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Otro México

Otro México 31 de agosto de 2024

Gonzalo Oliveros*

Chihuahua, Chih.

En el país donde me tocó pasar mi infancia, las paredes de la colonia Condesa no tenían anuncios de restaurantes ni llamados en inglés. Al contrario, había pintas del Partido Socialista Unificado de México y algunas que decían ‘presos políticos libertad’.

No existía ‘La Jornada’ (que apareció hasta el 84) y la revista ‘Proceso’ tenía poca publicidad y casi se consideraba clandestina. De hecho, los periódicos que más se publicitaban eran los asépticos a la crítica, como ‘Novedades’ o ‘El Heraldo’. 

El ‘Excélsior’ se preocupaba más en sus rifas para suscriptores y las publicaciones de ‘Revista de Revistas’. Recuerdo como yo cruzaba la calle para comprar algunos de estos periódicos y ‘El Universal’ que, en mi casa, decían era más plural.

En ese México, Jorge Saldaña se burlaba de políticos en un programa de la televisión pública, sitio donde también estaban Chucho Salinas y Héctor Lechuga. No, no porque tuvieran un enorme público sino porque con ello simulaban pluralidad. 

En realidad, los medios estaban controlados desde el poder y Jacobo Zabludovsky era un soldado del presidente más por obligación que por convicción.

Los primeros de septiembre eran una cadena nacional insípida donde el ritual se repetía: enlace a Los Pinos para entrevistar a la familia presidencial, transmisión del recorrido del primer mandatario, llegada a Palacio Nacional para la puesta de la Banda Presidencial, recorrido a la Cámara de Diputados -aun recuerdo algún informe en Dónceles-, Informe completo -con López Portillo, duraban cinco horas-, retorno en carro descapotado que se llenaba de confeti a Palacio Nacional, salutación.

En todo esto, los conductores de radio y televisión llenaban de loas al ejecutivo por sus palabras y acciones. Recuerdo el día que nacionalizó la banca, las voces en off donde hablaban de la valentía de la decisión y el casi heroísmo de JLP.

En ese México, los noticiarios y periódicos se llenaban de las actividades del presidente y de las declaraciones de funcionarios públicos y miembros del PRI. No importaban tanto las acciones, los dichos por encima de los hechos.

Tal vez por ello, los noticieros tenían amplias secciones internacionales y redes de corresponsales que relataban la debacle global. El público mexicano sabía muy bien que Joaquín Pelaez estaba en Madrid y Erika Vexler en Tel Aviv. No era un error de diseño: cuando la libertad de expresión falta, debes recurrir a nuevos trucos.

La comedia y el drama ayudaban a la distracción. Había una empresa que controlaba el entretenimiento y donde la educación cultural mexicana se formaba. 

En ese México, la oposición era perseguida y se consideraba primitiva, escandalosa, rapaz, indecente y hasta condenable. 

En el quinto informe de gobierno de López Portillo, un par de diputados osaron interrumpirlo a partir de una denuncia de fraude. Recuerdo que la segunda edición del periódico ‘Ovaciones’ -el diario diurno más leído en ese entonces (sobre todo por su morbosa página tres- fustigó a los legisladores por el arrebato y el atrevimiento contra la investidura presidencial. 

Horas después, Zabludovsky hizo algo similar.

No, a los noticieros no llegaba la escasez, la inflación, la falta de insumos, el descontento social que iba en crecimiento. Nada de eso se veía hasta que fue imposible ocultarlo debido a la incompetencia, la mediocridad y la corrupción.

Primero se acabó el dinero y los culpables fueron los empresarios. Cuando no se pudo culpar más a los hombres del dinero, se culpó a emisarios del pasado y a los Estados Unidos. Cuando no se pudo con ello, se señaló a medios.

Luego, vino el desastre natural y, ahí, cuando no lograron ayudar a nadie, comenzaron a culparse unos a otros.

Algunos saltaron a la oposición, al ver que los espacios para continuar en el poder se habían cerrado.

Hoy, los herederos de ese México están a punto de refundarlo, con las mismas tácticas e historias que viví en mi infancia.

Y, sí, con los mismos pretextos.

El otro México que comienza a dibujarse parece una calca del que viví hace más de cuatro décadas.

Y no es nada bonito.

*Tomado de su muro en X