Chihuahua, Chih.
¿Qué se ama cuando se ama?, se pregunta el poeta Gonzalo Rojas, y quizá esa es la gran pregunta.
No se sabe por qué se ama, tampoco se conoce a quién se ama.
¿Se ama acaso a ésa una única que cada quien inventa con la poderosa maquinaria de sentimientos y ficciones? ¿Se ama a aquella en la que uno se mira como en espejos de humo, y donde se es más verdadero?, ¿o se ama a la que destila una química que sólo el secreto corazón descifra?
¿Es el amor la insana diversión de buscar en otras, en sus raíces y en sus locuras, a aquella que Dios te dio en el viejo paraíso?
¿Quién provoca estos encuentros? ¿Es el azar, los caprichos del destino, una elección sentimental o un cálculo de la mente? ¿Qué es eso, amor?, ¿es un cultivo, una construcción, o un relámpago, o de plano, un milagro?
¿Es Dios o el Demonio quien nos induce a tener ilusiones y delirios en esa enfermedad del alma que es el amor?
¿O todo es mentira, un gran juego, una treta del instinto que empuja al apareamiento? Somos animales, sin duda, pero animales que imaginan. Y entre más imaginamos, en una noche, podemos reescribir el Kama Sutra, o abrir las puertas del infierno al, por ejemplo, oscuro abandono de los celos.
La criatura amada es un divertimento, un rompecabezas, un laboratorio; es el poema inasible de líneas curvas y atmósferas perfumosas. La criatura amada es tierra que gira, luna que muda, fuego que danza, agua que marea, aire que nos revuelve como se le antoja.
El amor es una de las experiencias que más conmocionan. Nadie sale ileso de ese trance, porque el amor obliga, atropelladamente o sucediéndose una a otra, a que participen todas las emociones humanas.
El amor es el reino de las paradojas y de las contradicciones. Nadie lo puede definir, pero cualquiera que lo haya vivido, lo reconoce.
Siendo el amor un fenómeno universal, presente en toda la historia humana y en todas las culturas, y que causa en quienes lo viven o lo estudian una enorme perplejidad, me sorprende que no exista un acuerdo: ¿se trata de un arte, una ciencia, una religión?
Pese a que el amor es percibido como una enfermedad, una locura, un delirio, no existen hasta ahora profesionistas del amor. No existe una ciencia que se llame, tentativamente, amorología. A lo sumo existen sexólogos, terapeutas de pareja, consejeros matrimoniales, etc., pero nadie se atreve a anunciarse, pese a la propensión a la charlatanería, como amorólogo.
La razón es que, pese a los rezongos de la neurobioquímica o de la antropología evolutiva, el amor no es asunto de la ciencia sino algo inefable que pertenece al mundo de los misterios. Por eso todavía las razones del amor se siguen buscando por muchos en las artes adivinatorias, la magia y las religiones.
No obstante, se le ha pretendido explicar a partir de las concepciones supranaturales (divinidades, demonios, intervenciones mágicas), religiosas, artísticas, o –en contraste- a través de múltiples disciplinas científicas como la historia, la antropología, la psicología, las neurociencias, entre otras.
Por más que se le resista, el amor trastoca el prudente modo de comportarse, la sensatez civilizada que hemos aprendido para relacionarnos con la otredad.
El amor seduce y cautiva, pero también altera y perturba, y con no poca frecuencia lo que pretendimos vivir como un sueño, se convierte en una aterradora pesadilla.
Imagen: Pintura de Alfredo Espinosa
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