Chihuahua, Chih.
La eternidad de los amores es efímera. Y aunque es breve la vida, y frágil, es suficiente para hacerse añicos en ese peñasco llamado amor.
La mayor felicidad es cuando dos se funden en uno; y el peor infierno es cuando dos juran ser uno pero resultan, por lo menos, tres.
Nadie, pero mucho menos el hombre, puede ser respetuoso del amor constante. Las estadísticas sobre fidelidad lo demuestran. Desde épocas inmemorables los cuernos han animado las faenas del amor, y más en esos tiempos en que se le vulgariza como a un asunto de consumo popular y desechable. Pocas personas se unen a sus grandes amores, al amor de sus vidas. Los amores locos son breves, intensos, y rompen el corazón y se recuerdan siempre.
Las heridas que causan son curadas por otros, más serenos y sensatos, y estos son quienes se quedan con las personas amadas.
Comienzan consolando, curando heridas, consolidando fracturas, encubriendo los tatuajes todavía ardorosos, sobreponiendo sus historias modestas a La Gran Historia que nos rompió el corazón. Al final, la sensatez logra derrotar a aquella locura, aquel sin sentido que perdurará toda la vida.
Tienes que decidirte entre la aventura y la tierra firme, los desgarros emocionales o la serenidad doméstica. Llega el día en que el amor te pone los platos sobre la mesa: ¿qué prefieres, un platillo de segunda mesa de algo que se te antoja mucho o ser el plato principal de alguien que ya no disfrutas?
He ahí el dilema. Y tienes que resolverlo pronto porque ya no puede seguir viviendo en la clandestinidad; las cosas están funcionado mal; te estás enredando con tus propias mentiras.
El hombre es un animal de costumbres y empieza a modificar sus hábitos: le rinde menos el salario, llega más tarde, pone más pretextos, el auto se descompone con mayor frecuencia, los amigos tienen más problemas, las abuelitas se mueren más seguido, las mujeres salen al mandado incluso cuando no es día de verduras, exigen igualdades, libertad, laboran horas extras, se van de viaje más seguido, se vuelven más amigueras, más activas, van a entierros y bautizos, prolongan las visitas con las comadres, el mudo habla cada vez más frecuentemente, venden cosméticos, joyería y tupper ware y cualquier pretexto sirve.
Pero llegan a casa con olores de cerveza y perfumes distintos; los deseos disminuyen y sin alusión personal alguna se toca constantemente en casa “el venao, el venao”; la mujer, mientras lava los trastos, comete una traición del inconsciente subiéndole al radio y cantando: “por qué será que los amores prohibidos...”.
El amor pone al descubierto tus puntos flacos. ¿Quieres conocerte de veras? Espera ser traicionado por la persona amada y entonces conocerás al demonio que te habita.
Es tarde y apenas te diste cuenta: no hay actos inocentes; hay perfidia y maquinación en los que aman. Hay púas y metáforas, juramentos e intrigas, cálculos, estrategias y canciones dolorosas.
Llegó tu hora: decídete, ¿sigues en el juego o te retiras?
Entre las zarpas del amor
Amor, ¡qué palabra! Poquitas letras pero todas cargadas de ponzoña y maldición. Por todos lados tiene filos acerados, hiere si deseas asirla. Solo se le entiende si lo has vivido.
No te atrevas a invocarla si no quieres enfrentarte a sus demonios. Toda su turbulencia, sin embargo, se domeña si la persona que amas se dirige a ti con esa palabra. Pero si esa palabra nadie la pronuncia para ti y la voz que amas la dice al oído de otro, entenderás lo que es el infierno.
Le muestras el corazón desgarrado a la persona que amas, le imploras que vuelva a ti, pero ella te reclama que ya ha sido muy aporreada, que necesita aprender a respirar de otra manera, que se hunde y que en el naufragio toma lo que esté cerca de ella.
Y tú sufres como perro. ¿Has sentido el dolor del amor?
Quienes sostienen que el amor es un asunto de impulsos nerviosos, neurotransmisores, endorfinas y ferormonas, están equivocados. El amor es un asunto del corazón, y ahí duele. Y duele cuando lo que amas, aquello de quien depende tu felicidad, no es tuyo o ha dejado de serlo.
Una daga, a mansalva, con un solo golpe seco, se hunde en tu pecho. ¿La hundes tú mismo, la mano que amas o un tercero que se entromete? Sientes el metal, de pronto, en la intimidad de tu corazón porque descubres una deslealtad, porque desbocaste tus celos una noche de insomnio, porque te invade la incertidumbre, porque algo terrible que te dice la persona amada te hiere brutalmente, porque las circunstancias apremian a la ruptura, porque no puede ser lo que ya ha sido...
El pecho se te oprime, te duele hasta el aliento. El estómago se hace nudo, se cierra la garganta. Alguien te sofoca, te ahorca. No duermes, no comes, hay un desasosiego permanente. Te persiguen las sombras. Estás tan débil que un resfriado te puede matar, o una canción; no toleras los noticiarios ni los periódicos, te duelen los poemas, lloras cuando una pareja se besa en la calle o maúlla un gato hambriento.
La luna es una hostia del demonio. No te concentras, trabajas, necesitas un trago y pides un cuchillo. Cada instante dices su nombre y es un clavo ardiendo en tu frente; la sueñas, la sudas, la vomitas. Sales a la calle y crees que se te aparecerá a cada momento. La imaginas, ah, la imaginas como cuando era tuya, y te arrepientes por los sinsabores que le hiciste pasar y te enfureces por la manera tan estúpida de perderla.
Pero ya es muy tarde. Llega el momento en que la persona amada se convierte en un instrumento de tortura letal. Oh, ella, que ha sido para ti el nombre mágico de la dicha.
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