Chihuahua, Chih.
Meade y Anaya cambiaron la estrategia.
Ya no se unieron para criticar a AMLO. En el debate de ayer espaciaron sus ataques al candidato de Morena, seguramente porque leyeron bien lo fallido de la estrategia del primer debate, en el que todos intentaron atacar al puntero de la contienda en la creencia que de ese modo lograrían “bajarlo”.
Les falló, a los días la distancia en las encuestas y en la percepción ciudadana se mantuvo y, a diferencia del anterior, ahora no se apreció que existiese un ganador indiscutible, aunque en nuestra percepción ahora sí hubo un claro perdedor, el candidato del gobierno, José Antonio Meade.
Cometió el peor de los errores de su campaña, salió a defender el gobierno de Peña Nieto, por largos lapsos de sus intervenciones, más que el candidato parecía el funcionario del gobierno federal exponiendo los logros alcanzados y se comprometió a hacer cosas no realizadas en el curso de su desempeño en los gobiernos de Calderón y Peña Nieto
Más aún, en la práctica avaló la política migratoria desarrollada en el actual sexenio al enfatizar en la preservación de la seguridad nacional, cosa que también evaluó positivamente Anaya que en dos ocasiones afirmó que por la frontera norte no ha entrado “un solo terrorista” a territorio norteamericano.
Dos aspectos son los centrales del debate de ayer, la andanada de insultos intercambiados entre los tres punteros y, dos, el muy diferente enfoque acerca de la política y comercio exterior entre Meade, Anaya, El Bronco y el del candidato de Morena, Andrés Manuel López Obrador.
Mientras aquellos tres desarrollaron una serie de propuestas, puntuales en algunos casos, pero en la misma lógica de lo realizado por los gobiernos de priistas y panistas, el tabasqueño insistió en el planteamiento inicial: “La mejor política exterior es la interior”.
A partir de ahí desarrolló el resto de sus pronunciamientos consistentes en desarrollar una política económica puesta en el desarrollo del mercado interno, lo que desató las críticas de los otros, en particular de Anaya, queriendo hacerlo ver como de “pensamientos atrasados”.
Así, se contrastaron las dos visiones propuestas en esta campaña: La de la continuidad, con mejoras, de la política económica y la otra, la de la ruptura con aspectos esenciales de aquella, como medio para enfrentar las enormes desigualdades existentes, además de la inseguridad prevaleciente.
Además, el tabasqueño planteó claramente que la discusión del debate sobre el Tlcan se hiciese después de las elecciones e incluir en él un tema marginado de todas las discusiones en este tratado, el de los salarios, además de la obtención de un símil de la antigua “Alianza para el progreso” (iniciativa lanzada en tiempos de John F. Kennedy) que incluya a México, Estados Unidos, Canadá y las naciones de Centroamérica para mejorar las condiciones económicas y laborales de todos estos países, como el mejor mecanismo para evitar la multitudinaria migración hacia Estados Unidos.
Vuelto de espaldas al que es, quizá, el peor problema nacional, el de la inseguridad, Anaya dijo no creer que en este momento "legalizar una droga resuelva los problemas de violencia en el país", y en la práctica adoptó la misma postura que Peña Nieto.
Desbarrancado, el candidato presidencial independiente, Jaime Rodríguez Calderón, propuso una reforma a la Ley de Coordinación Fiscal y más recursos al norte del país y potenciar sus ciudades.
A la ruptura de las reglas, una de ellas consistente en que los candidatos no podrían acercarse a los otros -para evitar las intimidaciones físicas- cometida por Anaya, quien se acercó a AMLO para cuestionarlo por la supuesta caída de las inversiones en la ciudad de México, cuando López Obrador fue Jefe de Gobierno, éste le respondió con la frase de que cuidó su cartera y en el siguiente intercambio con el panista, le soltó las frases más ríspidas de la noche al decirle, luego de que en el primer debate Anaya presentó la carátula de un presunto libro del que todavía no se conocen ejemplares, al tiempo que le presentaba una tapa apócrifa:
“Acabas de decir que escribiste un libro. ¿Sabes cómo se llama? Las mentiras de Anaya. Y aquí hay otro capítulo: mentiroso, farsante. Anayita Canallita”, en lo que fue, indudablemente, un exceso verbal.