Chihuahua, Chih.
“Locos porque nos deslumbre su parásita ambición
Antes iban de profetas y ahora el éxito es su meta
Mercaderes, traficantes, mas que náusea dan tristeza.
No rozaron ni un instante... la belleza
La belleza... la belleza... la belleza... la belleza.
Y me hablaron de futuros fraternales, solidarios
Donde todo lo falsario acabaría en el pilón
Y ahora que se cae el muro ya no somos tan iguales
Tanto tienes, tanto vales... viva la revolución!”.
La Belleza, Miguel Bosé.
México es el país de los nombres emblemáticos en el mundo de la política.
“Rosario” es la ahora ex secretaria encarcelada. “La maestra” es Elba Esther Gordillo. “Fidel” era el sempiterno dirigente de la CTM, Fidel Velázquez ; “Cuauhtémoc” es el candidato de las izquierdas del ’88; “Andrés Manuel”, es el ahora presidente de la república; “La Quina” era el todopoderoso dirigente del sindicato petrolero, etc.
Rosario ilustra en su persona, actuación y afectos la severa degradación política de una parte muy importante de la izquierda mexicana.
Procedente de uno de los grupos más radicales de la izquierda universitaria y de ser una de las más cercanas personas a Cuauhtémoc Cárdenas -tanto, que la propuso para que lo sustituyera en la Jefatura de Gobierno del DF, cuando fue en busca de la presidencia de la república, en el tercer intento, en el año 2000- pasó a ser una del círculo más estrecho del ya para entonces ex presidente, Carlos Salinas de Gortari.
Si una incongruencia retrata a algún político esa es, sin duda, la mejor muestra. De ahí pasó al equipo de Peña Nieto.
Quizá su principal responsabilidad no sea aquella por la cual ahora enfrenta una realidad que “no esperaba”, sino la de la debacle del PRD.
Su ambición la perdió.
Rosario acarició la posibilidad de ser la candidata presidencial de las izquierdas en 2006, luego de su exitoso paso por la Jefatura de Gobierno del Distrito Federal. Se le apareció López Obrador, quien, a partir del mismo puesto, se perfiló como el abanderado para aquel año.
Rosario es terca. Disputaría la candidatura a partir de convertirse en la presidenta del PRD; no le faltaba razón, los militantes más identificados con la izquierda la vieron como la opción para enfrentar a una dirigencia perredista -la misma de hoy, la del grupo de Jesús Ortega, “Los Chuchos”- que se sumía en la corrupción y en la entrega al régimen.
La elección de las dirigencias del PRD en 2002 fue un enorme fraude, la Comisión encargada de analizar esa elección -designada por el Congreso Nacional-, presidida por Samuel del Villar, concluyó, después de una ardua investigación, que más del 70% de los integrantes del nuevo Consejo Nacional eran producto del fraude, así como más del 80% de las dirigencias estatales.
A pesar del fraude, Rosario salía triunfadora de la elección.
No había opción, tenía que anularse la votación, pero Rosario, enfrentada al dilema planteado por los Chuchos, que le propusieron aceptar su triunfo a la presidencia del partido, pero ellos con absoluta mayoría en el Consejo y el Comité nacionales, así como las dirigencias estatales.
Decidió aceptar. Para entonces su relación con el empresario argentino, Carlos Ahumada, normaba su actuación política. No era solamente una relación amorosa, era la pretensión de utilizar el cargo político para la obtención de inmensas prebendas económicas. Selló su suerte.
A diferencia de su gestión en el gobierno del DF, la de la presidencia del PRD fue lo contrario, dejó al partido endeudado y en la debacle política.
Ahumada ya había entrado en relación con el círculo salinista, con Diego Fernández de Cevallos y el mismo Salinas. La mesa estaba puesta, los episodios del dinero entregado a distintos dirigentes perredistas sería el mecanismo que trataría la “mafia del poder” para frenar el impetuoso avance de López Obrador.
Entre quienes aparecieron en los videos estaba Carlos Imaz, entonces esposo de Claudia Sheinbaum, la ahora Jefa de Gobierno de la Cd. de México.
Rosario supo de todo ello; no lo frenó, no le perdonaba al tabasqueño que le hubiese ganado la partida y se sumó al equipo contrario.
Llegó hasta la cumbre. En la boda del hijo de Carlos Salinas de Gortari, Rosario fue sentada en la mesa de honor.
De ahí al gabinete de Peña Nieto no había distancia alguna.
Hoy vive en el reclusorio al que enviaban a las guerrilleras de los 70’s.
¡Cuánta distancia entre una y otras!
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