Chihuahua, Chih.
La presentación del Segundo Informe de Gobierno del Presidente López Obrador, me produjo reacciones encontradas. Por un lado, observé novedades que me parecieron bastante interesantes, mismas que, a lo largo del presente texto, haré alusión. Pero, por otro lado, sentí que hubo la reproducción de una misma retórica que ha imperado, prácticamente, desde la toma de posesión. A continuación, delinearé mi percepción acerca de la alocución presidencial.
A contrapelo de los mensajes que dio en los pasados meses, cuando se le vio solo en Palacio Nacional, brindando una disertación ordenada a un público situado del otro lado del televisor o del computador, al día de hoy se volvió, un poco, a la tradición de antaño, aunque tomando las medidas necesarias.
Sin emular a Donald Trump (quien, hace una semana, prácticamente celebró un acto electoral en la Casa Blanca, con un patio pletórico y saturado hasta la saciedad), el Presidente destacó la sobriedad y los cuidados.
Setenta asistentes arribaron al Patio Mariano de Palacio Nacional, y estuvieron estratégicamente distribuidos, con el fin de que se configurara, en el lugar, la consabida sana distancia. Algunos con cubrebocas, otros no; pero el mensaje era la precaución ante la celebración de un acto solemne que no podía ser postergado.
Lo demás, se pareció bastante a los informes precedentes: el templete con el distintivo numérico del Informe y, aunque en esta ocasión -por obvias razones- sólo el Presidente estaba al frente, en el podio, brindando su alocución, la distribución y los simbolismos eran semejantes, si no es que idénticos; la repetición de una fórmula que, hasta ahora, puede decirse que ha funcionado en el ámbito de lo discursivo y lo comunicacional.
Sin embargo, considero que en el informe destacó la sobriedad y la sensatez. A contrapelo de sus primeros discursos (ya como mandatario), donde imperaba el toque carismático, muy ligado al tono campañesco -mismo que, valga aclarar, en ocasiones sale a relucir en las giras que cotidianamente realiza-, en esta ocasión, AMLO destacó por implementar un tono modulado, mismo que le otorgaba elocuencia y convicción, conforme el discurso iba avanzando.
Cabe destacar, la modulación no tuvo muchas variaciones, sino que, a contrapelo de lo que el Presidente nos tiene acostumbrados, se vio un poco monocorde, aunque sin imitar el acartonamiento que sus predecesores en el cargo caracterizaron por inmortalizar.
Entre los aspectos relevantes que visualicé en la corta alocución (duró 45 minutos), enumero las referencias culturales y las del Medio Ambiente.
Debo confesar, me pareció brillante que, en este breve lapso, haya hecho referencia de dos grandes de la cultura universal y nacional, como lo fueron Adam Smith y el poeta tabasqueño, Carlos Pellicer. En el mismo tenor, describiría la edición de una serie de libros clásicos que, a criterio del Presidente, se harán en una extraña -pero singular- simbiosis entre el Fondo de Cultura Económica y el INDEP (el surrealista Instituto para devolverle al Pueblo lo Robado), lo cual, considero, es plausible, pues el fomento a la cultura debe ser una agenda prioritaria en cualquier gobierno, máxime si se jacta de ser de izquierda.
En el mismo tenor, visualizo las referencias a la cuestión ecológica. Aunque volvió a resaltar aspectos que ya había delineado en el pasado (la prohibición del fracking, del maíz transgénico y de las concesiones de agua y minas), me parece perfecto que el primer mandatario tome una postura enérgica en un área que, como lo hemos comentado, han destacado los gobiernos de izquierda en el mundo, y que, por desgracia, ha producido tantos diferendos en su administración, como fue el triste caso del Dr. Víctor Toledo.
Sin embargo, el coscorrón a los ambientalistas fue un paso innecesario, pues le puso un condimento de rijosidad, a un discurso que había destacado por su talante amistoso.
Bajo la misma óptica, observo la referencia a la comunidad empresarial, con la cual destacó que la relación era buena y les agradeció el hecho de que no se hubieran despedido empleados, en el contexto de la pandemia del COVID (por el cierre de negocios).
Sin embargo, el mismo tono dialéctico se gestó cuando, en un determinado momento, reiteró que busca que la nación trascienda la crisis de una manera distinta, sin rescate de potentados, corporaciones o grandes negocios, sino otorgando el poder de compra, rescate o supervivencia, a las poblaciones más necesitadas.
También, debo decir, su discurso me pareció triunfalista en áreas delicadas como lo son la económica, la seguridad y la salud, pues, a pesar de los vaivenes y los zig zags económicos que, incluso, entes económicos gubernamentales (Banxico) pronostican para el país en su conjunto, AMLO no perdió su optimismo.
Lo mismo para el caso de la salud, pues, aunque la investigación con respecto a una eventual vacuna para el coronavirus está en desarrollo (en una colaboración que aglutina a los gobiernos de Argentina y México; la fundación Carlos Slim; la farmacéutica Astra Zeneca y la Universidad de Oxford), el panorama en este sentido sigue siendo complejo para la República Mexicana.
Algunas estadísticas ponen a nuestra nación en el Top Ten de países con más contagios en Latinoamérica, no obstante los esfuerzos que han venido realizando las autoridades sanitarias y que, desde el inicio de la pandemia, el propio Dr. Hugo López Gatell advirtió de un derrotero de estas dimensiones, ante el colapso del sistema de salud, así como los problemas de obesidad y desnutrición que enfrentan muchos-as mexicanos y mexicanas. Empero, los vaivenes en la adquisición de medicamentos y del sistema sanitario, no le merecieron una sola palabra a lo largo del mismo.
En suma, visualizo al discurso del Segundo Informe de Gobierno como un acto lleno de triunfalismos y convencimientos, descansando en la perspectiva que el Presidente López Obrador nos ha tenido acostumbrados a lo largo de casi dos años de gestión, enumerando las acciones realizadas más con un énfasis cualitativo que cuantitativo (la utilización de estadísticas y datos duros fueron exiguos; ello, a contrapelo de sus antecesores).
Un compendio de su actuar, sin mayores novedades, aunque algunas de ellas con especial brillantez, como lo señalé con anterioridad. Por ejemplo, se agradece que recurra a la autocrítica. Siendo la lucha contra la corrupción piedra angular en el mensaje, el hecho de que haya sido franco en que, aunque en los niveles más altos de la administración pública ya no haya corrupción (según asegura), se haya reconocido que están batallando para erradicarla desde abajo -dejando entrever, extirpar la corrupción de la baja y media burocracia está resultando una tarea titánica- es un hecho digno de reconocimiento.
Por el contrario, me pareció lamentable que, cuando en sus acertadas referencias al agua, el caso Chihuahua no le haya merecido una estrofa de su discurso, como si la compleja realidad que en estos días encaran los agricultores de la zona del Conchos, fuese un hecho que se estuviese produciendo en la dimensión desconocida y estuviera fuera del alcance del Presidente. Esta es, tan sólo mi lectura.
PD. Quien comenzó a realizar los informes en Palacio Nacional fue Felipe Calderón. Enrique Peña Nieto siguió con la costumbre.
Suena llamativo que, ahora AMLO, teniendo las circunstancias a su favor (mayoría de MORENA en ambas cámaras), haya preferido realizar sus informes a esta usanza, en lugar de hacerlo como se hacía hasta los albores de la Transición Democrática. Quizá desea -al igual que sus predecesores- festinar, en lugar de enfrentar a una oposición alicaída.
Es más cómodo dirigir una alocución a un público cercano y amistoso; a uno en el cual habrá interpelaciones sin cortapisas, como las que padecieron De la Madrid, Salinas de Gortari o Fox.
Es, tan sólo, una posibilidad.