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¿Por quién votas?

¿Por quién votas? 8 de noviembre de 2023

Juan Villoro

Chihuahua, Chih.

Mi primera oportunidad me llevó a la decepción: en 1976 sólo había un candidato a la Presidencia, José López Portillo, del PRI. Hartos de un hipódromo donde siempre ganaba el mismo caballo, los partidos de oposición se negaron a participar en la carrera.

Un año después, Jesús Reyes Heroles propuso como secretario de Gobernación iniciar una reforma política. Aunque el PRI parecía incapaz de soltar el poder que había convertido en un magnífico negocio, transformando lo público en privado, en 1977 se habló de la necesidad de crear un órgano autónomo que vigilara la contienda.

Valía la pena hacer causa común con ese propósito. La democracia auténtica, todavía lejana, tenía un aura positiva. En elecciones limpias y vigiladas podrían ganar los nuestros.

En 1990 se fundó el Instituto Federal Electoral y en 1997 Cuauhtémoc Cárdenas obtuvo un inaudito triunfo para la izquierda en las primeras elecciones para jefe de Gobierno en la Ciudad de México. 

Yo estaba a cargo del suplemento cultural de La Jornada y nos pareció esencial discutir las posibilidades de continuar la transformación política en las urnas. Ciro Gómez Leyva entrevistó a figuras capaces de trazar un mapa de ese porvenir. Cuando llegó el turno de Héctor Aguilar Camín, el novelista e historiador lanzó una frase irónica que anticipaba un futuro imprevisto: "Que gane el peor". 

En efecto, la voluntad popular no siempre acierta.

Mi hija Inés nació en el año 2000 y creció con la alternancia democrática. Si en 1976 la presencia de un solo candidato hacía que soñáramos con una democracia real, 23 años después esa realidad existe, pero no convence. La principal diferencia entre mi generación y la de mi hija es que nosotros creíamos que el ejercicio democrático lograría, por sí mismo, que hubiera buenas opciones.

¿Qué sentido tiene la democracia para los jóvenes? En Ciudadanos reemplazados por algoritmos, Néstor García Canclini señala: "El Latinobarómetro dice que en 1995 un tercio de la población latinoamericana adhería a posturas autoritarias; en 2018 creció a dos tercios en algunos países, y en promedio el apoyo a la democracia no llega al 50 por ciento".

En una reciente entrevista con Carlos F. Chamorro, Martín Caparrós analizó el proceso electoral en Argentina y el sorprendente apoyo recibido por Javier Milei, quien actúa "como si le hubieran dado un rato libre en el manicomio". 

Caparrós lo explica: "Hablamos mucho en estos días de los problemas que tiene la democracia en América Latina, pero hay que tener en cuenta que, para todos esos jóvenes... la democracia es sólo el sistema en que han vivido muy mal toda su vida". Los casos de Trump, Milei y Bolsonaro despiertan el peligroso atractivo de usar la democracia para destruirla (de ser necesario con motosierra, como propone el argentino).

Hemos construido una de las democracias más costosas del mundo, definida por Mauricio Merino como un negocio de intermediarios, una "democracia de los coyotes" (o de los chapulines), donde el Partido Verde vende caro su amor.

¿Es posible recuperar la ilusión democrática? 

El principal impedimento son los propios partidos, que bloquean la participación ciudadana. 

En la serie Marsella, el alcalde de esa ciudad, interpretado por Gerard Depardieu, desea presentarse a las elecciones; su partido no lo apoya y se lanza por su cuenta. Los guionistas no se toman el trabajo de explicar cómo lo logra porque en Francia las candidaturas independientes son posibles (Macron es la prueba). 

En México, los requisitos impuestos por los partidos son excesivos, y el método de participación diseñado por el INE, discriminatorio. 

La política es el coto de los profesionales de la grilla que actúan a espaldas de la comunidad. Los partidos ni siquiera son capaces de convencer en la forma en que eligen a sus candidatos.

Crecí en un país donde la única democracia era radiofónica. Tal vez por eso no he olvidado el 21 18 78 de Radio Éxitos o el 2 46 590 de La Pantera para votar por los Beatles o los Rolling Stones. Esos comicios gozaban de credibilidad. No recuerdo alegatos de fraude; los resultados se transmitían por el éter sin ser impugnados.

El gusto de votar por una canción ya pertenece a la nostalgia. 

A ese irrecuperable pasado pertenece otra añoranza: lo que pensábamos que sería la democracia.

* Publicado por Reforma, 3 de noviembre de 2023