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Universitarios 7 de marzo de 2019

Francisco Flores Legarda

Chihuahua, Chih.

En este escrito pretendo compartirte compañero lo que he descubierto en la carrera de derecho, un nuevo estilo de vida, una gran responsabilidad, ante la violencia que nos tiene sometidos. Los carteles se están introduciendo en nuestra Máxima de Estudios.

En nuestras aulas hemos todos aprendido el significado teórico de la palabra derecho; y me atrevo a afirmar que la gran mayoría escucharon ese discurso de García Máynez, pregonado por sus respectivos profesores que dice:

"Derecho es el conjunto de normas imperativo-atributivas, que en un lugar y una época determinadas, el poder público considera como obligatorias".

Pero, ¿para nosotros qué significa esto?. Aisladas parecen solo un montón de palabras, pero el derecho es algo que se ha convertido en una parte fundamental de nuestras vidas, o mejor dicho, apenas nos hemos dado cuenta de que siempre lo ha sido.

Mi primer día de clases en la Facultad de Derecho, ni siquiera estaba totalmente convencido de haber tomado la decisión vocacional acertada, percepción que cambió en la primera cátedra que recibí en toda mi carrera; al escuchar a todos mis compañeros, uno por uno, explicar el por qué estudiaban la abogacía. El propósito era integral, los mismos principios parecían regir el aula: la justicia, la necesidad de ayudar al prójimo, el recomponer a nuestra sociedad; todos de diferentes maneras, pero con el bien común siempre como premisa. Cuestión que me conmovió, que realzó mi espíritu idealista y me motivó para hacer el mayor de los esfuerzos en lo que llevó de mis estudios.

Lamentablemente, me he dado cuenta que algunos de aquellos que hablaron de ese discurso tan hermoso de la búsqueda de la justicia al parecer lo olvidaron, posiblemente lo dejaron por otros intereses, o simplemente desde un inicio hablaron con un discurso espurio. El percatarme de lo anterior, en lugar de apagar mis ánimos, logró impulsar mi ímpetu de aprender y tratar de educar con el ejemplo, impulsar el estudio y una mejor academia para el gremio jurídico.

Todos los estudiantes de derecho, nos estamos convirtiendo en hermeneutas jurídicos por excelencia, posiblemente algunos de ellos serán los encargados de crear la ley, otros de juzgar y el resto de ejercer la profesión como defensores propiamente dicho; pero todos deberán hacerlo procurando en todo momento la justicia y siguiendo los principios del Estado de Derecho.

Las habilidades de las que, en nuestra academia nos hacemos poseedores, nos presentan un equívoco, nos volvemos elementos esenciales para la sociedad, pero de manera sincrónica nos encontramos como potenciales transgresores de la ley o coadyuvantes de estos. La ley está a nuestra disposición cuando sabemos interpretarla como es debido, pero hagamos buen uso de esa habilidad, si es que acaso llegamos a obtenerla.

 

No seamos de aquellos que sólo buscan lagunas para transgredir la ley, y menos de aquellos que imponen sus intereses sobre la justicia.

Nuestra formación actual es crítica, aunada a lo que hemos aprendido en los estudios básicos y en la familia, es la columna vertebral de nuestra persona, es lo que compone la esencia de nosotros como individuos, y es nuestro deber, que como individuos y como buenos abogados intentemos alcanzar la sociedad, que siempre se ha quedado limitada a nuestra imaginación. Seamos los mejores abogados que podamos ser.

Lo que anteriormente les menciono nace a raíz de una discusión con un amigo, esta comenzó pues el comentaba que a su criterio un buen abogado era aquel que ganaba mucho dinero, sin importar el cómo lo hiciera; cosa que yo ávidamente refuté diciendo que los buenos abogados eran aquellos con pleno conocimiento del derecho, y que además de esto saben interpretarlo y aplicarlo de acuerdo al sentimiento de justicia.

No concluimos la discusión, pero permanecí inquieto y reflexivo sobre el tema; me preguntaba a mí mismo si la gratificación de lograr lo justo y de ayudar había dejado de ser suficiente.  El dinero no digo sea malo, pero sigo difiriendo con mi amigo. Esas retribuciones son merecidas al conocimiento de los abogados, pero son estos los que deben hacerse merecedores de ellas, demostrando no solo su conocimiento, sino que también su ética profesional, honestidad y honorabilidad.

Esta profesión es por naturaleza de las más nobles y dignas de respeto que hay, pero algunos de sus integrantes se han encargado de manchar su reputación y acabar parcialmente con su credibilidad. Me muestro molesto por la falta de moral de algunos de los que son nuestros futuros colegas y actuales litigantes; puedo denominar como un insulto, la prostitución que han hecho de nuestra vocación, hacia nosotros, discípulos de la materia. Fenómeno que han afrontado muchos, no sólo aceptándolo, también solapándolo e integrándose al despliegue de esta costumbre tan vil y penosa, en lugar de hacerle frente y luchar en contra de ella como deberíamos.

Los invito a todos a no olvidar los principios con los que comenzamos nuestros estudios, que nuestra formación, procuremos, sea basada en ellos. Debemos de pelear por la sociedad que queremos, defenderla de los vicios en los que ha caído a causa de nuestra falta de conciencia, recolectar los jirones de lo que resta del antaño, de la lucha por la igualdad, seguridad jurídica y un mejor mundo. Tengamos siempre en cuenta el compromiso que hicimos al elegir esta como nuestra profesión.

Que las capacidades que adquiramos se conviertan en espada y escudo para nosotros y para los demás.

¡Para nosotros la justicia es primero!

Salud y larga vida y luchar para vivir.

Francisco Flores Legarda

Abogado y analista. Profesor por Oposición de la Facultad de Derecho de la UACH. Profesor F.