Chihuahua, Chih.
Ningún presidente electo había actuado jamás -antes de asumir el poder- de manera tan contundente y radical como lo ha hecho Andrés Manuel López Obrador. En esta larguísima y peligrosa transición el que, dentro de 3 semanas, habrá de ceñirse la banda presidencial ha dado ya 4 golpes de timón decisivos. Para cuando preste juramento López Obrador se habrá liberado de los poderes que, hasta ahora, habían sometido a su arbitrio y de manera ominosa a Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto determinando no solamente el errático rumbo de sus mandatos sino el del país entero.
Libre de lastres y compromisos, como ningún otro presidente en la historia reciente de México, entrará el tabasqueño el 1 de diciembre a Palacio Nacional. Ningún otro presidente se ha hecho tampoco como él, y antes de su toma de posesión, de tan grandes y poderosos enemigos. Lo acompaña, ciertamente, la esperanza de millones de mexicanas y mexicanos a los que ha prometido obediencia. Sobre él se cierne el peligro generado por sus acciones, que han afectado los intereses de grupos de poder acostumbrados a imponer su voluntad al presidente.
El primer golpe de timón determina en gran medida la virulencia con que se le ha atacado por las otras acciones. Decidió López Obrador reducir, en un 50%, el gasto en publicidad oficial. Dispuso también eliminar las oficinas de prensa de las distintas dependencias gubernamentales. Cierra así, en los hechos, la llave de los recursos públicos a los medios de comunicación y a muchos de sus más importantes comunicadores.
Miles de millones de pesos del gobierno federal dejarán de entrar a las arcas de periódicos, revistas, medios electrónicos y a los bolsillos de columnistas y presentadores de radio y TV. Los que no sean capaces de generar ingresos de manera legítima y por cuenta propia habrán de desaparecer. Los otros, de todas maneras, verán mermados en forma significativa sus ingresos y deberán empeñarse en mejorar sus servicios y ampliar sus audiencias para fortalecerse. Perderán unos cuantos, pero ganará México.
El perverso amasiato entre prensa, radio, TV y el poder político nos ha costado muy caro. Este gasto obsceno, criminal, irracional en la imagen pública del presidente y su gobierno es sin duda uno de los lastres más pesados para la vida democrática de México. Fox y Calderón se arrodillaron frente a los medios. Peña fue una invención de la TV. Todos ellos hicieron de las primeras planas de los diarios y de la pantalla de TV sólo un espejo en el cual mirarse y gracias al cual terminaron de enloquecer.
López Obrador llega al poder libre de estas ataduras y sin esa perniciosa adicción mediática. Paga esta libertad, que a todas y todos nos beneficia y que abre paso a la democratización de México, recibiendo un bombardeo implacable de los que ven amenazados su principal fuente de ingresos. En un país de reporteros pobres que se juegan la vida a cada paso y columnistas multimillonarios que están acostumbrados a deambular por los pasillos de Palacio, habituados a hablarse de tú con los poderosos y a cobrar por sus servicios editoriales, es de esperarse que la virulencia de los ataques no haga más que crecer.
Al decidir la cancelación del NAICM en Texcoco, proyecto emblemático de la administración saliente y buque insignia del poder económico, López Obrador –en su segundo golpe de timón- se libera, libera a su administración y también al país, de los designios hasta ahora inapelables y crecientes de los barones del dinero. Decide así que no habrá de ser ni Tlatoani (como Díaz Ordaz o Echeverría) ni cómplice o gerente al servicio del poder económico (como lo han sido los inquilinos de Los Pinos de Salinas de Gortari a Peña Nieto). La consulta, que el poder económico ni quiso ni pudo ver como oportunidad para defender sus intereses, refrenda la voluntad de López Obrador “de ser fiel –cito su discurso del 1 de julio- en todos mis actos, al interés, la voluntad y el bienestar del único que manda en este país: el pueblo de México”.
Los enfrentamientos entre el poder económico, fundamentalmente las agrupaciones empresariales que jugaron un papel determinante en la guerra sucia electoral, y López Obrador, aunque fueron una constante en sus campañas políticas menguaron significativamente cuando se hizo cargo de la jefatura de gobierno de la Ciudad de México. De la misma manera, la conciliación con los contratistas a cargo del NAICM –pese a las predicciones apocalípticas de muchos- y el manejo que hizo de la crisis derivada de la suspensión de la obra, habla de su voluntad y de su capacidad de entendimiento con este sector estratégico. Así como el presidente electo ha re definido la soberanía del Poder Ejecutivo y se prepara a desempeñar con dignidad y autonomía un nuevo papel, toca a los empresarios redefinir el suyo propio; les corresponde –y su aportación es fundamental- generar riqueza, contribuir al desarrollo del país pero no gobernarlo, mucho menos pretender mandar sobre aquél que sí fue electo para hacerlo.
Como no deben tampoco pretender seguir al mando ni Salinas de Gortari, ni Fox, ni Calderón Hinojosa. Ya hicieron suficiente daño al país dejándolo como lo dejaron: ensangrentado y empobrecido. Por el bien de México deben dejar de lanzar amenazas, de sembrar el miedo entre la población, de promover el odio y de alentar intentonas golpistas; juegan con fuego, ponen en riesgo la paz y la estabilidad de la nación. Si a la violencia generada por la guerra contra el narco se suma la violencia política que puede provocar el que estos hombres persistan en su campaña contra López Obrador será este, más que un acto irresponsable, un crimen de lesa democracia intolerable e imperdonable.
El general Lázaro Cárdenas puso fin al Maximato enviando al exilio a Plutarco Elías Calles. Ahora, en un tercer golpe de timón, López Obrador sólo cumplió con lo prometido en sus recorridos a lo largo y ancho del territorio nacional: les cortó la millonaria pensión a los ex presidentes. Este acto de justicia elemental tiene muy saludables efectos secundarios para la democracia en México: deja, al menos a Fox, a Calderón y a Peña –a Salinas de Gortari la partida secreta lo dejó en posesión de una cuantiosísima fortuna que supera con mucho a la fortuna también mal habida de los otros 3-, sin los recursos, el aparato político, militar y administrativo que, pagado con nuestros impuestos, tenían a su servicio y que les permitía seguir teniendo una cuota aún muy importante de poder e influencia y una capacidad de desestabilización considerable.
El cuarto golpe de timón, quizás el más complejo y peligroso, ha generado muchas reacciones en los medios, pero poco sabemos en realidad de sus verdaderos efectos al interior de la institución cuyo papel en la vida pública de México está re definiendo López Obrador. Al cambiar la prioridad de la defensa nacional a la seguridad de la población, al ordenar un cambio sustantivo en la doctrina que rige el combate al crimen organizado y establecer que al fuego no se le apaga con gasolina y dejar atrás la guerra sin olvidar ni perdonar las violaciones graves a los derechos humanos perpetrados por miembros de las Fuerzas Armadas, el presidente electo no solo cambia su relación con los militares, cambia de hecho el rumbo del país y lo enfila hacia la paz y la justicia que nos han sido negadas.
Conocemos hasta ahora únicamente los fundamentos doctrinarios en materia de seguridad y su necesaria e ineludible vinculación con el respeto irrestricto a los derechos humanos. Sabemos de su voluntad expresa y su compromiso de no emplear nunca más a soldados y marinos para reprimir al pueblo. De su disposición de poner un alto al excesivo e innecesario gasto en armamento y medios para el Ejército y la Marina. Falta aún conocer a detalle la nueva estrategia de seguridad y el papel que habrá de tener el mando civil sobre la institución armada, así como la conformación y características de la Guardia Nacional de la que, desde la campaña, hablaba ya López Obrador.
El cambio de rumbo en esta delicada materia ya comenzó. López Obrador designó a los próximos secretarios de Marina y de la Defensa Nacional sin tomar en consideración la terna propuesta por los secretarios todavía en funciones. Y si esta decisión lo libera de la sumisión tradicional del presidente al alto mando militar, la desaparición del Estado Mayor le permite vivir la realidad del país como, desde hace décadas, no la ha vivido ningún presidente de México. Y es que el Estado Mayor Presidencial no sólo protegía al presidente, de alguna manera también lo secuestraba. Lo mantenía en una burbuja que le impedía establecer contacto real con el pueblo que gobernaba, se convertía en un filtro indeseable y omnipresente que administraba a su antojo la información y lo aislaba.
Medios, poder económico, ex presidentes, Ejército y Marina. Los hasta ahora actores dominantes en la escena nacional deberán asumir el papel que en realidad les corresponde. No veo a un Andrés Manuel López Obrador, en ningún sentido, aislado y menos todavía camino al fracaso. Ha tomado las decisiones difíciles pero firmes y valientes por las que 30 millones votamos por él. Ha tenido el coraje y la inteligencia de comenzar a mandar sin ceñirse aún la banda presidencial. Ha dado ya, como el general Lázaro Cárdenas lo dio en su momento con la expropiación petrolera, golpes decisivos de timón al rumbo de este país al reconquistar la soberanía de la institución presidencial y, al mismo tiempo, someterse a la voluntad del pueblo de México. Como el general Cárdenas, enfrenta ya a grandes enemigos, pero como él, estoy seguro, no habrá de estar solo en la tarea de transformar a México.