Chihuahua, Chih.
Por espacio del pasado fin de semana, fue tendencia (trending topic) en redes sociales y en los medios de información, la nota de que el Presidente Andrés Manuel López Obrador había sido ingresado en el Hospital Militar, con el fin de realizarle un cateterismo.
Aunque la información proporcionada la víspera, sugería que era una intervención de corte ambulatorio y de bajo riesgo, el hecho de que el propio López Obrador hablara de la factibilidad de realizar un testamento político con el objetivo implícito de “no perder el rumbo de la 4T y estar preparados para eventualidades”, hace que se levanten suspicacias en más de un sentido.
Aunque la nota del testamento le ha granjeado al Presidente comentarios de todo tipo (tanto positivos como negativos), conviene comenzar analizando el caso de su salud, antes de abordar el caso de su legado político, hecho que, como lo han señalado diversos analistas, se antoja complejo y difícil de predecir.
En primer lugar, concuerdo con lo esgrimido por Raymundo Riva Palacio alguna vez sobre el referido tema: Por tratarse de un asunto de interés nacional, considero que la salud del Presidente es un hecho que merece abordarse con sumo cuidado.
Sin embargo, creo que, alrededor de este tópico siguen revoloteando clichés y viejas creencias, mismas que no terminan de ser desaprendidas.
Mientras, en el vecino país del Norte, se llegó a informar puntualmente la evolución del ex Presidente Donald Trump cuando contrajo coronavirus y hubo de ser internado; o, mientras, el actual ocupante del despacho Oval, Joe Biden, fue operado y firmó una responsiva donde le confería a la actual Vicepresidenta de los Estados Unidos, Kamala Harris, el mando de la nación durante el tiempo que tuviera lugar la intervención (ante cualquier eventualidad); el caso de las enfermedades y las dolencias que a lo largo de estos tres años ha padecido el Presidente López Obrador han merecido cuasi el status de secretos de estado.
No es broma.
El año pasado, cuando contrajo COVID-19 por primera ocasión, la información proporcionada por los altos mandos de la Secretaría de Salud fluyó a cuentagotas y con algunos puntos ciegos; al grado de que nos enterábamos mejor de la evolución del primer mandatario “por su ronco pecho” –es decir, por videos y testimonios el Presidente López Obrador filmaba y subía a las redes- en lugar de por los reportes de salubridad, los cuales parecieron más conferencias de prensa someras, que reportes médicos puntuales ¡Ni qué decir de lo ocurrido este año, pues los reportes sanitarios fueron menos emblemáticos, y lo que resaltó, más aun, fue el propio testimonio presidencial! ¡Inaudito!
Quizás esta actitud descansa en el hecho de que, durante mucho tiempo, se creyó que los gobernantes eran todopoderosos e invencibles; con especial énfasis en el México postrevolucionario (1929-2000) de cuya “presidencia fortificada”, López Obrador pareciera haber abrevado y recibido inspiración.
En este tenor, es sabido que el finado ex Presidente de los Estados Unidos, Franklin Delano Roosevelt, padecía dolencias que eventualmente lo llevaron a fallecer en el ejercicio; caso semejante al de John F. Kennedy, quien padecía fuertes lesiones que lo llevaban a tener que medicarse de manera recurrente.
Ni qué decir del ex canciller alemán Willy Brandt, quien, se afirma, padeció depresión al calor de su mandato (inmerso en la Guerra Fría y en las pugnas globales de la izquierda); al tiempo que López Mateos ocultó sus aneurismas hasta el final de su mandato (se supo de la precariedad de su salud cuando, tras padecer una larga agonía, falleció prematuramente).
Bajo esta tesitura, considero que aquella idea del gobernante como un “ser humano invencible” debe ser remontada, pues el funcionario es un servidor público y no un elegido tocado por el creador para gobernar una comarca determinada.
En este sentido, creo que se le debe dar relevancia a la salud del Presidente López Obrador; mas aun, en una república presidencialista como la nuestra, donde el ejecutivo es la cabeza de toda la organización interna, y la falta del mismo puede ocasionar un caos en el organigrama.
Empero, quizás ello entrañaría que el propio Presidente fuese más organizado en este aspecto, pues, si bien él está consciente de los padecimientos que lo aquejan (públicamente ha planteado que es hipertenso y, además, padeció un infarto hace una década), considero que, en ocasiones, no es tan cuidadoso como debería.
Refiero a esto porque, a pesar de su condición (sexagenario con comorbilidades) le resta importancia al cubrebocas y ha seguido haciendo giras por toda la república de manera intermitente. De tal suerte que, ver su estatus sanitario como algo primordial, quizás implicaría que se le diese un seguimiento exhaustivo al mismo, además de que él fuese más cuidadoso con su desempeño; hecho que, conociendo su estilo personal de gobernar y su obstinación, probablemente resulte difícil a estas alturas del sexenio.
A pesar de lo anterior, considero que debe haber certidumbre.
Es obligación de la Vocería de la Presidencia dar todos los pormenores de estos delicados asuntos cuando sucedan; y no dejar a la nación en vilo, pues ello se presta para la especulación.
Esta parte lo engarzaría con lo del multicitado testamento: es posible que en dichos momentos de dificultad, el Presidente haya reflexionado con creces acerca de la relevancia de dejar un legado en la Historia Nacional.
No obstante, concuerdo con las voces que sugieren que ello se construye a posteriori y no en el momento. De tal suerte que, si en algún momento él llegara a faltar, suena complejo predecir si los preceptos de la 4T seguirán o se esfumarán con el viento. La política no es una bola de cristal.
Pero considero que es meritorio que deje sus ideas por escrito, pues es una buena manera de que prevalezcan y no se esfumen en el vacío, como la palabra hablada.
Ora que, si estableció un testamento a manera de transferencia ideológica, podría concordar diciendo que ello se antoja imposible. En primer lugar, nuestro país no es una monarquía: si el Ejecutivo Nacional llega a faltar, el Congreso designará a quien lo suceda. Aunado a ello, es imposible saber si esa persona seguirá a rajatabla el ideario obradorista.
Basándonos en la historia, dicho planteamiento es una moneda al aire.
Mientras Maduro ha continuado las bases del chavismo cual cartabón; Ramiz-Alia (segundo hombre fuerte de Albania en los tiempos de Enver Hodja) dijo, de manera póstuma que “Albania siempre sería roja” y terminó avalando una transición a la democracia y a la modernidad; mientras Lenín Moreno fue el brazo derecho de Rafael Correa, para luego dar un giro de 180 grados en política interna y externa.
En fin, en política nada está escrito.
Y en cuestiones nacionales, menos, pues lo que ha caracterizado al quehacer político nacional, ha sido su afán pendular: ¿el eventual sucesor de AMLO, preconizará la templanza o el izquierdismo externo? No lo sabemos. Ése es el mensaje. Pero resulta interesante soñar desde el presente.