Chihuahua, Chih.
En todas partes el sol. Solo el sol, busca solaz recogimiento e incendia las palabras que lo contienen: soltero disoluto solicita, solapadamente, soltera solemne y solvente.
Al escucharlo, la luna se esconde entre temerosa y coqueta.
Desolado, rueda el sol por los aires. Silva su soledad y en un solo de sol solfea: oh sole, sole mío. Insolado, el sol se mira en el lago del desierto y en su espejo se piensa bello y quiere que lo mire la luna. Ah, --dice—quien pudiera tomar un baño de luna y refrescarse.
La luna, a todo ajena, pasa por los cielos.
Solo el sol, como soldado solitario con el fusil al hombro, padeciendo los soliloquios del calenturiento, se agorzoma y se enfurece por la insolencia de la luna, y de súbito, solivanta sus caballos del verano y los fustiga y latiguea, decidido a unirse a ella en un eclipse total y la cuerna.
Mientras la persigue, como un dios tuerto, iracundo e inmisericorde, frunce el ceño, crispa sus ánimos caldeados y con un gesto terrible y fiero empieza a soltar sus rayos de lumbre para incendiar la tierra.
En todas partes el sol: baja a las calles, derrite los relojes, dilata el tiempo. Encandila y despelleja, ampolla, convierte la realidad en espejismo.
El sol construye en Chihuahua una sucursal del infierno.
Sol amarillo, blanquísimo y ciego, globo de azogue desde el infierno soltado, bola de lumbre que rueda por las venas del mundo. Luz en celo, rayo desbraguetado.
Sol soltero, desolado y disoluto, desea abrevar la sed en las frescas muchachas del verano chihuahuense, y más se incendia.
El solar del sol
En la sierra suelen decir que sólo hay dos estaciones: la del frío y la del tren.
En cambio en el desierto el sol reina durante ocho meses al año. “El sol es aquí todo –escribe José Fuentes Mares—presencia de un sol omnipotente que se adueña del paisaje hasta el crepúsculo. Todo agoniza entonces lleno de él, mientras llega la noche, atmósfera infinita sin luz, y la tierra descansa”.
El sol alumbró, y ampolló, una parte de la biografía de don José.
Ese mismo sol empolló una de sus mejores páginas: “Nací en el desierto donde los hombres esperan la lluvia y la muerte y los niños juegan con piedras y lagartijas.
De mis mocedades recuerdo un macizo de ocotillos que iluminaban el paisaje, cada primavera con sus flores prodigiosas, y sobre todo el sol, el duro sol, dueño del llano como Señor en el cielo. De aquellos años conservo el recuerdo amoroso de mi padre y un odio enloquecido por el sol. Tanto lo odiaba que al fin de cada día corría medio kilómetro para verlo reventar entre nubes rojas y disfrutar su agonía en el fuego que dispersaba el viento”.
Él sol se revienta en el cielo como una flor de metal al rojo vivo. Sus rayos, ríos de lava, tatúan a su antojo los llanos secos.
Con el sol en Chihuahua, donde pongo el ojo, pongo el espejismo.
Jesús Gardea, el mejor biógrafo del sol, escribió con esa literatura solar inigualable, que para leerla es imprescindible un six o una jarra de agua fría: “El ruido se mueve, se aproxima. Las piedras revientan de sol. La sequía no va a dejarnos nada; ni el juicio siquiera. Dicen que en el llano andan almas resucitadas de animales. Que llevan en orden sus huesos pisando firmes la tierra. Tantos años sin agua dan para todo. Espantos y fantasmas.”
Sí, entre los vislumbres del sol y sus reverberaciones, todo se desfigura: Aparecen los simulacros. Todo se desdibuja y se decolora.
Del polvo, el viento levanta ánimas con formas de humano, o quizá, mirándolas bien, es gente como uno que anda buscando razones para ser real.
Bajo el sol, escudriñador de almas, todos son más reales que su propio espejismo.
“En la ciudad del sol –nos revela Rogelio Treviño—puedes mirarte a través de tu propio fantasma.”
El sol, amo y señor de los cielos, rey plenipotenciario sobre la tierra, único y ubicuo.
Desde niños sentimos su poderío. Por eso lo homenajeamos al pintarlo en nuestros cuadernos: su gran cara amarilla y feliz nos sonríe, sobre todo cuando recordamos la falta que nos hizo durante el último invierno en que se nos congeló la sangre por su ausencia.
Pero ahora no lo soportamos. La tierra es un comal. Si te aventuras por las calles de la ciudad, el sol te sale por todos lados, se te aparece como un perro rabioso que muestra sus colmillos y sus ferocidades. Ya lo extrañaremos cuando esa arma blanca que es la nieve nos tasajee con sus filos acerados.
El sol enflaquece las sombras y las desvanece. Cuelga de los mezquites su flor de incandescencia. Enrarece al aire de su aliento enfebrecido.
En esto días, el sol no es el sol: es el hocico de un dragón. Es la encarnación del fuego. Sus rayos son hierros candentes, y nos los acerca a la piel y el alma para herrarnos como animales de su propiedad. El sol nos tatúa a su antojo.
El sol, semilla de vida. Vendrán las lluvias, y entre nosotros florecerá.
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