¿Porqué la prisa del presidente?
Sin Retorno

¿Porqué la prisa del presidente? 6 de febrero de 2022

Luis Javier Valero Flores

Chihuahua, Chih.

Lo ha dicho de distintas maneras, en las más variadas ocasiones, argumentando de mil modos. El presidente tiene prisa por, dice, terminar sus obras emblemáticas.

Sí, efectivamente tiene prisa y ansía terminar el aeropuerto, la refinería y el tren maya, pero esa no es la verdadera razón de los afanes de López Obrador. Como todos sus antecesores, su fijación es darle continuidad a su obra, a sus proyectos, a su visión de país y…. a pasar a la historia como el protagonista de lo que llama la 4a Transformación.

Sueña en ser, para las generaciones posteriores, el Lázaro Cárdenas, Benito Juárez, Morelos, Hidalgo, o cualquiera de los grandes prohombres de esas etapas históricas.

Solo que se atravesó con un problema que no tuvieron aquellos, el de gobernar un país en el que, a falta de mejoramiento real, ostensible, mensurable, de las condiciones de vida, existe un régimen de plena competencia electoral, con márgenes nada desdeñables de nichos democráticos y, sobre todo, con una población en la que existe plena certidumbre -con niveles de cultura democrática, como es esperable, diferentes- de que deben darse procesos electorales, que puede haber alternancia partidaria en los gobiernos; que éstos no deben usar los recursos públicos en provecho de sus partidos; que los gobernantes tienen acotadas sus facultades legales y extralegales; que el acceso a la información pública es un derecho; que la libertad de expresión (por más que se agreda desde el poder) debe ser respetada, y un largo etcétera.

Pero no es el único problema del presidente, tiene otro: No tiene partido que le asegure el triunfo electoral en 2024. 

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Morena, por sus características fundacionales, por originarse a partir de un caudillo que no posibilita la discusión democrática (desde sus orígenes en el PRD se sabía de su carácter intolerante a la discusión y a la crítica) y porque fue un partido que sólo le apostó a efectuar campañas electorales, poniendo el énfasis en las presidenciables (porque eran las que le interesaban, casi exclusivamente, al líder), no puede ser el partido que contribuya al cambio democrático.

La paradoja de Morena es que, ni construyeron un partido inmerso en los movimientos sociales, ni alcanzaron una estructura partidista-electoral.

Morena no tiene una estructura orgánica, no cuenta con comités municipales; está desaparecido de la absoluta mayoría de los movimientos sociales; su vida interna se desenvuelve entre la elección pasada y la que sigue, en medio del perenne conflicto electorero y su dirigencia nacional carece de legitimidad y legalidad; de ahí las constantes querellas entre sus distintos grupos.

Y ahora está inmerso en la disputa por la candidatura presidencial.

Por eso López Obrador decidió acelerar las manifestaciones de su voluntad sucesoria; develó peyorativamente a un grupo de “corcholatas” y se autodenominó como “el destapador”. 

Pero engaña con la verdad, su candidata es la Jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, a la que ha destapado prematuramente -en apariencia- y a la que, sin ambages, placea como la sucesora, y ésta lo sabe y actúa como tal.

Y a falta de estructura orgánica, de un partido que sustente los triunfos electorales, que le dé apoyo real, en los hechos, no en las declaraciones, es que ha llevado a que la mayoría de los candidatos morenistas -de prácticamente todos los niveles, pero especialmente de los gobiernos estatales- provengan de los partidos “conservadores”, y de éstos,  abrumadoramente del PRI.

Este año no es la excepción, de seis candidatos, 4 provienen del PRI, uno del PRD, sin más antecedentes y otro, el de Oaxaca, proviene de los momentos fundacionales de Morena.

López Obrador abrevó la mayor parte de su cultura y formación política del viejo PRI, el del nacionalismo revolucionario, y la amalgamó con una extraña mezcla de concepciones religiosas (no en balde los evangelistas le denominan “el hermano Andrés Manuel”) y de conocimientos adquiridos en la función pública y la universidad, de ahí sus continuas expresiones místicas, religiosas y sus cada vez más frecuentes apelaciones a las figuras del “creador” y de “la fraternidad universal”, en clarísimas violaciones a la laicidad a la que está obligado a asumir, mantener, defender y pregonar.

Pero adelantar la sucesión y empujar los triunfos electorales en las entidades no bastan para asegurar el triunfo de la candidata morenista a la presidencia de la república; para ello ha recurrido, sin ningún miramiento, cínica y calculadoramente, a acogerse a la sombra del ejército, sin duda alguna la más arriesgada de sus apuestas, la de más largo aliento y de la que nos arrepentiremos muchos, pero muchos años.

No solo les entregó la conducción de la seguridad pública en todo el país, pues la élite de las fuerzas armadas no solo tiene el control de la Guardia Nacional y de la Policía Militar, sino que también algunos de sus integrantes son los secretarios de Seguridad Pública estatales e, incluso, de algunas policías municipales de ciudades importantes, amén de que en las mesas de seguridad realizadas en todo el país son ellos quienes determinan todo.

Siendo lo más grave, como ahora sabemos, López Obrador le ha entregado a esa élite, infinidad de recursos económicos, áreas gubernamentales, dependencias, institutos, tareas y, lógicamente, un buen margen de opacidad en el manejo de los recursos presupuestarios, por ello no es casualidad que poco más del 82% del total de los contratos firmados por la administración federal sean por adjudicación directa, en una proporción superior a la de Peña Nieto, que era, por mucho, el gobierno nacional con mayores índices de opacidad.

A todo lo anterior, para asegurarse la lealtad de la élite militar, y darle certeza de la opacidad con la que pueden actuar, en noviembre, el presidente emitió un “Acuerdo”, mediante el cual decretó que prácticamente todas las obras y servicios que vaya a contratar el gobierno de la 4T son “de seguridad nacional”, lo que les exentará de acogerse a la legislación de la transparencia, es decir, no informar, ni dar cuenta del ejercicio presupuestal de ellas, ni, todavía más grave, a licitarlas, en claras contravenciones a varios ordenamientos constitucionales.

Aún les falta la cereza del pastel: La de legislar a fin de que la Guardia Nacional, por ley, quede bajo la jurisdicción de la Secretaría de la Defensa Nacional, lo que contraviene los acuerdos políticos alcanzados con todos los partidos, que hicieron posible la aparición de la Guardia Nacional.

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La condición expresa para ello fue que permaneciera bajo la conducción de mandos civiles. Nada de eso quedará; con ello, el presidente cometerá una más de sus violaciones a las promesas realizadas o a los compromisos firmados en su carácter de presidente.

Todo en aras de asegurar que su delfina pueda alcanzar, también, la silla presidencial y concretar (en sus aspiraciones) la “histórica” transformación a la que han llamado a los mexicanos.

¿Valdrá la pena, a costa de arriar todas las banderas democráticas que tan gallardamente enarbolaron los mexicanos de izquierda y del campo democrático del país?

¿Todo por entregarle el poder a un hombre incapaz de asumir una conducta y un compromiso democrático, que se hunde cada vez más en el fango de las tentaciones autoritarias, una de cuyas últimas demostraciones son las coléricas expresiones lanzadas a la periodista Carmen Aristegui, furibundo porque esta se “atrevió” a difundir el reportaje patrocinado por Mexicanos Contra la Corrupción, que da cuenta de la casa de su hijo mayor, José Ramón, en el que se puede inferir la existencia de un conflicto de interés con el propietario de la vivienda rentada en 2019 por el vástago y su esposa, la que, dijo el presidente, “al parecer tiene mucho dinero”.

¿Cuál sería, no tan solo la responsabilidad, de los dirigentes de un triunfante movimiento popular, sino, también -y en eso estriba la responsabilidad- su legado y sus aportaciones a fin de que la culminación de tantas luchas sociales tuviesen continuidad, pero no solo en el hecho de mantenerse en el poder, sino hacerlo para efectuar las profundas transformaciones sociales y económicas necesarias para el país, especialmente en el ámbito democrático?

[email protected]; Blog: luisjaviervalero.blogspot.com; Twitter: /LJValeroF

Fuente de citas hemerográficas antiguas: Información Procesada (INPRO)

Luis Javier Valero Flores

Director General de Aserto. Columnista de El Diario