Viejo diálogo en El Tenampa

Viejo diálogo en El Tenampa 20 de noviembre de 2023

Alfredo Espinosa

Chihuahua, Chih.

--¿Qué? –respondí, ya en El Tenampa, con un gruñido. Debió haber salido con fuego porque lo dije después de beberme de un sorbo del primer caballito de tequila reposado. 

--El amor no existe –repitió Salvador con una serenidad de monje tibetano, mientras yo sentía que el caballito galopaba, bronco y sin reposo, del esófago a la cabeza, y ahí se echaba a volar como un Pegaso salvaje de pronto liberado.

--No existirá, como dices, pero ah como apendeja –relinché para defenderme mientras chupaba un limón con sal. Hice un gesto de repugnancia: es el único gesto del rostro que mueve más músculos que la risa más desatorníllate. 

--Que lo vivas, lo goces y lo padezcas, no quiere decir que sea real –fue su turno, pero lo hizo al revés; primero chupó el zumo del limón y luego bebió el caballito tequilero. De un solo trago. 

--¿No? –respondí incrédulo y socarrón antes de que se le pudieran destrabar las mandíbulas.

--No. Tampoco existe el objeto del amor.

--Pues yo conozco una sujeta a la que le relinchan las nalgas de lo reales que son. 

--No existe.

--Shhh, no te vaya oír José Alfredo Jiménez y se baje de su pedestal de ahí afuera –yo aludía a la desangelada estatua desde donde El Rey, presidía la oscura noche del alma y alumbraba nuestro extravío en Garibaldi -- y te saque a patadas de su templo...

--Si ya está en su sano juicio, entenderá lo que digo –Salvador sirvió de la botella a los vasos, con precisión de cirujano, el agua loca que desordena los sentidos y pone luz  en la razón. 

Yo me llevé a la boca unos cacahuates salados.

--O sea, Marcela tampoco existe. ¿Estoy entendiendo bien?

--La Marcela que tú creaste no, no existe.

--Simples engaños coloridos, ¿no?

--Así es--. Salvador alcanzó, con mano rapiñosa, un puñado de cacahuates de la copa--. Porque, como dijo Lawrence Durrell que mucho sabía de los espejismos de los desiertos de Alejandría, “las causas del amor y de la locura son idénticas, sólo es cuestión de grado.” En otras palabras, Gerardo, la imaginación se robustece en la certeza de que no es cierto lo que los sentidos perciben. 

--Nada es cierto si no estás borracho o despechado.

--La verdad es una cosa que al intentar aprehenderla, se desvanece.

Así era Salvador, a veces disparaba frases que nunca se sabía si venían al caso o no, o si eran suyas o las plagiaba a alguno de sus autores. En eso entró el mariachi y a las primeras notas supuse que las convicciones de Salvador se marchitarían como un ramillete de espejismos. Me callé; ahí estaba el mariachi para desmentirlo, y si Salvador tuviera un poco más de vergüenza y algo menos de soberbia se sentiría ridiculizado. La verdad reside en el corazón. Sabes mejor que nadie que me fallaste... Guitarras, trompetas, voces desconsoladas, violines, despecho y tololoches, violas, dolor y tequila, ¿existen armas blancas más filosas que ésas? ...sabes a ciencia cierta que me engañaste, aunque nadie te amara igual que yooooo... Salvador no se inmutaba, desconocía que el amor era un arte letal. Para mí era evidente que la canción mexicana abrevaba de la pócima mágica del amor emponzoñado. Dile al que te pregunte que no te quise, dile que te engañaba, que fui lo peor... 

Pero el amor, caprichoso y esquivo, luchaba para no ser aprehendido en definiciones unívocas. Ahí residían sus potencialidades. Con sus nieblas y penumbras, el amor abría su abanico de matices infinitos donde convivían la ternura y el despecho, la pasión y la indiferencia, los celos y las reconciliaciones, la entrega plena y la separación accidentada, la agonía y el éxtasis. 

Échame a mí  la culpa de lo que pasa, cúbrete tú la espalda con mi dolor... Con sus dichas e infortunios el amor perturba y conmueve; provoca sueños y pesadillas, hiere y sana. De ahí que el repertorio de la canción sea, también, interminable, y allá en el otro mundo, en vez de infierno encuentres gloria, y una nube de tu memoria me borre a míííií...

--¿Qué te parece el aciago fulgor de la desdicha? –le pregunté con un nudo en la garganta y alzando las cejas para que se percatara el modo en que los feligreses de “El Tenampa” unían sus voces desentonadas y sentimientos maltrechos a la canción que el devoto mariachi nos infligía. Se escuchaban gritos, ajúas, falsetes, aullidos, llantos y lamentos, que resultaba ser la ruta llagada del amor y que sólo podía transitarse con abundantes tragos de tequila que entre el pecho y la espalda metía su lengua para lamer las heridas del corazón--. ¿Qué te parece el espectáculo del despecho?

Salvador se acercó a mi oído para destilar su hiel.

--Son románticos hasta el ridículo, cursis hasta el humor involuntario, dramáticos hasta el patetismo... 

--...sabios como el mejor de los filósofos –lo interrumpí de inmediato para nivelar sus intelectualizadas apreciaciones--, y líricos de altos vuelos como los poetas. Han logrado que la gente, tú incluido, aunque te resistas a aceptarlo, se identifique con sus sentimientos primitivos y sus canciones elementales.

--En el amor todo es metáfora; excepto las espinas 

La frase de Salvador medió nuestras posturas. Él creía que el amor era una ilusión; yo, un demonio, una jauría de puñales crispados. Pero aquí cantábamos, a una sola voz, todos los que en esa canción uníamos nuestro eslabón a la larga tradición del desengaño. Indudablemente, pensé, las canciones nos diseccionan el alma. 

Las canciones parecen respetar los secretos del amor y frecuentemente sólo lo alcanzan a comprender a través de sus agresores: la traición, el desengaño, la humillación, los celos, el despecho, los traumas de la separación, etcétera, porque casi todos desean a otro y rechazan a quien los ama.

--¡Bravo! –festejé aplaudiendo– hasta que un psicoanalista logra la sabiduría de un cantinero.

--La felicidad --dijo Salvador, cada vez más sabio y con tono solemne--, en el hipotético caso de que exista, no es un buen tema para facturar una canción intensa y perdurable. El amor desairado es el que produce las canciones más insanas y perdurables.

...y aunque no quieras pronunciar mi humilde nombre, de cualquier modo yo te seguiré queriendo...

Las aguas locas empezaban a desestructurar los moldes del pensamiento y a desinhibir los sentimientos que las armaduras mantenían reprimidas.

...que a tu cariño llegué demasiado tarde, no me desprecies, no es mi culpa, no seas mala...

--La eternidad de los amores es efímera, Salvador, pero es suficiente para que la vida se haga añicos en esos peñascos.

¿Que daño puedo hacerte con quererte...

--También lo sólido se desvanece, Gerardo.

--Pero nunca es tan real que cuando se derrumba sobre ti.

...no hay necesidad que me desprecies, tú ponte en mi lugar, a ver ¿qué harías?

--Entonces, Gerardo, estarás de acuerdo conmigo en que el amor es un mal sentimiento y que, la diferencia entre tú y yo tal vez sería, corazón, por supuesto, carece de piedad. Mira cómo moquean ésos, cómo se abren el pecho para exhibir el infortunio de sus almas; que yo en tu lugar, que yo en tu lugar, lo hacen como si cantaran al mundo los verdaderos sentimientos de la nación. 

sí, sí te amaríííaaaaa...

Fragmento de mi novela ¿Quieres?

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