Chihuahua, Chih.
Ah el amor: ¿lo has vivido? Su corazón en mi corazón, su rostro encarcelado en mi mirada, mi nombre dicho por sus labios, su ser que no logro asir con palabras y abrazos pero que ya siento mío, y sin embargo se escurre, se extravía en mí y conmigo y sin mí.
El amor es un sedante, un anestésico que mitiga los dolores de la vida. Esa persona se te clava entre ceja y ceja como un clavo ardiente y te acelera el corazón. Son amores que levantan los deseos y humedecen las guaridas más secretas.
¿Te acuerdas como empieza todo esto? Te habías fatigado, cada vez más te quejabas de la opaca y doméstica dicha conyugal, habías hecho un alto en el camino, escrutaste el horizonte y no percibiste peligro alguno; te olvidaste incluso que estabas en la jungla y te atreviste a abandonar tus armas de guerrero por un momento; te despojaste de la armadura que siempre te había protegido y comenzaste a sentir el aire limpio, la lluvia fresca, las caricias suaves, el agua de los arroyos cristalinos, la yema de sus dedos en tu piel, sus besos como si saborearas jugosas rebanadas de sandía, racimos de uvas… Quizá te emborrachaste un poco, te dormiste y soñaste con que la selva se podía organizar en dóciles jardines y huertos domésticos…
Luego, ya sabes, la besas.
Una y otra vez y otra, y una larga sesión de besos comienza.
En el lenguaje amoroso, sus letras más candentes se escriben con besos. Besos dulces, profundos, prolongados. “Dame mil besos –cantaba el poeta veronés Catulo- y después dame cien más,/ y otros mil más y después otros cien más,/ y muchos miles hasta que enredemos la suma/ y no sepamos cuántos besos nos damos/ ni tampoco los envidiosos lo sepan”.
Las lenguas pasean por los labios, se entrelazan, se deslizan; algo de amor escriben las lenguas sobre las lenguas, se extravían haciendo el vino y la miel de los amores delirantes.
Con besos se abren las fortalezas selladas, se derrumban los muros, se encienden los fuegos. Con besos así, dos se siente uno, respiran el mismo aire, beben agua del pozo de la otra boca.
Luego la muerdes un poco, resbalas las manos por su geografía y tocas sus cumbres y sus hondonadas, y su aliento se pone calientito cerca de tu oreja y sientes que se hunden sus uñas en tu espalda, la desnudas lenta o frenéticamente, y libre ya a tu escrutinio y contemplación, plagiando unos versos de Jaime Sabines le dices: “Te quiero porque tiene las partes de la mujer en el lugar preciso y estás completa. No te falta ni un pétalo, ni un olor, ni una sombra”.
Pero justo en el momento de descenso, cuando la tumbas sobre la sábana, se te olvida la poesía y con tonos arrabaleros, le dices ese piropo de albañil que tan buenos resultados te ha dado: “Mamacita, te estás cayendo de buena”.
Y ella se extiende sobre la sábana como un manjar exquisito, o como un cuerno de la abundancia que se derrama en frutos, y entonces tú comienzas por tomar una cereza, te empalagas con los dátiles, luego chupas un melón, muerdes un higo, y ya entrado en los deleites se te antoja una papaya, y a ella le sobreviene un repentino un repentino antojo de pepinos y duraznos y entonces la charla se anima y ella, abierta a tus deseos, te dice como la Sulamita al rey Salomón: “venga mi amado a su huerto y coma sus frutos deliciosos”, y ya juntos, unidos, dialogando ya, confundidas la carne que se yergue con la carne que se abre, se tocan, se magullan, se enchufan, se dan vueltas y prosiguen con este diálogo inmemorial entre los amantes:
«puedo tocar, dijo él/ qué tanto, dijo ella
bastante, dijo él/ porqué no, dijo ella/
vamos, dijo él / no muy lejos, dijo ella/
qué es muy lejos, dijo él / donde tú estás dijo ella/
puedo quedarme?, dijo él/ cómo?, dijo ella/
así, dijo él / si me besas, dijo ella/
puedo moverme, dijo él/ es amor?, dijo ella/
si tú lo quieres, dijo él/ (pero me matas, dijo ella/
pero es la vida, dijo él/ pero tu esposa, dijo ella/
anda, dijo él) / ay, dijo ella/
(qué rico, dijo él / no pares, dijo ella/
Oh no, dijo él)/ despacio dijo ella/
Vvvienes?, dijo él/ uuuum, dijo ella/
Eres divina!, dijo él/ (eres mío) dijo ella.»
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Foto: «Parejas«, Pintura del autor