Chihuahua, Chih.
“Al que no le gusta la política corre el riesgo de pasar su vida entera siendo mandado por aquel al que le gusta”: Luiz Inácio Lula da Silva
El día de ayer se conjuró una proeza. El ex presidente brasileño de izquierdas, Luis Inacio “Lula” da Silva, pasó a segunda vuelta –junto al incumbente, Jair Bolsonaro-, perfilándose para probablemente resultar vencedor en la última fase de la campaña, la cual concluirá a finales de octubre.
Quien esto escribe piensa que Lula podría resultar victorioso debido a una cuestión: Lula es un personaje que ha labrado su carrera en la resistencia.
Esto porque, antes de ganar la Presidencia de Brasil por primera vez, en el año 2002, tuvo tres intentos fallidos por lograrlo: en 1990, 1994 y 1998; estando cerca de lograrlo, por primera vez, en 1990.
Pero la narrativa del stablishment, azuzando al electorado brasileño con la manida “amenaza del comunismo”, surtió efecto; y Lula terminó perdiendo frente a un Collor de Melo que, no obstante sus pretendidos afanes mediáticos (llegó a ser denominado “el Indiana Jones de América Latina”), resultó ser el alfil de una maquinaria corrupta, lo cual terminó deponiéndolo del poder, años después.
Luego, en la década de 1990, Lula parecía haber perdido el punch de antaño. Enfrentarse a un intelectual neoliberal, como lo es Cardoso, no fue fácil; y le propinó dos derrotas al hilo.
Eran los tiempos del consabido “Fin de la Historia” de Fukuyama; y Cardoso parecía ser un predicante más fiel de dicho credo, que el buen Lula, quien, en su primera versión –luego fue madurando sus ideas- se oponía a la globalización, y al relato neoliberal tan en boga luego de la desaparición de la Unión Soviética y la Caída del Muro de Berlín ¡Ni siquiera la efímera alianza con Brizola (otro connotado izquierdista brasileño, de la generación anterior a la de Lula), lo salvó de una enésima derrota!
Pero, posteriormente, los astros parecieron alinearse a su favor. Si en la década de 1990, cuestionar al modelo neoliberal y a la globalización, parecía una apostasía hacia la modernidad y el progreso; en los albores del año 2000, se abrían resquicios para un mundo diferente.
Con todos sus defectos, Chávez fustigó al establishment venezolano, y, a partir de 1999, comenzó a construir un nuevo paradigma. Este hecho sirvió como bocanada de aire fresco para las izquierdas latinoamericanas, pues, si para la década de 1990, Cuba lucía agónica con las duras vivencias del “período especial”; la llegada de Chávez revitalizó el liderazgo del Comandante Castro, al tiempo que nuevos metarrelatos se fortalecían.
Ahí fue cuando Lula tuvo su oportunidad. Y es que, aunque Cardoso hizo razonablemente bien las cosas (a contrapelo de algunos de sus sucesores, no se le acusó de corrupción o negocios turbios), la agenda neoliberal tiene la veleidad de otorgar certezas; pero, en ocasiones, no obtiene el reconocimiento popular.
Y, en efecto, Cardoso había estabilizado el desastroso estado de la cosas que padeció el Brasil de la década de 1980, con inflaciones desbocadas y una deuda externa impagable. Pero la pobreza seguía siendo una asignatura pendiente. Fue ahí donde Lula supo hacerse escuchar, pues gran parte del pueblo brasileño seguía viviendo en condiciones duras; y el racismo y el clasismo seguían campeando en plena era de la posmodernidad.
Sin duda, Lula tuvo importantes avances en sus ocho años de gestión (2003-2011); sociales y económicos. Su gestión sacó a muchos brasileños de la pobreza y, el crecimiento económico llevó a Brasil a constituirse como la sexta economía mundial durante su período. Terminó su gobierno con una altísima popularidad; y pudo dar continuidad a sus ideas, pues quien había sido su Ministra de la Presidencia y su compañera de lucha, Dilma Rousseff, se tornó en su heredera política, una vez que Lula hubo entregado la estafeta de su relevante administración.
No obstante, también hubo sombras: aunque en su gobierno hubo un importante combate a la corrupción, algunos de sus cercanos salieron salpicados, destacando el caso de José Dirceu (histórico de la izquierda brasileña) y, tiempo después, la propia Dilma Rousseff fue víctima del lawfare; pues la defenestraron achacándole peculado, pero nunca pudieron probar sus acusaciones.
Cabe destacar, el propio Lula fue víctima de esta persecución.
Bolsonaro, por medio de su entonces escudero, Sergio Moro, lo envió a la cárcel por “pretensiones”, pero nunca se pudo comprobar su culpabilidad de manera fehaciente.
Hoy, el liderazgo de Bolsonaro está abollado; y el de Lula, cual ave fénix, ha resurgido de las cenizas. Si Bolsonaro pretendió hacer de Lula un trofeo de guerra y vindicar su cuestionable mandato a través de la “corrupción socialista” (sic), Lula demostró con creces la falencia de ese argumento.
Hoy, pelean cara a cara por el triunfo final. Pienso que Lula podría volver a vencer, pues, en el pasado reciente, ya lo hizo en un par de ocasiones; y, si en 2018 no hubiera estado en prisión, habría vencido en una eventual disputa, habría resultado vencedor en la contienda (Haddad no tuvo el carisma de Lula, indudablemente).
Puedo pensar que Lula tiene varios puntos a su favor: a pesar de que la reacción (a contrapelo de lo sucedido en México, en Brasil sí existe una ultraderecha visible) se ha aglutinado en torno a Bolsonaro en varias facciones; el grueso de la izquierda brasileña ha hecho lo propio, tras la icónica figura de Lula.
La excepción es Ciro Gómez, quien, con sus escasos puntos, se espera que decline a su favor en segunda vuelta (lo cual podría ser; ya ocurrió así en 2018).
De manera semejante, Simone Tebet, candidata de la vieja partidocracia tradicional (MDB/PSDB) podría coadvuyar con sus cuatro puntos recaudados. Pienso esto porque, en política no hay imposibles: hasta la década pasada, tanto Lula, como Cardoso fueron rivales políticos, y se encontraban en las antípodas del poder: uno, en la narrativa neoliberal; otro, en el liderazgo izquierdista.
Sin embargo, la desastrosa gestión de Bolsonaro los unió, y, recientemente, se encontraron en Brasil y reconocieron mutuamente sus liderazgos. Por tal motivo, creo que Tebet podría endosar la candidatura lulista, así fuese críticamente. Y si en el pasado, Lula pudo contra ellos ¿Qué no podría hacer ahora, si le brindan su apoyo?
Finalmente, una preocupación que hay que considerar severamente. De acuerdo al periodista Luis Cárdenas, la polarización ha llegado en Brasil a extremos indeseables, manifestándose en actos de violencia y fake news en intenet.
Creo que no debemos permitir eso bajo ninguna circunstancia.
La democracia surgió, precisamente, buscando conciliar en los parlamentos las diversas ideologías y formas de pensar. No debemos tolerar la intolerancia. Pero esto va a ser la parte compleja de una historia que apenas comienza: a diferencia de Cardoso, que es un intelectual neoliberal y aceptó las reglas de la democracia; Bolsonaro pinta más para ser un practicante de la democracia iliberal, que un gobernante civilizado.
Lo ha demostrado con creces. Lula deberá recorrer el sendero con pies de plomo. Bolsonaro y sus seguidores no le van a facilitar la vida; sino todo lo contrario.
Y la cuestión se complica cuando vemos que diversos cuadros bolsonaristas estarán apersonados en el Congreso del Brasil ¿Podrá Lula coexistir con estos personeros?
Considero que sí; pero no será una empresa sencilla. Aunque, alguien curtido en las lides de la lucha y de la administración pública, como él, podrá hacerlo.
Ojalá logre refrendar su victoria en la segunda vuelta. Nuestros mejores deseos para el viejo líder sindical carioca.