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PRI: 93 años ¿decadencia o modernidad?

PRI: 93 años ¿decadencia o modernidad? 7 de marzo de 2022

Hernán Ochoa Tovar

Chihuahua, Chih

“For years I've been telling myself the same old story

That I'm happy to live of my so called former glories

(Por años me he estado diciendo la misma vieja historia,

Que estoy feliz de vivir de mis viejas glorias)”: DON’T WRITE ME OFF, Banda sonora de “Letra y Música” (fragmento), 2007. 

El pasado 4 de marzo, el PRI llegó a sus 93 años de existencia. Lejos de la belle époque cuando era el “partidazo” y el brazo electoral del gobierno federal, hoy se encuentra -según diversos analistas- al borde de la inanición, más cercano a ser un partido bisagra y satélite, en lugar de al elefantiásico y portentoso instituto que era aún hace una década, y se podía dar el lujo de vetar aliados y de preservar reformas que le fuesen útiles a su mecanismo funcional. 

Quiso retrasar, para séculae seculórum el paso del tiempo, y el mismo se revirtió -cual bumerán- para el funcionamiento del PRI mismo. 

De acuerdo a lo consignado por diversos periodistas de la fuente nacional, la conmemoración del nonagésimo tercero aniversario del partido más antiguo de México en la actualidad, pareció más una cosecha de añoranzas (Arcelia Paz, dixit) y un remedo de viejas glorias, que una ceremonia donde se hiciera autocrítica de los yerros del pasado remoto y reciente (los cuales no fueron pocos, sobre todo en el sexenio pasado), pero también se ponderaran los aciertos obtenidos durante el tricolor durante sus 71 años continuos de gobiernos sexenales (de 1929 al 2000, cuando se dio la primera alternancia en la Presidencia de la República).

Para empezar, me pareció curioso que uno de los relatos planteados durante el evento en cuestión padeciera una trampa historiográfica. 

Si bien los historiadores del México contemporáneo reconocen la existencia del tricolor a partir de 1929 (cuando surgió, por mandato del Gral. Elías Calles, en el Maximato, como Partido Nacional Revolucionario) ¡los estrategas del tricolor tomaron el período de Plutarco Elías Calles (1924-1928) como baluarte tricolor! 

Y ello es una imprecisión histórica pues, aunque se reconoce en Calles a uno de los “patriarcas” del tricolor, esto sucedió en las postrimerías de su administración -el denominado “Maximato”- pues, tanto el Gral. Obregón, como Calles, fueron sendos representantes de un partido con efímera vida: el Laborista Mexicano, mismo que fue en declive luego del obregonismo (1920-1924); máxime, con el caudillismo callista. 

Otra cosa que me parece cuestionable, son algunos de los puntos que presume el PRI para jactarse de estar orgullosos de su trayectoria. 

Si bien nadie les puede regatear haber sido los arquitectos del México Moderno; de haber sabido conjugar la modernidad con la justicia social en un primer momento; del “Milagro Mexicano” y del “Desarrollo Estabilizador”; además de haber tenido el prestigio social que le confería el haber sido el partido que se proclamaba heredero de la Revolución Mexicana, también es cierto que hubo claroscuros. 

A partir de la década de 1960, ciertos sectores comenzaron a tomar distancia del partido oficial; y el oficialismo fue abriendo reductos que no amenazasen su hegemonía. 

Desde la “apertura democrática” y el reconocimiento al sindicalismo independiente durante el gobierno de Luis Echeverría (1970-1976); al reconocimiento electoral de las izquierdas con López Portillo, vía don Jesús Reyes Heroles y la LOPPE (1976-1982); hasta las reformas electorales que culminaron con la creación y la autonomía del IFE en la década de 1990, el tricolor se visualizó como un partido preponderante y hegemónico. 

Sólo tardíamente comprendió que debía contender en igualdad de condiciones con los otros partidos; pero hace poca referencia a tales episodios. 

Por el contrario, los “93 datos que no sabías del PRI” y que fueron compartidos en redes la víspera del fin de semana, parecen más una vacilada que un análisis político e histórico serio. 

Como muestra un botón, decir “Se integró PRI REX (sic) a las filas del PRI” se asemeja a una broma de mal gusto; pues, justamente, hace algunos años se hacía alusión a los dinosaurios del tricolor ¡pero como una crítica a los políticos enquistados en el sistema! ¿Acaso eso es motivo de  orgullo? ¿un mea culpa tardío? Dejan muchas más preguntas que respuestas y un montón de cabos sin atar.

Pero más bochornoso aún, en este listado, es que presuman que ¡El Presidente más guapo de México fue priista! (sic) ¡Justo cuando el sexenio de Enrique Peña Nieto (2012-2018) es indefendible y salen con un slogan digno de la mercadotecnia más desdeñable! 

Si otros logros del tricolor se pueden ponderar, este me parece nimio; más aun, cuando la corrupción sistémica generó tanto hartazgo popular, que desembocó en la victoria de la autodenominada 4T 

¡No se puede explicar de otra manera! 

Además, como esgrimió acertadamente el periodista Luis Cárdenas, en el pasado pudo haber presidentes que, aparte de compartir la característica peñanietista, tuvieron un mejor desempeño que el ex gobernador del Estado de México (2005-2011) y antecesor inmediato de Andrés Manuel López Obrador: de los mandatarios de la era moderna -plantea Cárdenas-, quizás Miguel Alemán (1946-1952) era un dandy. 

Este punto es cierto y estoy de acuerdo. Y aunque Alemán tuvo notables claroscuros (la historia lo acusa de formar una élite posrevolucionaria y de tempranos actos de corrupción, además de hacer negocios con el estado), también puso las bases para la industrialización nacional, la estabilidad y la modernización de México ¡Cosa que Peña Nieto quiso hacer, pero terminó haciendo mal! 

De tal suerte que defender su galantería debería ser hasta omitido de un análisis riguroso, pues no creo que la historia lo haya juzgado aún (en alusión a las palabras de Beatriz Paredes, cuando decía que “la historia ya había juzgado a los ex Presidentes Salinas y Zedillo por sus cuestionables actos).

Por otro lado, a pesar de este complejo panorama, aún creo que el tricolor tiene cierta área de oportunidad, sobre todo a nivel regional. 

Aunque -de acuerdo a las encuestas- se apresta a perder dos estados en las elecciones venideras (Oaxaca e Hidalgo, este último bastión histórico), podría recuperar Durango, estado vecino que apenas conoció la alternancia hace apenas un sexenio. 

Aunado a ello, conservó capitales como Saltillo; a la par que recuperó Toluca y San Luis Potosí. 

En Chihuahua ya no tiene fuerza en los municipios grandes y medios; pero sigue teniendo una fortaleza considerable en la región serrana y parte del área rural (donde, como explicaba en una colaboración anterior, ni el PAN ni MORENA han podido llevar sus liderazgos y  tentáculos electorales). 

Aunado a ello, quizás podría conservar Coahuila y el Estado de México en 2023, pues esos territorios, aparte de no haber conocido la alternancia en casi un siglo, parecen ejemplificar la hegemonía tricolor en un país que se pinta de guinda paulatinamente.

Los retos del PRI son colosales de cara a los nuevos tiempos. 

El primero es no desaparecer, el cual va resolviendo (sigue teniendo fuerza, aunque exigua). El segundo y más importante es: ¿Para qué quieren seguir? ¿Para continuar añorando su pasado glorioso? Aunque ya se redefinieron como socialdemócratas, al parecer el futuro les sigue incomodando. 

Tienen una asignatura pendiente por delante; y demasiado fuerte.

Hernán Ochoa Tovar

Maestro en Historia, analista político.