Pobre nación, pobre mi pueblo

Pobre nación, pobre mi pueblo 19 de septiembre de 2020

Luis Aboites Aguilar

Chihuahua, Chih.

En el actual conflicto por el agua de las presas del río Conchos, Chihuahua, se combinan historias muy antiguas, otras menos antiguas y otras muy nuevas, dijéramos de 2020. Estas últimas vienen siendo, según creo, las menos importantes. 

En parte, la disputa tiene que ver con la historia remota, que explica la formación de serranías y el cauce de los ríos. Una historia menos antigua puso a Texas y a Tamaulipas, ambos situados al final del río Bravo, en países distintos. Así lo explica Marco Samaniego en su libro de 2006 sobre la convención de aguas de 1906 y el tratado de 1944. Este último no puede entenderse si se olvida que el río Conchos es el principal tributario del Bravo. 

Mientras en Estados Unidos se inauguraba la presa Hoover sobre el río Colorado en 1935, otro de los ríos contemplados en el tratado de 1944, en México se echaba a andar el sistema nacional de riego del río Conchos, de 60,000 hectáreas. 

Entre 1930 y 1936, gracias al presupuesto federal, la Comisión Nacional de Irrigación (CNI) construyó un canal principal de 130 kilómetros de longitud. La obra quedó a cargo de ingenieros mexicanos y estadunidenses, entre ellos el jalisciense Carlos Blake. Su costo fue pequeño, porque ya existía la presa de la Boquilla. Significaba ahorrarse el gasto en la cortina para formar el vaso de almacenamiento de la nueva zona agrícola. Como parte del sistema o distrito de riego nació Ciudad Delicias, mi ciudad natal, en 1933. 

Los delicienses ni de lejos han (hemos) renegado de ese origen. Uno de los personajes fundamentales de la historia local es precisamente Blake, un funcionario federal. Es algo que no olvidan los habitantes de las localidades vecinas, en especial los de Camargo, integrantes de las llamadas labores viejas de las márgenes del Conchos, formadas a fines del siglo XVIII. 

Piensan que Delicias debe su existencia al gobierno, a diferencia de ellos que se han hecho solos, sin ayuda de nadie. Quizá ello explica que durante las últimas décadas los camarguenses simpatizaran más con las causas panistas y los delicienses con las priistas. No parece casualidad que dos priistas delicienses gobernaran el estado, uno entre 1986 y 1992, y el otro entre 2004 y 2010. 

La disputa de 2020, como también lo hizo el conflicto de los pequeños lecheros a lo largo de la década de 2010, debilitó esa añeja enemistad local. 

Menos conocido es el esfuerzo de la también federal Secretaría de Agricultura y Fomento en 1928-1929 para negociar un acuerdo con la compañía hidroeléctrica propietaria de la enorme presa. 

Se trataba de conciliar la generación de electricidad con el riego agrícola. Un entrañable amigo, por desgracia ya fallecido, don Pablo Bistráin, ingeniero de la CNI, contaba que la compañía extranjera se oponía al sistema de riego pues pretendía quedarse con toda el agua del Conchos, para generar electricidad y dársela a los texanos. 

Cabe destacar la negociación con la empresa hidroeléctrica, una negociación que se extraña en nuestros días. Sin ella, ni el sistema de riego ni Delicias habrían sido posibles. Esa compañía de capital canadiense había construido La Boquilla entre 1911 y 1916, en plena revolución de 1910. 

Llama la atención que una presa tan moderna, de las mayores del mundo en ese tiempo, haya podido construirse en pleno movimiento revolucionario. Con su capacidad de 3 mil millones cúbicos sigue siendo la más grande del estado. En una zona árida, ese lago artificial es más que significativo; para el trópico chiapaneco, en cambio, su tamaño es modesto. Sólo la presa de Malpaso sobre el río Grijalva alcanza los 10 mil millones de metros cúbicos. 

Una manera de dar significado a todas esas cifras es decir que el adeudo actual con Estados Unidos, para dar cumplimiento al tratado de 1944, asciende a 366 millones de metros cúbicos. 

La Boquilla pasó a manos del Estado mexicano en 1960, gracias a la nacionalización de la industria eléctrica nacional, decretada por el gobierno del mexiquense Adolfo López Mateos. Ignoro qué tan conocido sea el episodio de 1952 cuando la sequía obligó a otra negociación entre las partes, en este caso para abrir una toma baja en la cortina de La Boquilla, extraer el llamado “volumen muerto” y usarlo para el riego de los plantíos de algodón. 

Las otras dos presas en disputa, Las Vírgenes y El Granero, son más pequeñas. La primera, construida sobre un afluente del Conchos, se concluyó en 1949; almacena 300 millones de metros cúbicos, y la segunda, también de 300 millones, se inauguró en 1967. Ambas fueron construidas con presupuesto federal, de la Secretaría de Recursos Hidráulicos. 

El sistema de riego del Conchos dio cobijo a unas 8,000 familias. 

Dista de ser uno de los más importantes del país, aunque sí se significó por sus siembras de algodón, desde su nacimiento hasta 1963. En este año, la baja de precios y el ataque de una plaga fungosa acabaron con su breve historia algodonera. 

Desde entonces, los productores buscaron suerte con otros cultivos y actividades. Probaron con el trigo, maíz, cacahuate y acabaron decidiéndose por la alfalfa y el nogal, y en menor medida por el chile; otros pocos se hicieron lecheros. 

Entre 1980 y 2020 las superficies de alfalfa y nogal (nuez) se multiplicaron, haciendo de Chihuahua el principal productor de una y de otra. El problema es que ambos cultivos, sobre todo la alfalfa, requiere de una gran cantidad de agua de riego, mucha más que el algodón y el trigo. 

Biólogos, agrónomos, químicos y geohidrólogos no tardaron en alertar sobre el rápido deterioro de la cuenca. Pero esas alertas, para variar, cayeron en oídos sordos. ¿Cree alguien que en un país como Israel el gobierno habría permitido una expansión agrícola tan exigente en agua de riego? 

Del escenario anterior surgió una de las historias menos nuevas, pero más importantes, a saber, el sostenido debilitamiento de la autoridad federal en el manejo de las aguas del país. 

En Chihuahua, como ocurre en otros lugares (Guanajuato, Tamaulipas, Sonora), ha cundido el agua ilegal, es decir, el tráfico de permisos de pozos, las tomas ilegales en las redes urbanas y en el acueducto del Sauz (que abastece a la capital del estado) y por supuesto las tomas clandestinas sobre el Conchos. Es lo que se denomina aguachicoleo, expresión derivada del huachicoleo, referido al saqueo de gasoductos de PEMEX. 

De manera reiterada se denuncia el tráfico de influencias y aun corrupción de los funcionarios gubernamentales (de la Conagua) así como la complicidad de otras autoridades (la extinta Procuraduría General de la República). El resultado es un panorama desolador, dominado por la anarquía, el acaparamiento y el desgobierno. Como era de esperarse, los poderosos han hecho de las suyas. 

Hace meses, la actual directora de la Conagua, Blanca Jiménez, hizo una declaración estremecedora. 

Dijo que el inicio del actual adeudo de agua con EU coincidió con la salida de la propia Conagua de las mesas directivas de los distritos de riego, decisión tomada al finalizar el gobierno federal anterior. ¿A quién en sus cabales se le pudo ocurrir tomar una medida semejante? Si al gobierno de Salinas de Gortari, cuando decidió transferir los distritos de riego a los agricultores (a los módulos) en 1990-1993 pudo otorgársele el beneficio de la duda, en 2017 o 2018 había evidencia de sobra de que los módulos no veían más allá de sus narices. Quizá no podían hacer otra cosa. Aun así, la Conagua tomó tal decisión. 

¿Con qué propósito? Sepa, dirían los jóvenes. 

Hasta donde es posible saber, los módulos de riego jamás se opusieron a la expansión alfalfera y nogalera. 

¿Qué extraña entonces que sean los directivos de esos módulos los primeros en defender el agua frente a intereses que van más allá de esas narices? El interés nacional por honrar un tratado de aguas con el país vecino les queda muy lejos del olfato. 

Pero es equivocado suponer que los agricultores deben quedarse cruzados de brazos ante la crecida extracción de agua de las presas para pagar el adeudo bilateral. 

Consideran que se arriesga el agua de riego para este ciclo agrícola (que ya va terminando) y para el siguiente. Convendría averiguar bien cómo se resolvió el mismo problema en ocasiones anteriores, como en 2001-2002, cuando el norte del país sufría una prolongada sequía y las presas se hallaban exhaustas. 

También resulta absurdo cercar las presas con la Guardia Nacional para permitir la extracción de los volúmenes requeridos; es una decisión temeraria, por decir lo menos, como por desgracia se ha constatado. 

En el fondo o no tan en el fondo, el lamentable escenario que exhiben las aguas del Conchos en nuestros días tiene que ver con la conflictiva y contradictoria relación entre el interés privado y el interés general, representado por el gobierno, por el Estado. 

Es innegable que se necesitan productores primarios que produzcan nueces y alfalfas. Pero también lo es que se necesita un Estado que imponga reglas, límites y aun prohibiciones. 

Si no ocurre así, los productores acabarán devorándose a sí mismos, en este caso devorando las aguas de la cuenca mediante la expansión de nogaleras y alfalfares. 

Es pertinente recordar aquí lo que sucedió en los distritos de riego por bombeo de Sonora, cuando la sobreexplotación propició la intrusión marina en los acuíferos. 

En apenas 20 años, la superficie regada del distrito de la Costa de Hermosillo (130 mil hectáreas en 1969) se redujo a menos de la mitad. Así lo documentó José Luis Moreno Vázquez en su libro de 2005. 

La lección debería ser aprendida en Chihuahua y en la nación entera. 

Si el Estado no corrige, lo hará la naturaleza, seguramente de peor manera, cuando colapse el delicado equilibrio de la relación naturaleza y sociedad. El actual lema de “agua es vida”, típica vaguedad o abstracción del panismo, tiene por fuerza que especificarse. ¿Acaso se refiere al agua ilegal o al agua destinada a alfalfares y nogaleras? En 2002, por lo pronto, no había tantas nogaleras ni alfalfares. 

El gobierno federal tiene la difícil tarea de hallar el modo de imponer el peso de su autoridad, debilitada durante años. 

Y no durante los años del neoliberalismo, como se estila decir hoy día. 

Es una historia más antigua. 

Recuérdese que el presidente Salinas explicaba la creación de la Conagua en 1989 alegando la necesidad de recuperar para el Estado el control de las aguas mexicanas. 

A final de cuentas, es el mismo problema que exhibe la disputa del Conchos en este pandémico 2020. Salinas no tuvo más remedio que aliarse con los panistas y con su apoyo dar fin a la reforma agraria y expedir la ley de aguas nacionales de 1992. 

Quizá esa decisión apuró el debilitamiento del Estado mexicano. 

El gobierno del presidente López Obrador se ha negado a recorrer ese camino. Está en su derecho. 

Pero sea como sea, es su obligación dar solución a la cada vez más tensa y violenta disputa, una solución que sea digna, legal y transparente para todas las partes. Así se evitará, entre otras cosas, pensar en títulos como el de esta nota. A final de cuentas, ponerse de acuerdo con los productores y cubrir el adeudo con el país vecino es lo más simple. Lo difícil será enfrentar la historia menos nueva, es decir, exterminar el agua ilegal, prohibir la expansión de alfalfares y nogaleras y aun considerar seriamente la reducción de su tamaño. 

Hacerlo antes de que, como en la Costa de Hermosillo, la naturaleza lo haga. 

Hay que aprender a escuchar esa voz porque es claro que no la hemos escuchado. Tampoco hemos escuchado las voces de las víctimas del caos nuevo y del antiguo, entre ellas la de Jessica Estrella Silva Zamarripa, asesinada en días pasados, al parecer a manos de la Guardia Nacional. 

Su desgracia se une a la de las numerosas víctimas de la violencia generalizada que nos aqueja y a las del Covid-19. 

Un gran abrazo a los familiares de Jessica, en especial a su viudo Jaime Torres.

*Investigador de El Colegio de México.