Que ser canalla vuelva a ser impopular

Que ser canalla vuelva a ser impopular 24 de mayo de 2025v

Mariela Castro Flores

Chihuahua, Chih.

¿Desde cuándo es necesario estar de acuerdo con alguien para defenderlo de la injusticia? La verdad lo convertía a uno en traidor, como a menudo sucede en tiempos de canallas”

Lillian Hellman

A Santiago de la Peña, Secretario General de Gobierno.

Según la RAE, en su Diccionario de la lengua española, “canalla” en su acepción coloquial significa gente baja, ruin y en otra de sus variantes, se traduce a persona despreciable y de malos procederes. La evocación de la palabra nos remonta a la obra de Lillian Hellman, “Tiempo de canallas” que aborda la propia experiencia de la autora en los tiempos de la cacería de brujas de Joseph McCarthy, cuando ella y muchos de sus amigos fueron acusados de tener simpatías con el comunismo.

Para mayor referencia si no se ha leído el muy recomendable libro, digamos que Joseph McCarthy fue un senador republicano del estado de Wisconsin y que encabezó el enrarecimiento y la polarización que se vivió en el vecinopaís del norte por sus acusaciones -la mayoría de las ocasiones sin fundamento- de lo que le llamó la “subvención comunista” y de la que presumía se había infiltrado en los más altos círculos de gobierno. El costo para quienes eran directamente señalados eran la persecución, el despido de sus centros de trabajo y la exclusión social por parte de la “ciudadanía de bien”.

El Macartísmo (1947-1954) fue una época de persecución de personas y organizaciones acusadas de comunistas y los principales blancos fueron intelectuales, artistas, activistas y algunos militares que se oponían a los efectos del avance de la carrera armamentista que en aquel tiempo implicaba el uso de las energías nucleares como armas de guerra. Ante la persecución, la alternativa de algunos intelectuales fue asumir una postura moral frente el actuar injusto del comité y las acusaciones que ya habían llevado a varios a prisión. Hellman, autora de la novela escribió una icónica carta, en la que rebelde y confrontativa, cuando fue llamada a comparecer, manifestó: “…Hacerle daño a gente inocente para salvarme yo es, en mi opinión, indecente y poco honorable. No he de recortar mi conciencia para estar a la moda de este año”.

Al hacer mediática la carta, el comité desistió de las acusaciones contra ella, de procesarla y eventualmente, consiguió que la opinión pública se colocara contra McCarthy.

La documentada e histórica anécdota de Hellman en su libro puede perfecto solazarse con la contemporánea reflexión planteada en el artículo: “El canalla como ideal: por qué el neoliberalismo premia al que desprecia”, donde la principal idea que se esgrime es la de que nuestro actual sistema necesita antagonismos que se confronten por eso nutre la polarización, porque si nos organizáramos desde el cuidado colectivo, el cuidado del medio ambiente, de los abusos de poder, entonces lo cuestionaríamos todo. “Lo grave no solo es que haya gente así, lo grave es que les aplauden y peor aún, se vota por ellos, se les celebra como si fueran valientes cuando hacen escarmentar a quien difiere a pesar de que solo son cobardes con traje”; sentencia el artículo. Y es cierto con todo honor en la línea.

Actualmente, los grandes referentes de la derecha son gente como Milei, Trump, Maru Campos en voz de su secretario de gobierno, Santiago de la Peña, que son modelos perfectos del canalla sin vergüenza porque han demostrado que se puede mentir, insultar, difamar, abusar del poder en plena impunidad sin que pase nada. Al contrario, siguen ganando, porque la ganancia en sus términos, es hacer escarmentar a quien pone en riesgo la secrecía con operan sus alianzas con el cartel inmobiliario, grupos empresariales y autoridades negligentes que violentan derechos humanos, etc.

Para muestra, un botón: “Es penoso que personas que incluso en redes sociales se dice que no tienen actividad seria, no tienen trabajo y a lo único que se dedican es a alquilarse para este tipo de manifestaciones vengan y destruyan lo que es de todos y no solo generen molestias, sino gastos, no solo al gobierno; nos generan un agravio a toda la ciudadanía”, declaró de la Peña a medios de comunicación aseverando información no confirmada sobre activistas que realizaron una acción directa de protesta sobre los muros de Palacio de Gobierno.

¿Confirmó el secretario que realmente los activistas fueran personas sin trabajo formal? Si así fuera, ¿qué? Siguen teniendo el legitimo derecho plasmado en la Constitución de manifestarse, además, construir ciudadanía es una ocupación demasiado seria que muchas personas ejercemos y que incluso, hay organismos autónomos que la promueven. El activismo requiere en buena medida del estudio, investigación, construcción de argumentación que le de legitimidad y respaldo a las acciones públicas de carácter político que se realizan con un objetivo específico, comúnmente, la denuncia. Por otro lado, sentenciar que “a lo único a lo que se dedican es a alquilarse…” es declarar que por manifestarse cobran o ejercen su derecho con fines de lucro.

Las motivaciones que las personas tengan para manifestarse -reitero- son un derecho; lo preocupante, es que el mismísimo secretario de gobierno declare información de manera tan temeraria, porque la afirmación de dos formas es igualmente agraviante: la primera es porque de ser ciertas las declaraciones, es que existe una línea de espionaje que tiene puesto el foco en ciertos personajes y sus actividades y si son  falsas, entonces el secretario de la Peña estaría incurriendo en calumnia y difamación, que si bien ya no son delito, en su representación de funcionario público de primer nivel estatal, es un completo abuso de poder por la desproporción de un pleito en el cual, ciudadanos comunes solo pueden apelar a la solidaridad del resto de la ciudadanía para no protegerse de un gobierno revanchista, que solo gobierna para reducidos grupos y obscuros intereses.  

“Lo llaman libertad de expresión. Pero no es libertad: es impunidad. No es personalidad: es violencia performativa. No es sincerida, es brutalidad con aplausos. La nueva derecha emocional ha conseguido una cosa muy peligrosa: transformar la falta de ética en autenticidad. Y así, el canalla ya no se esconde. Se exhibe. Se enorgullece. Y se reproduce.”

¡Faltaba más! Que ser canalla vuelva a ser impopular.

Como si acá no se conociera de dignidad, no se supiera de resistencia y cuál es su verdadera cara en realidad.

 

@marielousalomé

 

Mariela Castro Flores

Politóloga y analista política especialistas en género y derechos humanos.