Chihuahua, Chih.
Nadie, con un mínimo de conciencia cívica, podría gozar con la comisión de errores por el presidente de la república, menos en una extrema situación como la que ahora asuela a la humanidad.
Los excesos del presidente salvadoreño Bukele, los garrafales gazapos del presidente Trump, los resbalones del presidente Bolsonaro de Brasil; la caída en el contagio del Primer Ministro británico, Johnson, o los dislates y excesos del presidente López Obrador, no son, de ninguna manera, motivo de festinación; es mucho lo que tienen en sus manos como para festejar que cometan yerros, excesos, o caigan enfermos.
Los gobernantes de los niveles inferiores, no por serlo, podrán sentirse eximidos de tales exigencias.
Y hay un problema mayor en las acciones que ejerzan, el de que están obligados, más que nunca, a actuar con estricto apego a la legalidad y, además, con el más acendrado seguimiento a las normas de la plena transparencia y de los más elevados valores de la democracia moderna.
Si habremos de superar el momento actual, de ninguna manera podrá ser en decremento de lo que habíamos alcanzado en materia de desarrollo democrático, las consecuencias económicas de lo que ahora sufrimos serán tan catastróficas que agregarle más factores resultará más que un exceso.
Por desgracia, los principales actores políticos del país no parecen entender que el momento requiere de otra actitud y del establecimiento de una détente, del pacto que alguna vez concretaron EU y la URSS, el de la distensión que hiciera posible, no solo la paz, sino el crecimiento y desarrollo del planeta en ese momento.
No pareciera captarse, en la parte más organizada de la oposición político-partidaria del país, pero tampoco pareciera entenderlo el presidente López Obrador.
En cuanto tienen oportunidad de lanzar una puya, una descalificación, un “yo soy mejor”, un “que mal lo estás haciendo”, un “en el pasado se sirvieron con la cuchara grande, ya no”, etc.
¿Quien tiene razón?
Sin duda, a las dos partes les asiste la razón.
¿En qué porcentaje?
¡Quien sabe!
¿A quién le importa?
Hay una situación de extrema emergencia.
Más de la mitad de la población trabajadora no está laborando, la economía está prácticamente detenida; las remesas de los migrantes caerán estrepitosamente, lo mismo los ingresos petroleros y los derivados del consumo de combustibles; las exportaciones caídas, lo mismo que la recaudación fiscal; no habrá ingresos turísticos y los hospitales muy rápidamente empiezan a colmarse, tanto los dedicados a la atención por el COVID 19, como los destinados a la atención del resto de los enfermos.
Del mismo modo, conforme aumenta exponencialmente el número de contagiados se evidencian los enormes rezagos de la infraestructura de salud y la carencia de personal médico y enfermería.
¿A quién le puede importar, ahora, la discusión sobre el pacto fiscal, o el pacto federal, como claman algunos gobernadores, como Javier Corral, cuando enfrentan tres pandemias, la del COVID 19, la de la ola homicida y la feminicida y, como es el caso de Chihuahua, el notable incremento de la violencia doméstica?
¿O como el caso del presidente López Obrador que, en la peor copia del presidencialismo del régimen pasado, en plena pandemia, obliga a sus compañeros de partido a realizar un período extraordinario de sesiones del Congreso de la Unión, a fin de arrogarse plenas facultades para el ejercicio del presupuesto, esquilmándoselas a la Cámara de Diputados, que por ejercer esta facultad se erigía, así fuera en el papel, en la cristalización del concepto republicano de la división de poderes, de contrapeso a la fuerza del presidente mexicano y que ahora, aparentemente, se aprestan a modificar la propuesta presidencial ante el cúmulo de protestas y la posibilidad de que sea declarada inconstitucional?
Tal y como ocurrió en la política migratoria de la 4T frente a Trump, Porfirio Muñoz Ledo se ha alzado como la única voz interior que ha alertado sobre tales excesos de la fuerza política que estaba llamada a concretar la transición democrática.
Esa sí sería la transformación que el país necesita y que la sociedad mexicana ha intentado construir a lo largo de más cinco décadas de sorda, dolorosa, frustrante, perseverante, plural y variada lucha popular.
Atender lo anterior, es la más importante obligación del presidente López Obrador, más allá de los proyectos emblemáticos de su gobierno.
Salir airoso del doloroso trance de la pandemia es más importante que un día sí, y otro también, se enfrasque en polemizar con la prensa; esa permanecerá después de que se haya ido.
Debiera confiar -tal como lo dice- en la capacidad de discernimiento del pueblo mexicano, el que, sostiene, ya despertó.
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