Chihuahua, Chih.
"La realidad está definida con palabras. Por lo tanto, el que controla las palabras controla la realidad”: Antonio Gramsci
En los últimos tiempos, los políticos de escritorio han padecido un cierto desprestigio desde el imaginario colectivo. Desde las artes, hasta la jerga política habitual, se ha ensalzado la llamada realpolitik en detrimento de la técnica bien ejecutada.
Ejemplo de esto es que, desde tiempos del ex Presidente Luis Echeverría Álvarez, él mismo preconizaba –al responder uno de los informes de don Manuel Bernardo Aguirre, en 1976, siendo su último año en Presidencia- que los políticos debían dejar la comodidad de la oficina y del saco y darse un baño de realidad.
Muchos años después –aunque sin créerselo cabalmente, pienso-, el ex mandatario Enrique Peña Nieto hizo una curiosa paráfrasis a la frase echeverrista; mientras, en la gran película “Hombres de Honor”, el coronel Billy Sunday (magistralmente personificado por Robert de Niro) hacía alusión a que desconfiaba de los marineros de escritorio (de Washington), pues, dejaba entrever, no conocían la realidad del trabajador de a pie y se dejaban guiar por los laberínticos manuales, en vez de seguir ideas prácticas.
Durante muchos años, los tecnócratas se fueron al extremo de la oración: privilegiaron la técnica, aderezada con mucha retórica, aunque el contacto social fuese relegado a extremos ínfimos.
A contrapelo del viejo PRI, donde muchos de sus candidatos tenían extracción popular, Miguel de la Madrid era un burócrata financiero quien había alcanzado su cenit en los corrillos de la Secretaría de Hacienda y la de (la hoy extinta) Programación y Presupuesto.
Ni qué decir de Salinas de Gortari y Zedillo quienes, a pesar de su gran sapiencia y sus estudios con honores en universidades de la Ivy League norteamericana, conocieron realmente poco al mexicano de a pie.
En la misma tesitura se encontraron Vicente Fox y Felipe Calderón; mientras Peña Nieto, encumbrado por el grupo Atlacomulco y la élite del PRI, se creyó a pie juntillas el relato que le fueron confeccionando (no obstante que su hoja de méritos no diera para tal fin).
Como lo he señalado con anterioridad, el mérito de Andrés Manuel López Obrador fue deconstruir ese relato desde abajo. Si sus predecesores eran hombres de la élite, que fueron a las mejores casas de estudios y seguían la técnica hasta la saciedad; él buscaba romper con este paradigma.
Ello, porque él se había formado en la cultura del esfuerzo: venía desde abajo, había logrado estudiar una licenciatura en la UNAM y, con tesón, logró desde pequeños puestos burocráticos, hasta algunos que estaban en el pináculo de la pirámide: el liderazgo del PRD a nivel nacional; así como la jefatura de gobierno del (entonces) Distrito Federal.
Su historia inspiraba a muchos mexicanos que, como él, no habían tenido las condiciones socioeconómicas en bandeja de plata y, sin embargo, tenían sueños.
En este tenor, AMLO parecía seguir la historia de Adolfo Ruiz Cortines y el Dr. Samuel Ocaña: chicos de provincia (uno veracruzano y el otro sonorense), provenientes de la clase trabajadora, que llegaban a la capital del país buscando forjar su destino.
Además de alcanzar las altas esferas del poder (uno llegó a la gubernatura de Sonora y, el otro, a la mismísima Presidencia de la República), ninguno de ellos olvidó sus orígenes (siguieron viviendo austeramente hasta mayores) y, sobre todo, pudieron destacar por su honestidad, en tiempos en los cuales el sistema político estaba lleno de tiradores ambiciosos.
Considero que López Obrador quería ser un eslabón más de este metarrelato con una salvedad: mientras Ruiz Cortines y Ocaña lograron “subir desde abajo” en una época en la cual aquello era más sencillo (en los tiempos dorados del presidencialismo); López Obrador lo hizo cuando el neoliberalismo ya se había enseñoreado en el país; y él quería ser el adalid que diera esta batalla.
Aquel que demostrara que las cosas podían ser distintas, en un tiempo en el cual la movilidad social se fue cerrando de manera paulatina.
Hasta ahí todo bien. López Obrador rompió el hermetismo de la tecnocracia y ha recorrido la geografía nacional de cabo a rabo. Empero, todo esto ha tenido un pequeño defecto, a mi juicio: si el grueso de la tecnocracia olvidó al componente social hasta la saciedad (no se daban cuenta que los efectos perniciosos de sus reformas impopulares, los padecía la mayoría de la clase trabajadora); López Obrador ha desdeñado la técnica.
Como si la propia planificación entrañara una alusión al neoliberalismo –cuando, podría decir, hay maneras diferentes de planear, los propios expertos lo señalan-, el Presidente ha parecido descartarla.
Aunque ha habido excelentes ideas sobre la mesa en distintas temáticas, creo que no todas han dado los resultados esperados, debido a la falencia en cuestión. Ejemplo de esto es que los programas sociales –emblema de la 4T- han tenido errores de ejecución, no obstante su pertinente propósito.
Ni qué decir de otras cuestiones acontecidas en cuanto a desarrollo económico, educación o seguridad, donde la improvisación parece estar puesta sobre la mesa; y la correcta presentación de las ideas se antoja alejada de la mesa.
En ese sentido, considero que el Presidente López Obrador debía hacer un balance a tres años de gestión: dejar los aciertos y aprender de los errores. Aplaudo que haga las giras y se encuentre eternamente agradecido con ese pueblo bueno que le otorga lealtad incondicional. Pero, también, es importante que se siente con su gabinete y desarrolle estrategias para hacer más funcionales algunos programas de gobierno; pues, de seguir así, algunas cuestiones terminarán haciendo aguas por el persistente improviso.
Es en este tenor que considero se han producido las observaciones de la Auditoría Superior de la Federación a algunos proyectos insignia de la 4T.
No siento que en esta administración se busque delinquir desde el estado, como en el pasado reciente (Emilio Lozoya, dixit). Empero, si no planifican mejor su actuar, estas cuestiones se seguirán replicando, pues cada peso que se gasta tiene que ser comprobado; aún y si esta regla le parece ociosa a algunos flamantes integrantes de la burocracia, pues ¡están utilizando dineros públicos!¡la rendición de cuentas y la transparencia debe ser una actividad concatenada a la función pública en todo momento! ¡Ojalá se acabe de entender esto y no se vean como ataques premeditados de ciertos personeros!
No obstante, siendo optimista, creo que aún hay tiempo de remediar estos dislates. Francois Miterrand (1981-1995) lo hizo y quedó como uno de los grandes gobernantes de la Francia contemporánea. AMLO puede hacer lo propio. Está en él ser el estadista moderno que desea ser considerado a posteriori.
Como colofón, termino diciendo: así como al Presidente López Obrador lo fortifica su quehacer social; pero tiene en la planificación una asignatura pendiente (no obstante su vasta experiencia política); el alcalde, Marco Bonilla, y la gobernadora, Maru Campos, parecen haber hecho la tarea: han tenido una buena comunicación con la sociedad, a la par que no han dejado la planeación a un lado.
Su mensaje se ha centrado en metas concretas; en lugar de polarizaciones estériles.
Un acierto de ambos: ¡ojalá sigan así y no se duerman en sus laureles! Siempre hay algo nuevo qué aprender.