Un nuevo régimen

Un nuevo régimen 15 de junio de 2024

Mariela Castro Flores

Chihuahua, Chih.

Apenas a un par de semanas de la jornada electoral, la resaca parece no cesar e incluso, se ha recrudecido en los juicios sociales que parecieran tener como objetivo, cargar de culpas a quién voto por la forma en que lo hizo. Lejos están las consideraciones de lo que es la democracia.

Este término tan llevado y traído y tan poco explorado y comprendido no solo es un proceso electoral que tiene a una institución especializada para su regulación, coordinación y promoción y una cosa fundamental más: dar certeza y certidumbre con sus fallos y resultados. 

La nuestra, la democracia mexicana, hace tiempo que cuenta con un carácter más participativo que representativo, lo que lleva a reflexionar la respuesta de negar los resultados, aunque obvios y peor aún, la descalificación por lo que se tradujo derivado de la voz popular.

Dichos resultados ponen evidencia no solo un sistema político-social fallido, no fueron únicamente las elecciones, la falta de formación de cuadros, de propuesta, de proyecto, de personajes que se niegan a desistir de sus privilegios derivados de pertenecer a la supuesta “clase política” y que en el intento, pierden toda dignidad, decoro y ética para brincar de un partido a otro y si fueron en coalición, una vez en la asignación de posiciones en los congresos, dependiendo de los resultados determinan a cuál bancada parlamentaria o edilicia desean pertenecer o representar.

México en su diversidad pareció decantarse en su fragmentación, por dos posturas claras: votar por miedo para mantener privilegios o darle continuidad al proyecto de nación que representa la 4T; en cualquiera de los dos casos, el presente reacomodo del poder resultó tan emblemático que difícilmente se veía algo similar desde la época postrevolucionaria, quizá porque las luchas armadas ya no son viables en estos tiempos, la construcción de una nueva hegemonía invirtió el orden para darle el pueblo en su conjunto posibilidades reales de participar siendo sujetos activos que forman parte del gobierno que consideran, les toma en cuenta.

Tiempo atrás la oposición dejó de serlo en aras de convertirse en elemento útil para coaliciones electorales, en vez de pensarse en una identidad que permitiera que su sello de marca colaborara a construir gobiernos de coalición, en los que los partidos verdes si defendieran las causas ambientales o si son del trabajo, los derechos laborales gestionando las relaciones obrero-patronales. 

Las personas que votan saben que eso no sucede y es tan solo un ejemplo de que el voto es una vía aún viable para demostrar descontento y tratar de motivar cambios al régimen, en el que entre partidos, diversas élites, políticos y cúpulas empresariales, ven a las personas solo numéricamente como potenciales votantes.

De ahí la desconexión con la realidad.  ¿Cuántos políticos o candidatos usan en realidad el transporte público? Aunque sea ocasionalmente como para saber de sus falencias, escuchar lo que platica la gente, entender cuáles son sus intereses, cuánto dura un trayecto de la colonia popular a los centros de trabajo, cuánto se va de su salario en eso y la forma en que gestionan su cotidiano vivir. 

Escuchar sería entender por qué a la gente no le interesa en realidad cómo se eligen los ministros de la Corte o cómo se consiguen sus medicamentos cuando va a consulta.

De lo que si se tiene conciencia es de la abismal brecha que existe entre quienes se consideran clase media con el resto de la sociedad, mientras oligarcas y clase política no metían las manos y solo fomentaban mentiras, tantas, que en el anterior proceso electoral se perdió el decoro al enunciarse “aspiracionistas” como tal descaro que las fronteras del respeto básico de una convivencia social mínima se difuminaron habilitando el insulto alimentado por la mentira, cuando lo único cierto es que ni llegamos al comunismo y en todos estos años, no nos hemos convertido en esa distorsionada idea que se tiene de Venezuela.

La democracia participativa incluye entre sus posibilidades la de favorecer las bases de la estabilidad política, sucesos como los que se están viviendo actualmente en Argentina pueden ser buen ejemplo del riesgo que se corre si no se escucha al pueblo, si no se tiene un gobierno que en su ejercicio, hace sentir al pueblo parte del mismo.

El imperativo de la gobernabilidad es necesario para vivir en democracia. 

Esa es solo una de las tantas cuestiones a reflexionar.

¿Qué sería de nuestro país si el pueblo llegara al hartazgo y dejara de considerar a la electoral como una vía viable de transformación? 

Tanto la consideró, que tenemos un gobierno de continuidad y no de transición, aunque el régimen ya cambió.

Son evidentes los motivos de por qué.

@marielousalomé

Mariela Castro Flores

Politóloga y analista política especialistas en género y derechos humanos.