían en el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF), de la manera más tramposa posible no envió a la Cámara de Senadores, las propuestas de dos integrantes de este tribunal para que sustituyeran a quienes habían terminado su encargo y de esa manera asegurar que las decisiones le favorecieran.

Al mismo tiempo, impulsó la llegada de una mujer a la presidencia del INE -Claudia Taddei-, cuyos vínculos familiares, todos, están en Morena.

Luego, la secretaria de Gobernacion, María Luisa Alcalde, nos regresó al pasado, aquel de cuando el secretario de gobernación era al mismo tiempo, el encargado de la política interior del país, el responsable de los procesos electorales de su partido, el PRI, y, al mismo tiempo, el presidente del órgano electoral.

Las cifras de diputados alcanzados por Morena en el cómputo del INE son las mismas dadas a conocer por Alcalde desde el 3 de junio.

Al contrario de lo que sostiene Morena, los electores no le otorgaron a ese partido la autorización para efectuar la reforma judicial, ni efectuar cambios constitucionales. Obtuvo mayoría de votos, sí, pero en específico los electores no le otorgaron la facultad de efectuar cambios constitucionales.

La determinación de los organismos electorales será un tremendo paso, en la traición, a los principios democratizadores de la izquierda, o de una parte importante de la izquierda mexicana de los últimos 30 años, que le apostaron todo a la búsqueda de alcanzar un régimen democrático, lejos de los tufos autoritarios que emana el lopezobradorismo.

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Si hubiese que buscar una descripción del gobierno de la 4T, nada mejor -¡Quién lo fuera a decir!- que la certera y ácida descripción que hizo el sub comandante Marcos (EZLN) de él: «(López Obrador) tuvo el autoritarismo de Díaz Ordaz; el nacionalismo de cartón piedra de Luis Echeverría Álvarez, la demagogia corrupta de José López Portillo, la mediocridad administrativa de Miguel de la Madrid, la perversidad de Carlos Salinas de Gortari, la vocación criminal de Ernesto Zedillo, la ignorancia enciclopédica de Vicente Fox, el militarismo, la mecha corta de Felipe Calderón y la frívola superficialidad de Enrique Peña Nieto».

Ni modo, habrá que empezar de nuevo, a impulsar la creación de todos los contrapesos y figuras necesarias para acotar al presidencialismo de esta época, acaso más autoritario que el del pasado.

Columna de Plata-APCJ: 2008, 2015, 2017, 2022 y 2023

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Luis Javier Valero Flores

Director General de Aserto. Columnista de El Diario