Chihuahua, Chih.
(Notas sobre Amargo Animal de Alfredo Espinosa, por Jessica Anaid).
Jessica Anaid dedicó estas palabras a mi libro Amargo animal: “Abro el libro de Alfredo Espinosa y percibo el humo, el polvo que flota y me adentro en la revelación, estos poemas presagian el futuro como lo dice el autor: LA POESÍA ES UN ARMA DESTARTALADA/ dispara el futuro por la culata.
Y en Humo triste, la primera sección de poemas, nos dice que después de morir seremos el humo que se desvanece. El poeta nos desarma y nos muestra nuestro destino inevitable: “Lo que fuimos seremos: un enigma sin importancia”.
Después nos enfrenta al significado de nuestra existencia: “La música se apaga y la noche/ borra al carnaval”. La música hace referencia a la vida, a los momentos que terminarán por suspenderse hasta desaparecer.
Al final podemos entender que somos: “Cosa caída que la tierra acoge/ sustancia del tiempo/ río que pasa”.
El poeta habla de lo efímero que es la existencia: “La gente se muere como las hojas/ se caen y las estrellas se apagan”.
Y al final nos repite que somos polvo y este polvo avanza por todas las hojas como si fuera un desierto, un mar extinto que muestra los espejismos del pasado y los que vienen.
En la metáfora: “Ese polvo que el aire levanta, quizá sea la historia de vida de alguien que se eleva para mostrar lo que fue y solo vemos: los sueños de Basho que ruedan en el desierto, transformadas en maromas, como dice mi madre y como digo yo, de manera poética: nubes del desierto.
Al final seremos aquellos que contemplamos y al mismo tiempo recomendamos a la par de la voz poética escribir: tu vida y tu epitafio sobre las dunas.
En el poema “No son misterios para mí”, la voz poética revela su identidad, de donde viene: “soy de un barro sencillo”, y alude a la creación, a Dios amasando el barro del paraíso, desbaratando la idea de que el ser humano es especial, pues el barro con el que fue creado proviene de un lugar sencillo.
Y en la siguiente línea dice que esta misma materia se “desmorona con el tiempo” y nos muestra la fragilidad, que no hay eternidad. Después se percibe como creador: “lo que por mí fue creado: libros, hijos, demonios”.
El yo poético se contempla como alguien que no perdurará en la memoria:
“Dirán de mí, pobre bardo de tierras bárbaras…/ ningún crítico descubrió sus talentos… No alcanzó a ser una gloria local”.
Sin embargo, dice: “Ignoran que yo hablaba con los dioses”.
Y es aquí cuando sabe que a pesar de que otros no lo reconozcan, hay algo espiritual que trasciende y es la palabra la que alcanza un nivel divino:
“Brillé con luz propia. ¿No somos todos,/ acaso, una luciérnaga en la noche? ¿Algo de polvo?”. Y el polvo adquiere el significado de lo que se queda y sigue brillando.
Al autor no le interesan la gloria, los halagos, le interesa algo que va más allá de los premios efímeros, pues para él el gozo es: “Fue mi premio habitar la poesía…” Y la poesía se transforma en vida: “Me contenta la vida/ todo lo demás es ceniza”, nos dice.
En la sección de poemas “Un poco de polvo en la luz danzando” vemos algunos aspectos de la paternidad, de los hijos. El poeta contempla a su padre y se observa a él mismo también siendo padre: “Ignoro la forma en que mi padre me amaba”, dice.
Después afirma: “Crecerán mis hijos, y una noche cualquiera después de hacer el amor/ contarán a sus parejas: una vez de niño tuve miedo de las sombras de la noche y mi padre todavía no llegaba a casa…/ ¿Qué buscaba yo esas noches?/ Algo que no encontró mi padre y que a mis hijos hará tropezar”.
En el poema “Bagdad en play station”, nos sumerge en los video juegos, al universo de un hijo que “admira a los héroes que luchan por la nación, contra el tirano y los terroristas: Los otros, los negros, los indios, los infieles, los pobres, los disidentes”. El play station es visto por el yo poético como el juego favorito de los políticos imperiales, después al niño le surge la idea de destruir Bagdad y el poeta intenta frenarlo, y le recuerda la alfombra mágica de Aladino, a Yazmín la que alguna vez interpretó su hermana.
El final es impactante: “No te preocupes, viejo, dice mi hijo, los cuentos no existen en realidad/ y el también aprieta el botón”.
En Álbum familiar hay una remembranza, el discurso gira entorno a la familia, a la madre, a los hijos, la unión, pero también aquella ruptura pues dice: “pronto nos dispersaremos/ como las hojas que suelta, un día de otoño, el viejo árbol del patio”.
Alfredo Espinosa en “Otro poema de los dones agradece a la vida: por el sabor del café… por los sueños… la amada… la danza… la música… la mariguana… por la paternidad… a la luna que alumbró a Khayyam y a Li po”.
En el poema Taberna nuevamente vuelve a lo efímero, pero ahora para describir el amor: “el amor perdura lo que los hielos en el vaso”. Y hay algunos tintes eróticos como: “Una teibolera esplende sus flores venenosas/ y dispara mi corazón de salva”.
Y luego desbarata la idea de los recuerdos efímeros con el elemento del tatuaje que simboliza todo lo que perdura: “aquello que no cesa de hacernos daño”, dice el poeta, y aborda el tema de la infidelidad: “Entrada la noche regresa a casa/ con un perfume distinto y algunas copas de más”.
En “Amargo animal”, el poeta muestra la realidad del mundo: “La vida es tan fea que los periódicos/ la retratan/ yo leo el haiku de su ombligo”; en estos dos versos el poeta no celebra la vida, la violencia que existe en el mundo que es como “el traqueteo de una Ak-47, su música letal”, el poeta celebra la vida en el acto sexual: “yo me hundo en el mar recóndito de su sexo”.
Alfredo Espinosa levanta el polvo y descubre un hoyo negro y observa a través de él y descubre: el erotismo, la violencia, la muerte: “un pozo, el ojo de un huracán, el culo de alguien, la boca de un arma”.
Este es el libro de Alfredo Espinosa, un amargo animal que hemos de indagar en nuestra boca cuando leamos en voz alta sus poemas para descubrir al poeta de tierras bárbaras, el que brilla con luz propia, la luciérnaga en este país de noche”.
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