Chihuahua, Chih.
Los resultados de las elecciones del pasado domingo podrían ser catalogados, de cierta manera, normales, si se hubiesen celebrado en el pasado, de cuando existía una hegemonía compartida por el PRI y el PAN.
Hidalgo y Coahuila son entidades en las que no ha habido alternancia en el gobierno del estado; sí la ha habido en varios municipios y distritos, locales y federales.
Son, además, asiento -o precisamente por eso- de fuertes grupos políticos priistas, los que se han repartido durante décadas el poder político. Coahuila se ubica en otro segmento de las preferencias políticas, ahí el panismo tiene fuertes bastiones y ha estado a punto de ganar la gubernatura. Hoy gobierna Torreón y Monclova, dos de los bastiones panistas más sólidos en el país.
¿Se puede evaluar como en el pasado lo sucedido en las elecciones a diputados locales de Coahuila y las alcaldías de Hidalgo?
No, porque hay un factor que creíamos desequilibrante (en términos del antiguo estatus político en el país) y ese el presidente de la república.
En las elecciones del 2018, López Obrador apabulló a sus adversarios en las dos entidades y arrastró consigo a los candidatos a diputados y senadores de Morena.
Dos años después, para quienes creían que el “arrastre” político de AMLO y los efectos “benéficos” de los programas de bienestar social podrían ser capitalizados por los candidatos de Morena, se han llevado un tremendo chasco.
Por supuesto que políticamente sí son un fracaso de la denominada 4T, Morena y López Obrador.
No se trataba de una elección federal, era una elección local, pero con muy elevados ingredientes federales.
Por supuesto, no se pueden medir con el mismo rasero las elecciones locales y las federales, pero hay hechos que son irrefutables: Morena (y también el PAN) sufrieron una apabullante derrota en Coahuila; para atenuar el golpe a los morenistas, puede admitirse que nunca un partido de izquierda había obtenido el 19% de la votación en una elección local; sí, pero nunca habían tenido un presidente de la república de su partido en una elección de ese tipo.
Que hubo un operativo del gobierno estatal, ¡por supuesto!, pero eso no explica los bajos números morenistas (49% del PRI, por 19% de Morena) y sí nos lleva a pensar que el rechazo al presidente López Obrador va más allá de las escenográficas movilizaciones de FRENAA, o los excesos protagónicos de los panistas, y que pudiera explicarse en un porcentaje, más alto de lo que reflejan las encuestas, de ciudadanos que, molestos con el presidente, no identificados con partido alguno, votan por quien creen puede vencer al partido del presidente.
Esa hipótesis pudiese explicar lo ocurrido en Coahuila pues el PAN, que había obtenido el 29% de la votación en 2018, ahora apenas rebasó el 10%, a pesar de gobernar dos de los municipios más poblados, Torreón y Monclova y que el PRI, no obstante gobernar la entidad y de haber obtenido votaciones decorosas en 2018, además de mantener en buenas condiciones el aparato electoral priista, nadie, ni el más optimista de los pronósticos tricolores se esperaba el carro completo.
Morena sí que deberá preocuparse, pasó de obtener en ese año, 609 mil votos a la presidencia y 493 mil a las senadurías, a solamente 161 mil el domingo.
Los programas sociales no dan votos en automático, es cierto, pero si en la entrega de los beneficios hay un cúmulo de problemas, cuando fallan los programas, entonces sí aparecen, pero en sentido contrario.
Algo de eso explica, también, lo ocurrido en Hidalgo. El viejo aparato priista está incólume en esa entidad en la que el caciquismo forma parte indisoluble del gobierno estatal. Salió airoso y obtuvo poco menos de la mitad de las alcaldías y, contra las primeras reacciones de los dirigentes de Morena, se quedó con las principales ciudades del estado.
Quizá en el número de votos no sea tan apabullante la derrota de Morena, comparada con la de Coahuila, pero en el número de posiciones, sí, sólo obtendrá 6 presidencias municipales.
¿Es el resurgimiento del PRI?
No podría aventurarse una respuesta válida, en ningún sentido, pero sí la de que en elecciones con baja participación podrán imponerse los partidos que tengan una mejor inserción territorial y que, hasta ahora, en ese terreno el PRI lleva ventaja, lo que no podría extrapolarse a entidades en las que no gobierna.
A su vez, el PAN se ha llevado dos verdaderas sorpresas. Esperaban sus dirigentes alzarse como el partido de la oposición, el que capitalizara el descontento hacia AMLO y se han llevado dos sonoras derrotas, incluso en sus propios terrenos.
¿Pueden extrapolarse a Chihuahua los resultados y las tendencias aparecidas en aquellas entidades?
No parece ser el caso, por una razón: Aquí no gobierna el PRI y este partido aparece muy desmantelado. No son pocos los simpatizantes y dirigentes medios que creyeron que migrar a Morena era más útil.
Pero este partido no cuenta con una estructura capaz de capitalizar la imagen de AMLO y los programas de bienestar, que soporte las candidaturas y las campañas electorales.
Por otro lado, el PAN tiene un serio problema: Su gobernador, empeñado, a como dé lugar, en imponer a su candidato, o candidatos, puede ser el factor que lleve a que se presente una contienda muy cerrada entre panistas y morenistas, en peligro de que les aparezca una candidatura independiente capaz de capitalizar todo lo negativo de ambos gobiernos, el de Corral, y el de López Obrador.
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